viernes, 3 de marzo de 2017

Los cadáveres del juego




Es triste ver cómo te instalas en la desgracia. Te has hecho un buen y cómodo nido desde el que exigirlo todo sin deber nada a nadie, y te has otorgado el derecho a hacer daño en nombre de tu dolor. Verás, es aquí, y no en las vanidades contrapuestas de las superficies donde te sientes cómoda, donde se demuestra la talla que se pretende. Tú sólo lloras, y exiges tu derecho a llorar. Nada más. La poesía en ti suena a mentira.

Hay muchas cosas que no sabes, porque yo no hago mercaderías baratas de cantina a costa de ellas. Yo sí que las tengo en un pedestal a su debida altura, sin mancillarlas lanzándolas al barro de los que no tienen orgullo y chapotean sin sentir el más mínimo pudor por mostrar su desnuda ambición por ganar incluso batallas delirantes. Estoy cansado de tu misma y vieja historia, esa que he podido conocer por mi cuenta, la de los hospitales, las noches en blanco, las lágrimas cotidianas. Y voy a añadir cosas que tu prosa grosera no alcanza: ¿sabes lo que es llevar a alguien del brazo en el pasillo, en su paseo diario y sólo sentir dos emociones, desgarro y orgullo, orgullo por estar ahí con él, con ganas de gritar a todos que este hombre enfermo es tu padre y aún en ese estado está por encima de todos vosotros? Si sabes que sé esto, ya lo sabes todo. Tú mientras tanto estabas haciendo malabares baratos con las palabras, los gestos, las poses y las personas... me aburre escuchar tu permanente elogio a ti misma...

Los que ganan, lo hacen por incompletos; los que pierden, también. Métete tu guerra donde quieras, yo no estoy ahí. Coge tus desgracias, viejas ya, y haz sombras chinescas para otro ser sin terminar: yo estoy acabado, y por eso soy. Tú sólo sueñas con ello... Sabes que no tienes sitio aquí.

Mientras tú,
pobre niña inerme,
juegas a fatalidades de diseño,
sí, yo juego contigo,
como lo hacen los gatos antes de comer
- a veces, sin embargo,
los gatos abandonan
los cadáveres del juego...

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