jueves, 30 de septiembre de 2010

El contrato social del Siglo XXI



Lo peor de los imbéciles no es que lo sean en sí, sino que su propia condición los hace, además, pertinaces en sus rasgos. Si tratas de explicarle a un gilipollas de premio en qué consiste su oscuridad, éste se defenderá, luego se lo pensará y, tras comprobar que efectivamente lo es, se dedicará con pasión a cultivar esos rasgos en plan industrial de manera desinteresada y para todo el mundo. Conclusión: se pierde el tiempo, cuando no se empeora la situación. La lógica no es su norma, sino el exabrupto, espontáneo, imprevisible y fresco como una coz en la mañana (y en los huevos).

Cuesta aceptar ese hecho y, al poco tiempo, ya estás intentando corregir lo incorregible.

Y puede que a mí también me hayan dicho que “tratar con memos es perder el tiempo en una labor solo válida para idiotas”, justito para que luego intente corregir a todos tronados de los que me he rodeado, así que probablemente tengo lo que me merezco. Pero hay otra cosa; las personas cambian, los tontos no. Y es cierto; y, si bien ello debería insuflarme un poco de alegría sádica mediante la recreación en la observación de la estulticia ajena, la verdad es que la desesperanza, las pulsiones genocidas y la impotencia ante el abismo insalvable me azotan con falsos rayos de esperanza por una imposible vía de comunicación.

Los tronados vocacionales no dudan; esa es otra característica: no dudan nunca porque no piensan, sólo segregan. El raciocinio sólo se da a posteriori, y en la mayoría de los casos la conclusión es volver a pasar por el mismo sitio donde se han pegado la hostia, como si pensar implicara una nueva y fulgurante especie de amnesia. Lo importante es lo endocrino, y si una hostia les proporciona un caos químico suficiente, se realizan. Lo importante es mantener el sistema hormonal en un permanente estado de alteración, como si en ello residiera el secreto sumo de la sofisticación, porque es su forma de sentir el tiempo. Los idiotas, además, consideran su carencia de conexiones neuronales como una especie de bendición. Confunden ese vasto vacío que intuyen en su interior con una puerta al misterio divino, cuando en realidad lo que hay es precisamente lo que no hay. El misticismo sin contenido, totalmente posado, y el juego de la profecía nunca pronunciada son sus armas sociales por excelencia. Al menos son capaces de una cierta mimesis y, si bien están intrigados, adoptan perfectamente el gesto del que sabe algo que los demás no saben, aunque nunca lo pronuncien. En cualquier caso, como no dudan nunca, ni siquiera se paran a pensarlo y, si alguien se lo soplara, no lo comprenderían y lo desdeñarían en tanto que difícil y, por tanto, no espontáneo, no apto para las masas, y sin lucecitas y pitidos, lo que es aún peor.

No sirve para nada, la verdad, intentar solucionar el embrollo. No sé si hay alienígenas, ángeles, dioses o destinos, pero gilipollas sí que los hay a puñados grandes, por todos lados, soltando su ponzoña a hectolitros mientras que nosotros, enfermos, callamos por humildad, por dudas, por educación o simplemente una pura y aburrida abulia ante un horizonte plagado de ellos y, al parecer, hecho a su medida.


¿Dónde está la letra pequeña del contrato?

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2 comentarios:

Elevalunas Ecléctico dijo...

Ya se sabe que entre el malo y el tonto, es preferible el malo, porque el tonto no descansa. Por desgracia, todo lo que dices es cierto, Mr. Pingüino, estamos rodeados.
Muy bueno el post.

ariadna dijo...

"Lo importante es lo endocrino, y si una hostia les proporciona un caos químico suficiente, se realizan."

¡kataplof!¡zas!,ahí justo se escucha el batacazo. lo importante es relizarse en batacazos, hasta caer cn estilo dice un grupo de facebu q me hace muxa gracia.