miércoles, 1 de junio de 2011

El gaitero de Silvio

Estaba en la barra del bar, poniéndose bien tibio. Aparte de eso, solía tocar la gaita por las tardes, pero sólo le salía música por casualidad, contadas veces, y esa música era sólo normal en esas excepcionales ocasiones; el resto del tiempo ni siquiera era basura. Sin embargo, hablaba y hablaba pegado a esa barra, con el vaso arriba y abajo y un ardor de farmacia en su aliento de palabras de inquina al rojo vivo. Había tocado con Silvio. El grande. No paraba de recordarlo o de decirlo: él había sido importante, él había tocado la gaita con Silvio. Sin embargo, a la vez que lo subrayaba, lo denostaba continuamente.

- ¿Er Silvio? ¡Ese no valía nada! ¡No tenía ni compás ni cantaba ni sabía tocar! ¡Era un mierda!

Ahora todo el bar sabía ya que él había tocado con Silvio, todos lo habían mirado, y algunos hasta le escuchaban. Así que seguía bebiendo y machacando el mismo tema. Los demás asentían, los parroquianos, todos con su vaso en la mano, todos con una historia de humillación social detrás, todos víctimas profesionales. Y cada uno de ellos con una solución definitiva para los problemas del mundo bajo el brazo, que incluye una explicación de las afrentas de los hombres, “que no los escuchan”, “que no los tienen en cuenta”, “que es que los han dejado con la única alternativa de ponerse a bramar fuego al ritmo de los tragos de vino”. Y todos demasiado humildes, como auténticos mártires convencidos de su limpieza moral, para abandonar la tertulia e iluminar al resto de la humanidad con su secreto tan bien guardado, y ponerse a trabajar en esas luces que publicitan continuamente. No; por humildad de sherpa prefieren sacrificarse y renunciar a los laureles, y que los exploradores ilustres se lleven los honores de la cumbre. El rencor que exhiben debe ser, pues, producto de otra cosa...

-          Er Silvio, ojú...- decía, ya bien alicatado- ...er tío... ¡Menudo mierda!- y daba otro trago.

Lo malo del alcohol es su similitud con el raciocinio de los imbéciles; les hace incurrir en las mismas incoherencias, y el caos de la memoria les hace olvidar lo que dicen y desdicen. Porque cuando lo conocí, años atrás, le faltó tiempo para decirme que él había tocado la gaita con él, con Silvio, el grande, el rockero de Sevilla. Cosas que se olvidan. Imbéciles y borrachos, claro. “Macarena, de Triana eres tú”. Querer y no poder. Admirar y odiar.

- Pod que yo metí una gaita en ese tema, que fue tan famoso; y er Sirvio no quería, ¡podque no tenía ni idea!, pedo yo lo convensí, dsho le ayudé a alcanzar la cima, ¡sin mí no habría podido!...

Y así seguía con su cantinela.

- Y de no ser por esha cansió, ¡no she habría comido nada JAMÁS!

Todos le daban la razón. “Claro, tío, tú si que eres un artista”, y pedía otra ronda mientras lo otros se miraban con complicidad. “Silvio no habría sido nada sin ti, colega, te lo debía todo”.

- ... ¡Esho! que me lo debía a mí todo, TODO. Sería mierda er Sirvio eshe... No tenía ni compash ni ná... ¡Y desafinaba cantando, que dsho she lo deshía siempre!

“¡Claro, claro!” decían el resto de borrachos.  Más y más copas. “Tú eres el más grande, sin haber grabado ni un disco”.

Yo lo dejé allí, junto a sus jaleadores. Y por el camino recordé los versos de Antonio Machado.

“Los ojos siempre turbios de envidia o de tristeza,
guarda su presa y llora la que el vecino alcanza;
ni para su infortunio ni goza su riqueza;
le hieren y acongojan fortuna y malandanza.”

Yo conocí a Silvio. Sólo me lo presentaron una vez. Y su silencio tenía más nobleza que diez mil gaitas como esa juntas.

No, nadie enseña a “ser Silvio”, por mucho que desee haberlo hecho...

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2 comentarios:

Isabel chiara dijo...

Esa envidia, ese mal rollo y esa queja constante por el olor de la propia mierda... no es gratuito eso de la mala follá

Isabel chiara dijo...

esa envidio, ese mal rollo, la queja constante por el olor de la propia mierda..., no es gratuito eso de la mala follá