martes, 11 de junio de 2013

Algo más que una casualidad



Tras una tarde trabajando en una traducción, un rato de esparcimiento youtubico y otro de mirar al techo, me decidí a acostarme. Medio griposo, estas tardes de trabajo "improductivo" a veces necesarias suelen provocar cierto cargo de conciencia: no haber dibujado, no haber escrito o no haber estudiado o descubierto algo con la caja de las seis cuerdas. Lo de escribir lo resolví enseguida: unas líneas sobre las contradicciones y listo. Pero hay que dormir. Ya se lo había comentado a mi compi de piso: tía, tampoco puede ser que tenga que sentir remordimientos por una tarde de descanso (traducir no es trabajo comparado con eso, sino una especie de gimnasia- un pasatiempo). Está bien relajarse. El espíritu necesita quietud para escucharse a si mismo. Así que me puse a ver documentales y vídeos sobre el soul de los años sesenta, luego puse las piernas en la pared y me mantuve en silencio durante media hora, y luego a la cama.

Todo iba bien. Empezaba a soñar mientras sonaba una melodía clara, sencilla, perfectamente definida. Medio dormido caigo en que esa canción no existe. Me despierto de nuevo. Joder, la melodía es pegadiza. La base también. Tónica mayor, dominante mayor, subdominante mayor (más visto que el peo), pero la melodía... encajaba de puta madre. Pero claro, ¿es que no voy a dormir nunca? ¿es que ahora la música me asalta igual que los watsups, sin dejarme respirar, comer, descansar, dormir? Tiene cojones, y ahí estaba: era una canción nueva, esas cosas se notan, sabes que de ahí puedes tirar y tirar como si de un ovillo de lana se tratara y conseguir algo cargado de corazón. ¿Levantarme, coger la guitarra, abrir el ardour y grabarla aunque sólo fuera con el qtr-micro del portátil?

Supongo que a veces hay que educar a la inspiración, claro que es más fácil si la conoces un poco (a la tuya). Las canciones no son casualidades aunque lo parezcan. Responden a algo, son el reflejo de algo que se te mueve por dentro, que tiene un nombre y una historia con vida propia. Siempre regresan. Están ahí pidiendo paso de una manera u otra. Decidí dar prioridad a mi cuerpo en esa ocasión y dormir, de lo contrario acabaría siendo esclavo de mi mismo. Cuando la música te visita lo hace durante una buena temporada, y no te deja hasta que termines lo que tienes que hacer. Esa canción, cuya melodía quedó medio olvidada por la mañana, está ahí como un cáncer: volverá porque quiere ser. Lo importante es que la música ha vuelto. Toneladas presionando la puerta. Orquestas en la cabeza. Sonido.

Cuando regresa te cuenta chismes en la ducha, en la cama, en las aceras, en el coche, e incluso cuando alguien te habla- no respeta nada. Es así. Y de vez en cuando te confiesa algo importante: ahí está la chicha.

Vuelve la música, el color, el sol. Por fin.

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