martes, 6 de noviembre de 2012

Hermano Pedro




La llegada del frío y de la lluvia ha venido de la mano de la muerte. Y no voy a hacer poesía de eso- ansiar el desvanecimiento es más compatible con precipitarse en un abismo que con las miserias de la sintaxis y las palabras. Días de humedad tropical, pero también de heladas nocturnas y de prendas caladas hasta los huesos, y nada importa, en realidad. El poeta, si lo es, si realmente existe, es el más cínico con su propio arte, con su material, con sus efectos, con sus trasfondos. La poesía consiste en predisponerse o bien a conjurar, o bien a ser víctima de un conjuro. Esencialmente no se diferencia del alcohol, salvo en que no te destroza el hígado. La poesía insta a cometer las mismas estupideces, pero engañando mejor. La felicitación de los poetas es sólo la confirmación de la alquimia de la mentira: no pueden amar honestamente a sus lectores aún siendo conscientes de ello. En eso consiste la mezquindad de los poetas. Y la universalidad, tan descrita y deseada, se acaba con una aliteración intraducible, una rima imposible, o una “I” criminal para un significado tan propio de vocales abiertas, que te puedes encontrar en el mismo vocablo en otro idioma. Y hacen a los poetas padres de lenguas, patrias y pueblos... qué deshonor más paradójico para un ermitaño.

¿Y la música? Requiere de una atmósfera de presión para sonar bien, eso lo dice todo. En la luna, tan cantada, no suena la música, no hay gas. En Júpiter la música tendría un efecto letal, dada la densidad de su atmósfera. El riff de Satisfaction adquiriría pleno sentido, puesto que no se puede conseguir satisfacción al volar en pedazos por obra y arte de la onda sonora. En el líquido el sonido se expande más rápido, pero pierde nitidez. La música requiere de una fina película de oxígeno con la anchura adecuada para ser, y sin embargo se cree universal, a pesar de tener sólo probabilidades, y no certezas, sobre la existencia de un planeta similar donde la música suene preciosa y se entienda. La sonda Voyayer lleva música para extraterrestres consigo, así que es evidente que los que la diseñaron debían ser medio memos, a pesar de ser paradojicamente los más punteros en lo suyo. Hubiera sido mejor enviar un tratado sobre musicología para que al menos comprobaran que la música terrestre no es más que otra recreación en la mágica matemática de la espiral en que se basan todos los movimientos del universo. La música es un dedo que señala al tiempo y describe su tránsito, y nada más. Y sin embargo, mandamos nuestra sonda Voyayer con música para maravillar a alienígenas quienes, tal vez, no viven en un mundo musicable. Es mejor eso que hablar directamente del tiempo, de la expansión, del absurdo...

Y sin embargo, ahí estás, inflamable juego absurdo de proporciones. Aparece la muerte y todos corremos hacia ti, decididos a creérnoslo todo, como el que se acerca al vaso para dejarse engañar por su química aleatoria. La mayor heroicidad, dar la vida por la nada; pero una nada llena de mundos enteros de falsedad, mundos de mentira que parecen mayores que todos los universos posibles. Y no es más que el tic tac de la cuenta final, pero con adornos y artificios.

Los músicos sólo somos fanáticos de un mundo que no existe, y el mundo disfruta demostrándonos lo contrario, justo cuando resulta más simbólico. Los músicos se mueren de inmortalidad e infinitud.

Pero también devolvemos. La vida nos da la muerte y nosotros contestamos vida. La vida nos da tristeza y nosotros contestamos fuego. La vida nos golpea y nos desmoraliza y nosotros resurgimos del fuego musical con la promesa de una victoria vengativa de salamandra. La vida nos arrebata las mejores personas y nosotros las revivimos con la fuerza flameante de las notas. La música, tal vez, como todas las artes, es una fuente de fuerza basada en la mentira, en el ensueño de lo que debería ser frente a lo que simplemente es, y se acaba constituyendo en una realidad paralela, una salida, un mundo donde permanecer.

Yo, enfermo, corrupto de la mentira, fanático de lo que no existe, entono mi culpa y mi artificio, y vuelo, vuelo de cínico, rabioso e inconforme.

Y me lo acabo creyendo como el que se deja arrastrar por el vino: por venganza, por rabia, por ira, por las llamas, el fuego, las centellas...

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