lunes, 3 de marzo de 2014

Los Fénix cantan




El viejo orgullo que siempre vuelve.

¿Qué es? ¿Por qué regresa?

Parecías muerto, viejo ave,
pero camino bajo el sol y veo con tanta definición
que lo hago despacio,
y el calor me viste con seda
al soplarse entre mis ropas
-hervor, la vocación sanguínea de los buenos vinos.

La música vuelve a emborrachar como si una nube negra de silencio
nos hubiera taponado los oídos a ambos.

Se me ha encendido en el pecho una estrella,
se me derraman llamaradas por la boca,
se me trasluce el astro por los ojos...

Pero camino despacio,
floto sobre el pavimento apisonado de luz.

Piedras, granos de arena, rugosidades del mundo,
tanto que es tan poco: insectos, hierba.
Un río, un destello.
Una línea cortante de canoa,
una sierpe líquida de fondo de verde y musgo.

La distancia se dilata,
todo pide calma entre los besos del sol.
Tierra. Muerte. Líquenes.

Una ciudad contaminada de recuerdos,
preñada de lugares envenenados de experiencias,
lugares desgastados,
amarguras coordenadas entre sí.

Te voy a borrar las huellas desde mis zapatos,
hasta que sea mi rastro de fuego el dueño de cada esquina,
y no aquel beso,
ni ese adiós,
ni ese último crujido entre sonrisas
que no eran ni tú ni yo.

Lo limpiaré con llamas,
allá donde impusiste tu alma de arcón de luto,
olvidado en el fondo de una cripta,
elegida por esas otras sangres,
a la sombra de esos otros vinos
de cuencas tan gélidas como
la vergüenza del vidrio de los borrachos,
cuando te miran...


...
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