lunes, 21 de septiembre de 2009

Comuniones hippies


Así que me fui el sábado al parque del Alamillo a celebrar el cumple de aquella del nombre ocular. Día de exteriores, para variar. A este paso voy a acabar haciendo la fotosíntesis con los tubos fluorescentes de la oficina, las luces apagadas del local o las lámparas de bajo consumo del piso. Por eso decidí volver al exterior. Aún estaba a tiempo.

El cumpleaños estuvo muy bien: comida portorriqueña, buena compañía, un día excelente sin calor y con el cielo indeciso entre la luz y la sombra, mi perra estaba contenta corriendo por el césped, tenía un paquistaní con una deliciosa textura plastilínica y la gente estuvo muy agradable y simpática. Así que me animé a ir por la noche a los conciertos de la Alameda, tras un café bien cargado en casa, después de tantas señales de optimismo.

La Alameda, todos lo sabemos, ya no es lo que era. Adoquines naranjas en sustitución del albero; bueno, el albero siempre me ha parecido una mierda que todo lo ensucia, por mí le pueden dar mucho por culo. Lo peor es esa comisaría de policía, la transformación del bulevar en lugar de modernismo chic, el desfile de los nuevos hijos de papá que creen que ser rebelde consiste en llevar bien el uniforme y posar adecuadamente en un banco o apoyarse con estilo en una barra con actitud contestataria, “la revolución es la revolución”, etc. Ya no conozco la mayoría de las caras y las que sí, están tan degradadas en su mayor parte que sería mejor no verlas nunca. Pero la sensación, eso sí, por instantes, fue más o menos la misma que antaño; al fin y al cabo, lo de antes era más o menos lo mismo, pero sin horario de cierre y sin la tutoría paternalista (con su correoso estilo anglosajón de educar mediante la porra) de la madera recién llegada al barrio.

¿Y la música? Hoy cualquier mierda cuela siempre y cuando enarbole los cuatro eslóganes políticamente correctos y haga una fusión melódico-cultural. Eso es lo importante: tomar la caspa autóctona para mezclarla con la caspa que sufren otros a miles de kilómetros de distancia. Caspa con caspa, y sin imaginación. El insufrible espectáculo chistoso-flamenco-rave que tuve que tragarme me llenó de optimismo también, puesto que entre tanto incapaz mi vulgar música podría incluso sonar decentemente. Hay que ser positivo.

Lo importante hoy es aburrir al público a base de bien. Alguien se ha dado cuenta de que la iglesia tiene mucho que enseñar (al fin y al cabo han mantenido el chiringuito durante dos mil años con mucho éxito), y que la Santa Misa tiene siempre sus feligreses fijos que acuden siempre, porque lo divino, lo profundo y lo esencial tiene que ser, necesariamente, cansino, largo, tedioso y carente del más mínimo atisbo de espontaneidad o creatividad. Alguien, como digo, ha decidido traspasar ese mecanismo a la música popular: un tema de quince minutos donde todo consiste en la repetición de una melodía y un arreglo que no dicen nada ahora no es malo, sino profundo, y los entendidos que aprecian esa música presumen de poder escucharla durante horas, como un imbécil presume de cuánto tiempo es capaz de aguantar bajo agua sin respirar. Además, esa concepción de la excelencia musical da lugar a que los temas no se preparen, sino que se improvisen para lucimiento añadido e individual de los narcisistas implicados en perpetrar ese atentado musical contra la mente humana, que encima no saben sacarle partido a una base tan plana.

Y el sermón en las letras. Dios mío. Sevillanos moralizantes en lo políticamente correcto, esos, sí, que luego presumen de lo que roban o de lo que disfrutan de manera ilegítima. Pánico.

En fin: las misas laicas para vuestra puta madre, y el pleonasmo musical... bueno, para alguien a quien odiéis lo suficiente (que hace falta un mínimo muy alto para compensar la mierda que entró por mis tímpanos).

En fin, me lo pasé bien. Que los hippies sigan comulgando obedientemente hasta que la policía los mande a la cama a las doce.

Valiente mierda...

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1 comentario:

Felipe dijo...

Qué razón tienes. Tanto tipismo... debería desaparecer. Y con la policía tanto monta, esos si que son un problema y de los gordos. Un abrazo.

Felipe.