lunes, 3 de junio de 2013

Suzanne y el cuero





Tenía esa chupa de cuero desde los 16 años. Lo recuerdo bien: la vi un día colgada en una tienda y supe que era mía. Desgastada, con cremalleras grandes y cierre central. Eso me gustaba. No era la típica chupa cruzada de motero, el cuero era de primera y no era del todo cara en su género. Aquellas navidades invertí todo lo que conseguí de abuelas, tíos y padres en ella, y por fin salí de aquella tienda con el artículo en la bolsa. Aquella chupa se convirtió en mi segunda piel. Fue conmigo a Canarias, a Moscú y, nueve años después, a Leipzig, Alemania. Mi chupa había sido testigo de tantas vivencias, tantas juergas, romances, música, historias... El cuero seguía bien, pero el forro interior estaba destrozado y los bolsillos totalmente agujereados desde hacía años. Todo el mundo me aconsejaba que me deshiciera de ella, pero para mí tenía un valor sentimental muy importante. Estaba dispuesto a llevarla al sastre para rehacer el interior y los bolsillos en cuanto pudiera pagármelo.

Cuando conocí a Suzanne no la llevaba puesta: aquel era un mayo de una primavera embriagante y calurosa. Iba a pasar por mi casa con mi amiga Esti precisamente para recogerla, porque nos largábamos a comer a casa de Andrea (aunque ella aún no lo sabía) y luego por la tarde nos íbamos los tres a un lago de las afueras de Leipzig a encender un fuego y recibir una serenata de timbales y didiridús por parte de nuestros amigos Greinier y el resto de alemanes rastas, todo aderezado con cantidades industriales de marihuana de la buena. Y por la noche refrescaba en los lagos, de ahí la necesidad de recoger la chupa.

Mi piso no tenía cerradura, se podía abrir tal cual, y tal cual entramos me encontré en el recibidor a Suzanne. Me quedé un poco pasmado. Sabía que mi compañera de piso, la violinista Sarah, andaba buscando alguien que ocupara su habitación, puesto que pronto iba a dar a luz y se iba a vivir a otro lado. La niña era guapísima, con el pelo largo, castaño y ondulado, unos ojazos verdes enormes y un tipo que dejaba casi sin aliento.

- Hola- me dijo- soy Suzanne, soy la nueva compañera de piso.
- Vaya- le dije extendiéndole la mano- yo soy Kique.

Ella sin embargo apartó mi mano y me dio dos besos en la cara.

- Conozco a los españoles, es tradición darse dos besos- me aclaró- Sí, ya me lo imaginaba, “el compañero español que nunca está”, como dice Sarah, jajajaja
- Bueno, tú sabes, la vida moderna es muy absorbente...
- Ya, estás de erasmus, ¿no?
- Sí, y la verdad es que no paro. De hecho ahora me largo a comer con mis amigas.
- Bueno, espero verte pronto.
- Claro- le dije- y salimos por la puerta.

Bajando por la escalera el silencio de Esti lo decía todo. La miraba y se partía ella sola.

- Me sé de uno que a partir de ahora va a parar más en casa- me dijo canturreando.
- ¡Uff, esti! Esta brutal, ¿verdad? ¡Ya era hora de que me tocara una compañera en condiciones!
- ¿Le vas a meter cuello?
- ¡No! Es compañera de piso, no creo que sea buena idea, pero alegra la vista, eso sí.
- ¿Tú con miramientos? Será que estás resacoso...
- No eres más que una berraca del norte.
- Y tú un moro mierda.
- Jajajaajajajaja
- Jajajaajajajaaj

(...)

Al día siguiente regresé a mi casa por la tarde. Ella estaba en la cocina y había un chaval que por fin había ocupado la habitación pequeña la semana anterior. Al parecer se lo había pensado mejor y había venido a decirnos que no se quedaba.

- No te preocupes- le dije- ¿quieres tomar algo? creo que tengo vino por ahí...
- Vale, tengo algo de tiempo.

Entramos en la cocina. Suzanne llevaba una camisetita de tirantes y unas mallas negras ajustadas, y estaba sentada con una pierna flexionada sobre la silla. Tenía un aire lánguido que resultaba de lo más atractivo. Había un algo trágico en su mirada brillante y húmeda. Tenía un olor muy especial que se apreciaba por toda la casa, cuya química hacía estragos sobre la mía. A veces la atracción es así, avasalladora, químicamente explosiva.

- Suzanne- le dije- vamos a tomar algo de vino, ¿te apetece?
- Vale, me gusta mucho el vino.

Nos pusimos los tres a beber, mientras manteníamos una conversación trivial sobre pisos, trabajos, ciudades, modos de vida. Pude saber más cosas de ella: que no era de la región, sino de Saarbrücken y que, por lo tanto, hablaba también francés; que acababa de llegar a Leipzig y no conocía a nadie; que sólo se dedicaba a trabajar en la universidad todo el día; que estaba perdida y sola y que le interesaba mucho la comida sana y las infusiones extrañas. Ella me miraba a los ojos. Nos mirábamos intensamente el uno al otro a cada silencio. Poco a poco, la conversación disminuía y los silencios se hacían más largos. Ella sacó una de sus botellas. Al cabo de un rato, el compañero fallido nos miró a los dos de manera extraña y se despidió.

- Aquí va a ocurrir algo- dijo al largarse por la puerta, entre risas. Ni Suzanne ni yo nos dimos por aludidos. Sólo nos miramos una vez más. Me encantaba cómo bajaba los párpados con esas pestañas tan largas cuando la mirada que manteníamos llegaba al límite a partir del cual... pasan cosas.

Cuando se largó acabamos nuestras copas, en silencio, mirándonos. Esa tensión resultaba deliciosa, y precisamente por mantener la delicia me fui a dormir, pretendiendo seguir fiel a mi principio básico de no liarme con las compañeras de piso.

(...)

Llegué a casa después de almorzar. Era viernes y me habían invitado a una fiesta de cumpleaños de una amiga alemana. Estaba contento. Suzanne estaba en la cocina.

- ¿Qué tal Suzanne?- le dije animosamente- ¿cómo se te presenta el fin de semana?
- No tengo nada, ¿y tú?
- Esta noche me voy a una fiesta, ¿te apetece venirte?

Mostró entonces un semblante grave y estuvo pensativa varios segundos. Parecía una decisión trascendente. Al cabo de unos segundos más, respondió.

- Vale, iré contigo.

Y se fue a su cuarto a arreglarse un poco. Más tarde, mientras Suzanne y yo nos terminábamos la segunda botella de la tarde, vinieron a buscarme unos cuantos amigos a los que también había invitado por mi cuenta y riesgo. Por aquella época había muchas cosas que me sudaban la polla, una de ellas era la etiqueta de las fiestas.

- Chicos, esta es Suzanne, mi nueva compañera de piso- les dije. Esti me miraba con cara de pillina. Andrea, que también estaba al tanto de mis impresiones, me trincó del brazo escaleras abajo, por delante.
- Kique- me dijo emocionada- tenías razón, está que te cagas.
- Bueno, hey, que se nos va la olla- le dije señalando al reloj.

Llegamos a la fiesta y más o menos a los diez minutos fui expulsado de ella por la indignadísima anfitriona, junto a todos mis amigos. En Alemania, uno no es igual a seis. La chica se puso en jarras, paró la música y me gritó señalando la puerta.

- ¡¡Fuera!! ¡¡Largo de aquí!!

Me volví sonriente hacia mis colegas.

- Bueno, yo creo que nos vamos, ¿no os parece?

Suzanne se me pegó y me cogió del brazo mientras íbamos escaleras abajo. Ya en la acera andábamos muy por delante de los demás. Yo me reía, bastante ciego, y ella se reía conmigo. Y en un momento indeterminado empezó a besarme.

Suzanne era todo corazón: no te besaba, te devoraba; era capaz de llevarte a alturas inimaginables. Era tan intensa, que al final me dejé vencer y caí sobre la acera de espaldas, con ella encima mía devorando y devorando sin parar. Yo acabé tumbado con los brazos en cruz sobre el suelo. Entre sus pelos, veía a veces el cielo oscuro y estrellado por encima de las farolas. Pronto pasaron mis amigos, de largo. Apenas pude oír sus burlas y jaleos al pasar, porque Suzanne ponía verdadero empeño en su entrega.

Al cabo de un rato la convencí para llegar a casa (en realidad estábamos a apenas un minuto de ella), y en el recibidor, solos por fin, la cosa se puso más intensa aún.

Pasamos toda la noche sin dormir. Suzanne seguía devorándome, daba igual los polvos que lleváramos: ella simplemente no paraba, y uno tras otro se iban sucediendo sin dejar de besarnos, de tocarnos, de recorrernos.

A la mañana siguiente se marchó. Iba a su ciudad a recoger algunas cosas y regresaría el martes. Yo me quedé en su cama. Olía toda a ella, como yo.

El martes por la tarde entró por la puerta, dejó caer la maleta al suelo y vuelta a empezar, sin intercambiar palabra, hasta la noche...

(...)

El romance duró una semana, tras la cual vino un amigo íntimo de Suzanne a visitarla unos días. El día en que llegó me pidió que durmiéramos por separado mientras él estuviera allí. Ella había pasado por una ruptura recientemente y este chico conocía a su expareja. Algo contrariado, me fui a dormir temprano deseando que llegara el día siguiente con algo de sol y cosas nuevas.

Al día siguiente no me quedé en casa por la noche, preferí salir. Y por ahí me encontré a Emily, una pelirroja irlandesa con quien me enrollaba cada vez que nos veíamos por ahí. Emily era una chica estupenda, con quien me entendía perfectamente sin casi articular palabra. Nos liamos. Se vino a casa. Era una situación un poco embarazosa: tenía que entrar sin despertar a Suzanne y sin que Emily notara ese empeño. Lo conseguí de milagro y pasamos la noche juntos. Por la mañana se asomó a mi dormitorio el amigo de Suzanne y nos vio: los dos desnudos durmiendo. Cuando ella se fue, fui a la cocina y allí estaba él (Suzanne ya se había marchado a la universidad).

- Perdona, no sabía que no estabas solo- me dijo.
- No te preocupes- le dije. Pero sabía que ya era tarde. De esto se iba a enterar Suzanne.

El caso es que andaba mal de dinero, la casera venía todas las mañanas a ver si le pagaba y estaba cada vez más agobiado, y dado que esta niña sólo parecía querer divertirse, y que su amigo descubría todas mis travesuras y demás, decidí ausentarme una temporada de casa e instalarme en la de Andrea hasta reunir el dinero para pagar a Sarah y hacer el golfo sin vigilancia. Total, casi vivía allí. Andrea me proporcionaba risas, una amistad sana, cariño y ayuda y protección. Se puso muy contenta cuando se lo dije. De hecho me llamaba todos los días.

- ¡¡Kiqueee!!! ¡¡Ven a casa que me aburro, por favor!! ¡¡Y te invito a comer!!

Así que me presenté con algo de ropa, mi chupa de cuero y mi cara de refugiado en su casa al mediodía.

- Ok- me dijo- vamos arriba a bajar un colchón.

Durante aquellas semanas que pasé conviviendo con Andrea sobrevivíamos a duras penas. Cuando ya no podíamos más, me iba a la bolsa de trabajo de la universidad y echaba una mañana en una obra subiendo vigas o tablones a un sexto piso, tras la cual me pagaban en el acto. Todo esto se mezclaba con nuestros intentos de llegar a tiempo a algún concierto saliendo de casa borrachos de vodka con zumo de arándanos a las doce (cuando los conciertos solían ser a las diez y media, con puntualidad alemana). El verano había llegado de lleno y caminábamos por las mañanas borrachos de deseo. Cuando Andrea veía algún tío que le gustara, me lo decía, y yo hacía lo mismo.

- ¡¡Arrrgh!! ¿Has visto ese tío de los pantalones cortos? ¡¡Me lo comía!!- me decía cada dos minutos.
- Ya, ya- le contestaba- pues a la que va con él tampoco le hacía yo un feo.
- ¿Se lo proponemos? jajajajaajajaja
- Jajajajaajajajaa

Se mezclaba todo. Hacíamos bizcochos de hachís y cubos cuando nos aburríamos por las tardes. Tomábamos pastis. Tomábamos de todo. Al final tuve que devolver la llave de la mensa universitaria para recuperar los 15 marcos que se daban a modo de fianza al adquirirla a principios de semestre, para poder comer. Se los di a Andrea y regresó con vodka y zumo de arándanos.

- ¡Estupendo, Andrea! ¡Todo el día llamándome juerguista y ahora, en vez de comida, compras eso!
- ¿Me adoras, verdad?- me dijo.

Al cabo de un tiempo y dos o tres trabajos de obras, reuní el dinero para el alquiler que debía y se lo mandé a Sarah por transferencia bancaria. El semestre acababa y tenía que pensar en regresar a España. Encontré en Last Minute un billete tirado y lo compré. Andrea me abrazó fuerte a la salida de la agencia.

(...)

Era la víspera de mi marcha y aparecí en mi piso por fin. Allí estaba Suzanne, preciosa y estupenda, y un chico rumano que había ocupado finalmente la habitación pequeña. Suzanne se alegró mucho de verme, se ve que había estado preocupada por mí.

- Mañana regreso a España- le dije.
- Oh, vaya, qué pena, pero es lo mejor para ti, ¿no?
- Ya ves cómo “vivo” aquí...

Guardó silencio.

- Esta noche hay una rave ilegal en el bosque, bajo un puente ferroviario de donde pinchan la luz, ¿te apetece venirte? es mi última noche.

Suzanne hizo el mismo ritual que la vez anterior: se lo pensó con gravedad y al final me dijo “sí, iré contigo a la rave”, sólo que ahora yo sabía muy bien qué significaba eso.

Fuimos a la rave con Esti y Andrea, que querían despedirse de mi a lo grande. Ya tarde, nos sentamos a descansar del baile Suzanne y yo, y nos volvimos a liar. Suzanne, como siempre, actuaba como una posesa. Rodeados de montones de gente sentada, se me puso encima y empezó a devorarme y a revolverse de tal manera que diríase que se me iba a follar allí mismo, así que le propuse largarnos. Por el camino en el bosque echamos un polvo porque con ella no había negociación que valiera. Llegamos a la carretera y milagrosamente encontramos un taxi y nos fuimos para casa, donde seguimos el resto de la noche. Esti y Andrea se habían quedado en la rave puestísimas de una maria excelente que les habían regalado.

- Quédate...- me susurraba Suzanne cada dos por tres, reliándonos entre las sábanas.

¿Quedarme? En el momento me parecía una locura. La iba a destrozar. Me iba a destrozar. Acabaría loco perdido. Me hice el sordo.

Por la mañana estuve recogiendo mis cosas y entonces caí: mi chupa de cuero la había dejado olvidada en casa de Überjens en una fiesta dos días antes, un animal teutón que bebía como una morsa y se follaba todo lo que le ponían por delante. Y no me daba tiempo de ir a por ella: debía tomar un tren a Colonia y allí coger un avión a Málaga. Le pedí a Suzanne que la recogiera y me la mandara por correo, le di el dinero para el envío, la dirección de Überjens y la mía en España. Salimos pitando para la estación de tren. Esti y Andrea me despidieron. Andrea, mi amiga del alma, lloraba a borbotones y la abracé con todas mis fuerzas. Me despedí de Suzanne. El tren salió conmigo dentro.

(...)

Suzanne nunca me envió la chupa. A veces creo que simplemente se las comió Überjens: la chupa y Suzanne.

Pero a veces me paro a preguntarme qué distinta habría sido mi vida si le hubiera hecho caso; si me hubiera quedado en Alemania con ella- ¿Acaso no lo tenía todo?

Si hubiera decidido centrarme un poco. Si hubiera sabido conservar mi chupa de cuero...


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