martes, 17 de junio de 2014

Bailarinas de joyeros







Como una momia, tus vendas no son de lino sino de mentiras; pero todo el mundo lo hace. Todo el mundo se viste con capas multicolor digitales que nunca han tocado algo rojo, naranja, verde o azul, a pesar de los pigmentos industriales que lucen. Si tiras de la vestimenta y te la quitas, descubrirás que debajo no hay nada, no hay cuerpo. Eso sí que es fascinante: que alguien sin sujeto pueda sin embargo guardar una insaciable ambición hacia lo estéril no deja de ser una contradicción y una confirmación a la vez. Que el vacío infinito de la nada de unos ojos se confunda con la totalidad de un universo fue sólo un error infinitesimal (donde o bien hay nadas inabarcables, o bien universos ilimitados). Sólo fueron unos ojos de buey de un barco cualquiera que transporta en secreto una sima oscura y sin fondo que sólo alberga a una nada que no da ni el eco.


Tal vez hayas aprendido de la indolencia con que gira sobre sí misma la bailarina del joyero- así conciben los inertes la danza. Sin alma, sin sangre, sin emoción, pero lista para bailar siempre la misma sintonía de todo el mundo como si fueras inmune al aburrimiento. Y lo eres: para aburrirse hace falta ser más grande que el propio envoltorio y tú simplemente no estás por ningún sitio.


Siempre recién maquillada y con el vestido perfecto, entre tintineos de campanillas, los ojos sin pestañear con una pose rígida de muerte, la bailarina hace la coreografía del trompo sólo cuando abren la caja porque carece de vida interior: todo es escaparate. Y sí, a todo el mundo agradan los objetos que se hicieron inertes por una total falta de personalidad. Sin embargo, las joyas, en casa, apenas dan una mínima satisfacción, ¿verdad? en casa no hay nada, ni siquiera inquietud: nada bajo las vendas, nada tras la puerta, nada que decir porque no se siente nada. La bailarina gira y danza, las joyas relucen y todo llama al desfile permanente. Porque bajo ellas, en el joyero, no hay rincón secreto, no hay ningún tesoro más allá, no hay ningún cajón secreto que esconda ninguna carta de amor.


Tu vida ha sido escrita y reescrita miles de veces y tú ni siquiera has tomado posesión de tus ojos para leerla. Yo me tomé la molestia: no había muchas líneas que leer y no me gustaron ni el nudo ni el desenlace, pero no te contaré el final; yo no.


Puede que esto lo haga también todo el mundo...

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