viernes, 3 de julio de 2009

Barrendero de madrugada

Estoy enganchado al Cubase. Qué herramienta tan cojonuda. Ojalá todo en la vida fuera tan sencillo. Metido en el local, pasan las horas volando mientras creo música a la carta. Ahora todo depende de mí. Componer así es lo mejor que me ha pasado. Ahora puedo darle forma a toda la sinfonía que martillea mi cabeza, puedo oír con sonidos reales cada una de las canciones e ideas a las que sólo tengo acceso a través de la imaginación y, sobre todo, hacerlas accesibles a la imaginación de otros, mis compañeros de los U-Bets. Puedo hacer bases sobre las que practicar e improvisar indefinidamente con la guitarra. Puedo hacer lo que quiera.

Ahora fantaseo con la adquisición de ese palo que probé en casa de un luthier (un instrumento delicioso) y de un buen pod lleno de efectos que me faciliten la vida, y planeo crearme mi propio myspace personal de guitarrista flipado. Estoy tan entusiasmado que me estreso por la ansiedad creativa, que supera mis capacidades físicas; tan nervioso que apenas puedo respirar hondo y sentarme a escribir: el corazón va muy por delante, las ideas ya no tienen vigencia cuando las acabo de expresar, los sentimientos giran sobre sí mismos tan revolucionados que se me quitan las ganas de atrapar uno sólo de sus instantes. Tengo que parar un poco, tranquilizarme, pero de nada sirve declararlo. El local, con el ordenata, la supertarjeta de sonido, todo conectado a los bafles a través del juego de voces, el bajo, la guitarra, los amplis, los samples de batería, los ceniceros y el aire acondicionado: ahí soy feliz. Y qué satisfacción, luego, cuando los temas empiezan a tener la forma que les corresponde.

En cualquier caso, me jode escribir tan poco, así que voy a pegarle un chiflido a la inspiración (a ver si viene) y escribir un poema, a modo de disculpa conmigo mismo. ¿Otro poema de sexo? No, ahora no. Dejémoslo estar por hoy en casa. Prefiero uno sobre la sabiduría del musgo y sus lecciones de sombra y sus sueños de agua (y dale con el agua y la sombra y el tiempo y el silencio y etc.)...


Barrendero de madrugada

Ella- un contorno que suena a tuba al tacto,
un calor de caoba;
un ensueño de uva en las yemas de los dedos.

La calle- la luz se despierta y se levanta,
eleva la cabeza y, como ella,
ilumina lo que cree que la ciega.

Mis zapatos- pesan tanto que la acera crea ecos
del recelo sospechoso de mis pasos.

Mi guitarra- tiene un mástil de emergencia
que obedece a la mecánica precisa
del cálculo del ábaco.

Y una hoja,
una hoja que se baila verde,
observada por el musgo,
mientras dice “sí” el chasquido de paja de una escoba...

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