sábado, 6 de mayo de 2017

La sintaxis del náufrago








La calma, la calma acabó instalándose. De algún modo, en algún momento se hizo dueña de todo.

La llama se serenó mientras observaba los meandros de arena dejarse dibujar por el soplo constante de la brisa del mar hecha mil cauces.

¿Puedes ver el tono pardo que refleja la mirada indiscreta del sol a través de una mirilla abierta entre las nubes, e impresa entre tus pies desnudos? Las chispas de vidrio, quebradas como granos pasados por el mismo molino que empuja los relojes, señalan que la tormenta amaina.

Si cierras los ojos, las oirás más cerca: ellas, mejor que nadie, contienen las palabras; el viento, que acaricia el cuello y susurra secretos en el cabello, impulsa los verbos; el cielo y sus contrastes cambiantes representan el sujeto que se crece y hace fuerte. Y en medio de todo estoy yo, la letra escrita, el testimonio y la concreción de los vocablos hambrientos de contenido.

Pronunciar, poner nombres propios, bautizar con la alquimia de los labios las celdas vacías donde la luz se pone.

Sentado en la playa, una corriente que emana de la tierra y se pierde entre las estrellas me mantiene erguida la espalda. Es entonces cuando puedes respirar desde lo más hondo hacia lo inalcanzable. ¿Has naufragado? Resulta cómico protagonizar cualquier cosa. Nada vale aquí, más allá de las simples coincidencias y accidentes microscópicos sin ningún significado.

Pero lo importante no es eso. Lo importante es la arena, escúchala, ella habla tu idioma. Debes dar cada puntada muy despacio, no te pierdas los reflejos de la aguja, debes escuchar cómo el hilo atraviesa el tejido roto de las velas que reparas en esta costa desierta. Su fricción con la lona, la tensión de la hebra, todo te habla en un idioma olvidado a través de las yemas de los dedos. Ahí, y no en otra parte, está el verdadero mensaje. Cierra los ojos si es necesario, instálate en un presente libre de urgencias, sin prisas. La impaciencia es la enfermedad de quien corre sin ir a ninguna parte.

Recuerda que la vela arrasada por el temporal se zurce sin pensar en el mar: "respira", te dice el viento, "sueños" te dice la arena, y el cielo no hace más que gritar "tú", hasta disolverte entre las nubes sin despegarte ni un centímetro del suelo...


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