lunes, 14 de diciembre de 2009

El desencanto del verbo imantado

¿Para qué escribir?

¿Para qué proyectar nada en las palabras
cuando otro proyectará en ellas sus sueños?

Sábanas de colores,
paredes pintadas,
papel, de seda y de estraza,
y el crujir de árboles muertos:

sed pantalla de lo invisible.

El espejismo-motor del poema
se esfuma al besar el delirio ajeno,
como los sueños cumplidos son las pesadillas
de sus suspiros invocantes...

La proyección de la poesía,
la que la anima,
es la mentira;

toda fascinación procede del espejo.

¿Y el parafraseo alrededor de un verso?
¿Y sus complementos?

Uniformes, café,
miradas, poses,
odios, envidias,
resentimientos,
cuchicheos,
chismes,
lecturas,
presentaciones,
reuniones,
recitales,
rencillas,
intrigas,
falsedades,
maniquíes,
maniobras editoriales,
sonreír a quien conviene...

Cuando una nada tan insulsa
necesita tanto para completar su farsa,
es que es sólo un mal reclamo
soplado en el desierto
por un cazador ciego
para patos imaginarios.

¿Qué ha pasado con el hálito de vida,
el que muere al ser nombrado?

El propósito, el ímpetu,
el misterio y su conjuro...


¿Poesía?

¿Me hablas de eso?

¿Poetas?

¿Sabes quién eres tú?

¿Sabes qué eres?

¿Sabes, aunque sea a algo?

¿Crees, aunque sea en tu propia llama?

¿Y tus ojos de cristal,
qué significan?

Y ni siquiera me devuelves
un “no” encendido
exultante de arrogancia...

...
...
...
..
..
..
.
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