miércoles, 25 de septiembre de 2013

La importancia de llamarse María





Había roto con María. Era actriz y le gustaba liarse con otros tíos en las ocasiones habituales en que estaba tan borracho que sólo podía contemplarla desde mi asiento sin poder levantarme. Las barras de los bares eran su lugar favorito para estos menesteres. Aparte, era demasiado joven y me pretendía dar lecciones sobre la vida que absorbía de series americanas de risas enlatadas y revistas para adolescentes autopajos, además de mostrar una impertinencia que se me antojaba producto de una carencia temprana de sesiones de electroshock. Como que ella no me convenía demasiado. Me la intentaba chupar en el cine, haciéndome regañarla, y me obligaba a follármela en callejones o parques, a ser posible con mirones curiosos. Y era falsa gimiendo. No. Yo no era su tipo tampoco, desde luego. Así que salí de nuevo a la noche a ver si me agenciaba algo más normal.

Muy entrada la madrugada, borracho perdido, entré en un tugurio atestado de gente, camino de la barra, y me tuve que parar porque el movimiento era difícil, apretado por todos los costados por personas hablando muy alto a causa de la música, mientras me salpicaban con sus vasos a su vez agitados por los codazos de unos y otros. Ella estaba de espaldas. Tras un empujón mío que era eco de otro que a su vez un mamífero indeterminado me había dado por detrás, se dio la vuelta. Ojos grandes y negros, cara pálida, pelo negro y liso y un gracioso flequillo a la altura de los ojos. Estábamos cara a cara inesperadamente. La miré un segundo y la besé sin más.

Camino de mi casa me contó que esa misma noche había cortado con su novio. Se llamaba María, también. Era una de esas madrugadas de otoño donde el calor se mezcla con la lluvia y toda esa belleza te hace sentir optimista. Estaba amaneciendo. Caminábamos entre charcos y nos reíamos, y a veces nos parábamos a besarnos y meternos mano. Llegando a mi casa nos encontramos con toda la acera encharcada. Era un gran charco profundo, y no se podía pasar. La subí a mis espaldas a caballito y seguí adelante.

- ¿No te importa mojarte las botas y los vaqueros?- me dijo ella al oído mientras chapoteaba sobre el agua cristalina de la acera.
- Querida, a mi me importa todo un carajo.

Cruzado el charco decidí llevarla así hasta mi casa, era tan liviana y linda. Era como transportar un objeto de la calle del que te has apropiado indebidamente y que te llevas a tu casa como un tesoro de la noche. Supongo que por eso me gustaba. Una señora se nos quedó mirando al pasar.

- Dos kilos de patatas por favor- le dije sin detenerme. María se rió a carcajadas y escondió la cara entre mi pelo.

Llegamos a casa. Nos había llovido un poco y estábamos mojados. Tomé una toalla y la sequé con mucho cariño: cara, pelo, manos, hombros, piernas, casi paternalmente. Nos metimos en la cama. Nos reímos, nos acariciamos, nos besamos, nos miramos a los ojos. Todo muy tierno. Al acabar de follar se me ocurrió una idea.

- Vamos a darnos un baño caliente.
- ¿Ahora?- me dijo sorprendida.
- Sí, ahora- y me levanté de un brinco.

Llené la bañera y nos metimos en ella. Por la ventana entraba la luz de una mañana nublada. Ella descansaba sobre mi pecho y el agua estaba en su punto. Ese ambiente irreal, la espuma, el vapor, el gris del aire, las nubes negras que pasaban a gran velocidad, el sonido de las gotas de agua, su respiración, mi mano acariciándole la espalda, sus mejillas humedecidas y brillantes. Me quedé dormido en el paraíso. Ella me despertó.

- Roncas, te vas a ahogar- me dijo entre risas.
- Me sud...- dije muy despacio y bajito, alargando las vocales, pero no pude terminar, me volví a dormir.
- Eh- dijo agitándome- ¡que te duermes!
- Me suda el caraj...- otra vez.
- ¡Tío, estás fatal! ¡Despierta que te ahogas!

Esta vez agité la cabeza para desperezarme.

- Decía que me suda el carajo todo- y le di un beso en la frente- incluso ahogarme. Estoy genial.- e iba dispuesto a volver a dormirme, pero ya no me dejó.
- Anda, volvamos a la cama- dijo dándome otro beso sonoro en la mejilla y una palmada en el pecho.

No sin yo protestar, nos secamos y nos metimos en la cama bien pegados el uno al otro y nos dormimos durante varias horas.

Puede parecer extraño, pero para mi fue una mañana preciosa.

(...)

Nos habíamos visto más veces. La verdad es que la cosa prometía, tenía todas las luces de convertirse en una relación importante. Sin embargo, yo llevaba una temporada demasiado desenfrenada como para frenar en seco. Apenas me había dado tiempo de darme cuenta de ello, mientras la inercia de la velocidad seguía. Esta vez me había quedado dormido en otro antro. Mis amigos estaban cerca de mi, preocupados por mi estado en general. Desperté. Alfonso me dijo que estaba fatal, que no debía seguir así.

- Voy a mear- le dije como respuesta.

Estaba medio dormido aún, bostezando a la cola del baño, apoyado en la pared con aire perezoso, cuando de entre la gente y la oscuridad surgió una cara que llegó rápidamente a mí. Era una chica morena con el pelo largo y rizado, los labios rojos, los ojos grandes y una expresión pícara. Me hablaba muy pegada a mi cara. Su pelo me hacía cosquillas en las mejillas. Olía muy bien. Me preguntaba cosas. Me miraba paulatinamente a los ojos y a los labios manteniendo una media sonrisa en la comisura izquierda. Yo me intenté resistir, pero al cabo de un rato no pude más y nos pusimos allí mismo a darnos la paliza. Era muy guapa y estaba que te cagas. Al rato fui a recoger mi chaqueta de mi rincón. Alfonso, que me había estado observando desde lejos, me miraba con una expresión extraña.

- Me voy, tío- le dije escuetamente sin mirarlo a los ojos.

Ella iba por delante y llegando a la puerta del antro me paró una chica rubia con los ojos claros. Me sonaba su cara, pero no podía poner en pie de qué.

- Sólo quería decirte que soy amiga de María- me dijo en un tono extraño.

María la actriz, supuse. Esta no se había enterado de que habíamos roto. Pasé de ella y seguí con la nueva adquisición hacia la calle. Nos fuimos a su casa y nos pegamos dieciséis horas metidos en la cama.

(...)

Al llegar a mi casa me duché y luego puse a cargar el móvil, que llevaba apagado sin batería desde la víspera. Entonces me entraron todos los sms que María, la del baño de espuma matutino, me había mandado mientras estaba en la cama con Beatriz. Todo tipo de recriminaciones e insultos. Entonces comprendí de quién era amiga la rubia del bar. No era de la actriz. Malditos nombres. La llamé, le pedí disculpas y no le reproché nada, ¿qué podía hacer? Dijo que no quería saber nada más de mi en lo sucesivo, que su amiga me lo había advertido y que me había dado igual, que era un cerdo y un impresentable, que no se me podía dejar solo un fin de semana, etc. y lo comprendí. No podía responderle nada. Me hablaba como si fuera un cabrón y, bueno, es lo que era en realidad, supongo.

A Beatriz la volví a ver al cabo de dos días y nos volvimos a liar. Hacía frío y estábamos en la cama a oscuras, cara a cara, boca con boca.

- Creo que me estoy enamorando de ti- me dijo.

Debía estar tarada, pensé, pero como yo también lo estaba decidí dejarme llevar esta vez. No huir. Saltar al agua. Dejar de ser un cabrón.

(...)

Al siguiente fin de semana estaba solo y me encontré a la rubia en el mismo antro.

- ¿Me odias?- me dijo.
- No- respondí con un suspiro- eres su amiga, ¿no? era de esperar.
- ¿Qué hizo ella?
- Me ha dejado, claro.
- Bueno- y en esto se me acercó peligrosamente- no todas somos tan remilgadas, ¿sabes? A mi me daría igual- y se me acercó aún más, cogiéndome por la cintura.

Joder, ella era también muy atractiva y tenía sus labios casi pegados a los míos. Me quedé flipado, pero reaccioné. La separé de mi, la miré de arriba abajo y me largué del bar dejándola allí tirada. Camino de mi casa reflexioné sobre la hipocresía útil.

Puede que no fuera un modelo a seguir, sin duda no, pero al menos quise conservar algo de mis difuntos principios, intentar alcanzar un mínimo grado de normalidad.

Dio igual, al finde siguiente me puse de tripis y me lié con otra.

...
...
...
..
..
..
.
.
.


No hay comentarios: