lunes, 21 de diciembre de 2015

Sobre lo que pone triste







Llevaba varios meses sin hablar. Sólo fumaba. Sin embargo era considerado, en cierta manera, una grata compañía por los demás a juzgar por la insistencia de mi entorno, que intentaba siempre sacarme de ese estado de letargo en el que intentaba no ahogarme. No recuerdo por qué, hacía varios días que me visitaba Olga, una vieja amiga con quien oía música, fumaba canutos y tomaba rayas. Pero no hablaba. Eso a ella le daba igual, hablaba por los dos durante horas, sobre la música que sonaba, sobre su vida o sobre sus desastres. Pero hasta a ella, al final, la desesperaba mi absoluta indiferencia hacia todo lo que no fuera mi tabaco y adminículos. Sabía que casi nunca la escuchaba, que mi cabeza andaba perdida en un mundo de recuerdos y suposiciones oscuras y dolorosas en el que la única certeza era el dolor. No podía escuchar. Mi atención se la llevaba una corriente que todo lo aspiraba hacia el fondo de un pozo, y no tenía brazos que me pudieran sostener durante más de tres minutos, con mucho esfuerzo, para prestar atención a toda aquella nada que me rodeaba que sólo era una parte indiferente de una nada mayor que me aplastaba por dentro y por fuera. Olga insistía para que la escuchara, me agarraba la cara con la mano para que al menos la mirara mientras me hablaba; me decía, con los ojos fijos y pegados a los míos, "vuelve o déjame entrar". Y yo me encontraba tan lejos de ella ahí, semitumbado en el sillón, con Olga casi sobre mí, con todo mi espacio vital invadido por su cara, que lo único sincero que le podía decir era que este era un mundo triste, que ella era una persona triste, que yo no era más que tristeza, que todo me transmitía amargura y pena, que nada me parecía digno de siquiera ser percibido y que nunca iba a cambiar, nada, esta vez no; esta vez me iba a quedar así para siempre, no lo iba a superar como en otras ocasiones porque las anteriores sólo fueron una broma y no estaba preparado para bajar tan bajo y ser capaz de regresar.

Pero en lugar de eso, me reía. En cierto modo, protegía a Olga de mis demonios. Todo mi dolor, y esa situación, y la imposibilidad, y no tener ni fuerzas para hacerte entender desembocaba en una risa de suficiencia que buscaba zanjar el tema por el camino más corto. El aire era marrón y triste. La luz era marrón y triste, el sol era marrón y triste y hasta el color rojo era marrón y triste. De repente la risa te salva de todo. Entonces, ella, desairada, me miraba con esos ojos únicos tan propios de sujetos llenos de curiosidad que ven de verdad. Cuando miraba así, me veía, y eso casi nadie ha sido capaz de hacerlo conmigo en toda mi vida. Ella tenía la virtud de ver mi alma cristalina a través de todas las máscaras y mentiras y le encantaba jugar a ponerme en un compromiso. "Cuéntame qué es" me decía y veía mi dolor oculto. Yo, que lo sabía, le devolvía su franqueza incómoda con cinismo. "He dormido mal".

Se alejaba, indignada. "Hipócrita", me decía. "No lo haces porque no quieres, pero sin engañarme, yo te he visto", repetía.

En una de estas ocasiones en que había logrado quedarme solo en mi local, regresó al rato para presentarme a una amiga suya, su mejor amiga, alguien estupendo, que hacía mucho que no veía.

- Bien, que pase
- Sales tú, estamos en el despacho de Carlos
- ¿Estáis seguras de lo que hacéis?
- ¡Sal!

Al final salí a regañadientes, llegué a donde ellas estaban, me senté. Me resultaba imposible compartir habitación con otros seres humanos y tener fuerzas para estar en pie. Me presentó a su amiga, Cristina se llamaba. A primera vista muy guapa, esbelta, distinguida. Es difícil explicar que la belleza pueda poner triste, pero así es: se te presenta como una aspiración no culminada a un grado de belleza superior que nada tiene que ver ni con facciones ni con cabellos. La belleza pone triste porque es un halo de falsa esperanza. Todo te entra por los sentidos con la garantía de que todo se acabará desmintiendo y de que no hay más que frío en este mundo.

Ella, sin embargo, parecía en otro nivel. Inmediatamente inició un interrogatorio mientras Olga preparaba una ronda para todos. Me miraba directamente a los ojos, tenía una mirada inteligente y franca.

-  Tú eres Kique, ¿no?
- Sí
- Dime, Kique, ¿a qué te dedicas?

Puede parecer extraño, pero mientras ella formulaba estas preguntas, yo le formulaba otras a ella que no me permitía pronunciar. ¿De dónde sacaba la energía suficiente para sentir un mínimo de curiosidad por algo? ¿Cómo conseguía esa apariencia vital y optimista? Me parecía que se debía necesitar toneladas de energía para sólo hacer eso. Pero decidí ser franco.

- Estoy harto de contar el mismo rollo de mi trabajo, me siento como un loro y siento náuseas cuando me oigo a mí mismo repetir todo el discurso otra maldita vez. No es ni interesante, ni me hace sentir realizado, ni me pagan mucho.
- No quiere hablar- añadió Olga- No le gusta.
- Ajá- dijo mirándome pensativa- estás pasando un mal trago, ¿no?
- Sólo necesito tranquilidad y tiempo, le doy a mi cuerpo lo que me pide, y me pide distancia
- Está hablando- decía Olga- Cristina, está hablando.

Más rayas. El novio de Cristina llamaba. Estaban enfadados y ella estaba bebiendo y drogándose con nosotros debido a ello. "Todos estamos muy bien", pensaba yo. Al final le estuve contando todas mis penas a Cristina hasta que llegó su novio Raúl. Un tipo simpático, estuvimos escuchando música y todo fue extrañamente bien.

Sin darme cuenta, era la primera vez que socializaba en cuatro meses. Que considerara "socializar" a eso era muy ilustrativo de todo lo demás.


(...)


Había pasado medio año desde entonces. A aquella "apertura" tan significativa siguieron muchas otras y en general, la gente del lugar dejó de llamarme "el espíritu" a mis espaldas debido a que ya hablaba con seres humanos. Me llamó Olga por teléfono.

- Kique, Cristina y Raúl, a quienes les caíste muy bien, me han pedido que te invite a su fiesta del viernes en su casa
- Puf, ¿fiesta? ¿Con gente? Me va a costar...
- Tienes que ir, es una fiesta temática de la peli the rocky horror picture show, ¿la conoces?
- Pedazo de musical, sí
- Hay que ir disfrazado
- Pero qu..
- Ni peros que valgan, ¿tienes un chaqué?
- s..sí...
- Ya lo arreglaremos, el viernes hablamos al mediodía. Vendrán niñas, a ver si te follas alguna
- ¡Pero es que follar me pone trist...!
- ¡Hasta el viernes!


(...)



Llegué a la fiesta. Era una casita adosada monisima en el centro de Sevilla. Disfrazado. Raúl ultimaba los últimos preparativos decorativos (estaba súper emocionado).

- Mira Kique- dijo señalando a un bolsón de marihuana- vete haciendo uno de esos.

Era una marihuana exquisita que fumé plácidamente en la gran terraza de la planta de arriba, tan buena que me hizo ascender a alturas maravillosas de las que es difícil bajar para una conversación banal de una fiesta. Me hice dos más mientras llegaba la gente.


(...)


Habían pasado dos horas. La casa estaba hasta arriba de invitados. ¿Quiénes eran todas estas personas disfrazadas? ¿Por qué estaba yo en medio sin hablar con un vaso en la mano, vestido de vampiro intergaláctico y con los ojos rojos y liando canuto tras canuto? Olga ya estaba borracha y empezaba a dar tumbos y a empujar a la gente y a liarla en general como era su costumbre. Yo estaba en la terraza y la veía formándola en el salón de dentro, y no podía hablar. Me apoyé en la barandilla dando la espalda a la calle para parecer más natural. Dios, veía dolor por todas partes, oía conversaciones donde la gente desahogaba sus frustraciones mediante la articulaciòn de palabras, y era capaz de ver las motivaciones que no se ven expresamente en la autopublicidad que todos practicaban. Entonces percibí por el rabillo del ojo que alguien a mi derecha intentaba entablar conversación conmigo, esos movimientos previos a las palabras, esas cosas. Aproveché e hice como que iba a con urgencia al baño y escapé. Entré en el salón. Mismo panorama. No sabía dónde ponerme. La verdad es que tenía ganas de estar en mi refugio caliente, mi música, café, tabaco, canutos y nada más que eso.

En el fondo del pozo no hay oscuridad ni angostura porque el pozo eres tú. Mi infierno era un espacio abierto e infinito en medio del cual yo tenía un refugio de hielo que era caliente por dentro, rojo en la oscura llanura blanca de un invierno sin final, y en esos espacios blancos de las llanuras y en el límpido firmamento oscuro del cielo imaginaba mundos enteros y, sobre todo, no necesitaba nada- a pesar del dolor hecho órgano gemelo del corazón.

Pasó Cristina, que estaba espectacular, y me presentó a otra amiga.

- Ah, Kique, ¿qué tal? ¿A qué te dedicas?
- Voy a bajar a servirme algo a la cocina

Huí a la planta de abajo y en la cocina estaba también Olga.

- Ven- me dijo llevándome a un dormitorio.

Allí se hizo más rayas. 

- Estupendo- le dije.

Ahora Olga estaba pedo perdida y subió de vuelta a la fiesta. Entonces, tras un minuto de pie, me dí cuenta de que una chica con un vestido rojo muy mona llevaba todo ese rato a mi izquierda, iniciando movimientos previos a las palabras y...

- Hola- me dijo finalmente
- Oh, hola- dije yo mientras intentaba pensar cómo evitar hablar. No podía hablar.
- Hablas poco, ¿no?
- Me cuesta mucho- le dije, y empecé a reírme.

Entonces pecibí un sonido familiar: ella había acercado el pelo a una de las velas de la escalera y estaba ardiendo. Le dí golpes con las manos antes de que ardiera todo y le eché el refresco encima por instinto por si acaso, dejándola perdida, todo su vestido rojo y maquillaje, de arriba a abajo. Al fondo, veía cómo se llevaban por la puerta a Olga a su casa en un estado lamentable.

- Lo siento, perdona, es que estaba ardiendo, no pretendía darte en la cabeza tan fuerte
- No, da igual- dijo ella toda aturdida por las hostias y cortada, tras lo cual resbaló con el líquido del suelo y se cayó al suelo de culo. Me puse a ayudarla a levantarse.
- ¿Estás bien?
- Sí, no te preocupes- dijo con prisa por largarse de allí, tras lo cual subió las escaleras todo lo rápido que pudo. 

Al rato, subí yo también murmurando para mí "un talento especial, sí". Estaban los mismos pero más borrachos. Todo me ponía triste. Todo excepto la chica del vestido rojo, que se había ido.

Así que me largué. Iban por la calle, delante de mí, los pasé de largo y seguí el camino hasta mi casa...
... pero, por un momento, tras haberlos dejado atrás, tuve el impulso de pararme; incluso de llegar caminando hasta ella...


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