jueves, 6 de marzo de 2014

Cenicienta



Cuando todos se reúnen y deciden ser felices es cuando más tristes parecen. Entonces ves con qué se conforman. Los niños perciben en la alegría de sus mayores la aceptación necesaria para que todo siga igual: les gusta este pantano; les gustan sus caimanes y sus mosquitos, celebran el barro, homenajean el agua sucia. Un grupo de humanos riendo es una especie diciendo sí a un mundo insulso y carente de magia.

La soledad entre las multitudes, la plenitud del solitario frente al sol. 

Mi sitio está junto a los animales, en los ojos de un gato, en el vuelo del búho, en el silencio pensativo de los lobos. Mi trabajo es contarle a los bosques y valles la música que cabe en la verde circulación de la savia, en la pura mirada que se apaga de sinceridad al mirarte. Mi atención se va hacia las rocas, hacia los senderos, se expande y crece en las hondonadas y llanuras. Las piedras tienen cohesión de calma, el agua de reloj, el viento la tiene de añoranza. Y el cielo nocturno es pura conciencia.

No quepo en tus salones y reuniones, romperé las vitrinas, me estrellaré contra los cristales, saltaré desde las barras y mesas, me envenenaré con fuego y me dilataré tanto que acabaré muerto entre tablones de árboles talados que conforman el mundo imaginario de un comedimiento de porcelana. Yo nací para quemarme. Otros para pasar el tiempo, hacer curriculum, alistarse en la vida de los hombres como si fuera cierta. Como si no vieran más allá.

¿Qué es lo que echas de menos? las sangres nocturnas iluminan y calientan el cristal de tus zapatos, pero se hacen trizas. 

Si me encierras, tarde o temprano, saldrás ardiendo.

Tú, y tu alma simple de acerado...



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