lunes, 30 de agosto de 2010

Soltando lastre



Ensordecedor el rumor. Recuerdo cuando en la infancia aún creía en la amistad. Luego, navegar y navegar conllevó hacerse un especialista en despedidas, en reponer sus huecos y lugares con personas nuevas. Después, el intento de comprender; o sea, probar la amistad duradera, la nobleza de espíritu, los valores de la convivencia. Sólo por aprender; sólo por comprender. A veces, los estudios y experimentos traen consigo resultados inesperados.

El caso es que, tras diez años de trabajo y buenas intenciones, la conclusión es clara. Más vale navegar, levar anclas o soltar lastre para elevar el globo, sin duda alguna, y proseguir con esta vida que es un viaje de caras nuevas. No ha valido la pena detenerse, pero la lección ha sido buena, magistral, definitiva. Abrir brecha es una labor solitaria. Abrir brecha es un tatuaje del alma, y no hay aguja que alcance su piel cuando las cartas ya están echadas.

Ensordecedor el rumor de los anhelantes. ¿Qué se siente al renegar de uno mismo? ¿Qué clase de orgullo permite que alguien se rebaje al sueño de ser otro y, a la vez, desear a ese otro la peor de las existencias? Ay, el orgullo herido de los indignos, esa daga que quiere herir y no sabe dónde clavarse.

Abrir brecha, oír el ensordecedor rumor de los desesperados. Una muñeca, un clamor, un gesto y mil abrazos rotos. Adiós, amigos. Vivís una mentira. La amistad no existe; al menos, la vuestra no; o, más preciso, la mía ha muerto.

A donde voy no podéis seguirme, aunque gritéis y pataleéis. No es culpa mía. Echádsela al viento.


Es mejor que aprendáis a beber de vuestra propia fuente; si no, morid de sed si conserváis algo de orgullo, algo de dignidad. Para andar no os necesito ni os he necesitado nunca. Fue divertido, y en ello radicaba su utilidad.


Pero hace años que no, y no veo motivos para seguir con esta pantomima...

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