lunes, 17 de mayo de 2010

Pinball Wizard



Me he estado informando sobre la teoría de las cuerdas, últimamente. La verdad es que el tema de la undécima dimensión me ha dejado bastante pensativo. Según la teoría, en la undécima dimensión se encuentran todos los universos existentes (es decir, hay más de uno). Sobre su número hay todo tipo de especulaciones, pero la que más se adecua a mis propósitos es la que afirma que el número de universos es infinito, y estos se están creando y destruyendo continuamente, por choques y fisuras (según esta teoría, ese es el origen de nuestro Big Bang: un choque entre dos universos que da como resultado el nacimiento de un tercero). Pero la undécima dimensión no está lejos ni es inalcanzable, sino que posiblemente la tengamos a apenas un milímetro de distancia, imperceptible y sin interactuar con nosotros. La única evidencia de su presencia estaría en la debilidad de la fuerza de la gravedad, la más débil de todas las fuerzas de la física tal como se nos manifiesta: su debilidad se debería, según esto, a que se diluye por todos los universos paralelos, convirtiéndose en el único puente existente entre dichos cosmos.

El caso es que, al tratarse de un número infinito de universos, es necesaria la concordancia de contrarios; es decir, que si en este universo bebo café, habrá otro en que lo vomite, y lo mismo para todo fenómeno de cambio; incluso el nacimiento de este cosmos tendría como correlato la destrucción de su gemelo. Extrapolado a la totalidad de universos existentes, existidos y por existir, el cambio total sería igual a cero. Es decir, que el cambio no existe y Parménides tendría razón: el total es uno, completo, perfecto e inmutable, aunque en este caso ese total se refiera a la totalidad infinita de universos.

La existencia del resto de las dimensiones resulta incomprensible sólo en parte. Si fuéramos todos ciegos, sin ninguna experiencia sensual de la visión, nadie nos podría explicar qué es la luz o una imagen sin dejarnos absortos y confusos. De la luz sólo tendríamos noticias por el calor, y explicar que hay calor rojo o verde tendría sentido matemáticamente, pero conceptualmente nos quedaríamos a rayas; lo más probable es que habláramos de frecuencias electromagnéticas y ni nos planteáramos siquiera el concepto de color.

Lo mismo pasa con las restantes dimensiones, las que van más allá de las tres espaciales y la del tiempo: para comprenderlas, sería necesaria una experiencia sensorial para la que carecemos de hardware biológico. Cómo hacer un hardware para “ver” algo que no se comprende sería otra cuestión. ¿Acaso sólo por “ver” somos realmente capaces de comprender lo que es una imagen o la luz? La vemos y punto, pero tampoco la comprendemos; sólo la medimos (y la escala del metro, por así decirlo, es una imagen también). Parece que nos entretenemos en contar remolinos pero no sabemos ni por asomo a qué se debe la corriente ni qué es el agua que la conforma.

Por ello, según esta teoría, yo puedo morir en este universo pero seguir viviendo en los restantes. Recuerdo cuando leí el “Tratado sobre la visión de fantasmas”, de Schopenhauer, donde afirmaba que en determinados estados de conciencia, como el sueño o sus inmediaciones, o las experiencias de sonambulismo, se tenía acceso a una forma distinta de experiencia sensorial, válida para Schopenhauer. Muchas de las visiones de fantasmas podrían deberse a una percepción accidental de la undécima dimensión, si la teoría fuera cierta; una percepción de la persona muerta y viva en cualquiera de los restantes universos paralelos. Quedaría zanjado el asunto de la vida después de la muerte: no la hay. El fantasma también morirá en su universo particular.

El problema reside en la identidad: estoy aquí, pero si existo en otros universos no soy yo, como sujeto. Aunque haya miles de Kiques, cuando este que está aquí se muera, morirá esta identidad. A esos efectos, da lo mismo. Me jodo yo.

Esperando al próximo choque de las bolas en juego...


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