domingo, 22 de junio de 2014

Rencor de pedal





De bajón. Luce el sol. Paseo a las seis de la tarde. La luz naranja y el viento cuando sopla te hacen cerrar los ojos. Los entreabro: desde la otra punta de la calle hay algo borroso que se dirige hacia mí con los brazos abiertos. Los abro del todo: está muy sonriente, llega hasta mi. Me abraza fuerte. Me dice "vas a algún sitio, ¿verdad?". Huele a alcohol, está completamente ciego. Le digo que sí. Me suelta, me saluda, casi se cae y continúa, ahora dando eses por la acera. Sigo mi camino. No, no sé quién es ese tío.

El bajón es periódico. Es sólo una reacción química. Forma parte del asunto: viene y va, cada vez más suavemente, hasta que un día se vaya para no regresar más. Todo es así: nuestros dramas y justificaciones y argumentaciones no son nada, sólo proceden de vulgares intercambios de electrones. Enlaces. Sinapsis. Periodicidades. La nada en el centro del remolino, exactamente igual que cuando tiras de la cadena del water.

Esta mañana no había café en casa. Era temprano, se podía aún ir a la alameda a desayunar sin que hubiera llegado la marabunta en pleno. Todo bien, una temperatura perfecta para las diez y media. Al llegar al bar con la bici reventé la rueda trasera al intentar hacer una gilipollez sobre el agujero de uno de los árboles. La aparqué fingiendo indiferencia por el percance ante los que lo habían visto todo. No había tomado ningún café aún. Luego agarré la bici y me fui andando a casa a a dejarla allí. Joder, hay demasiada cera en los suelos. Mira que intentar saltar eso. Gilipollas.

Supongo que el bajón se caracteriza por la falta de ilusión, de un algo que te haga creer que hay un buen mañana, que hay cosas inminentes que te mantienen felizmente alerta. Nada mejor que tumbarse en la habitación, aislado, poner ruido de lluvia y cerrar los ojos. Dejarte llevar por un sueño en el que flotas y nada te puede alcanzar. Pero te obligas a romper esa rutina. Porque es todo química, son sinapsis y señales eléctricas que andan mal y hay que bombardearlas sensorialmente para que rompan su círculo vicioso.

Debería haber nacido perro. Entre ellos me va muy bien. Los perros aúllan cuando llego, se pegan a mi, se duermen. En general, no hago más que pensar en alternativas existenciales en lo relativo a mi especie o a mi ubicación. En los docus de la tarde salen ejemplos fantásticos. En una hora puedo pasar de desear ser un crustáceo a irme a vivir a la caldera del Kilimanjaro, encontrar encantadora la idea de ser un carroñero abisal o fantasear con la idea de vivir plácidamente con un huerto en un atolón del pacífico. Todo vale menos esto. Esta calma chicha.

El bajón te hace creer enfermo; que no puedes tirar de las cosas; que te has quedado sin fuerzas. Así que trabajas. Grabas un disco. Pero no oyes igual que antes. Temes no volver a oír igual que antes. Y sabes que es mentira, que has salido de otros que pintaban igual o más negro. Que es todo química. Grabas y grabas. Los más cercanos son entusiastas con los resultados. Tú simplemente no estás ahí. Enlaces. Sinapsis. El mundo es un zumbido secundario en mi oído derecho.

La calma me es familiar. Son tiempos de vivir y recargar baterías. Es extraña esta vida donde oscilas entre una deriva de la que no eres dueño (la nada), y otra, la artificial, construida con tu propio cuerpo y espíritu, que mantienes a costa de tu propio corazón. El corazón pedalea para mantener en vuelo el parapente y a veces se detiene a descansar, o se deja invadir por la nada y se ahoga en una indecisión insoportable sobre el rumbo. Sea lo que sea, nunca estás bien.

El bajón se empeña en recordarme que algo me ha desfigurado.

Pero él no sabe que yo sí sé dejar de pedalear, cerrar los ojos ante una luz naranja y dejar que el parapente vuele a capricho de las corrientes, y disfrutarlo, expandirme y regenerarme. Incluso en el peor de los bajones. El viento, chivato, me lo cuenta todo.


Tal vez sea esa la razón por la que me intereso tanto por los pedales; al viento lo tengo desde hace tiempo, mientras que a los pedales no los he derrotado nunca. Y seguramente sea mi viento lo que, a su vez, irrita tanto a los pedales: es un comodín y mi pulso con ellos, un juego...


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