miércoles, 9 de octubre de 2013

Corazón escultor





La extraña quietud de lo estático es difícil de mantener, porque en cuanto sonríes, la rompes, y se vuelve a desencadenar la eterna sucesión de causas y efectos de la que por un breve instante parecías haberte sustraído. Es una quietud aparente, es tan sólo un equilibrio de planeador. No te sustraes a nada, sólo logras un pacto entre la gravedad y la dinámica del viento y te crees al margen de todo cuando estás en realidad pringado hasta las cejas como cómplice secreto de la naturaleza. Pero que bonita ebriedad la del dolor levitante en la que por un momento intimas tanto contigo mismo que te das un calor que sólo se hace agradable al tacto del frío del exterior: te haces un ser de invierno.

Pero no puedes evitarlo: incluso permanecer invisible e inalcanzable en medio de una tormenta polar es actuar e influir y ser influido y coaccionado. La vida es así, supongo. Se trata de eso: ser una mosca que choca contra el cristal de lo imposible y se fascina por sus golpes y sus heridas inventándose nada menos que una Historia llena de algunas notables biografías. Dios debe estar ahí con el insecticida en la mano, sacándose un moco o algo. Danzar sobre tus alas como agonía es el papel del artista si es elegido para el gran momento. Si es más importante que sacarse un moco celestial.

Y no estabas solo, estaban los demás: eran tus compañeros de dolor, detenidos como tú, fascinados en la inflamación del instante que no se va, y daban algo de sentido y significado a la muerte en vida- los zombies nunca van solos. Ahora se van, gradualmente vuelven a escena, la vida llama porque nunca se fue. Y tú mismo acabas por actuar. Pero el absoluto, el infinito, el tiempo en conjunto, todo se veía tan claro desde allí, en esa dolorida inspiración con luz propia...

Hay un momento en que te reconcilias con la música, la risa, el sexo, incluso la gente. Poco a poco. Una charla por aquí. Y un polvo por allá. Y se encienden las chimeneas del verano y cuando te das cuenta...

¿¿¿Dónde está mi invierno????

Y lo que es peor:

¿¿¿Dónde está la fuente autónoma de calor que había nacido en mi pecho????


Porque el dolor se había hecho tan familiar que había adquirido la forma de un segundo corazón, gemelo del otro, hecho de lava incandescente. Que genial autosuficiencia era aquella fuente de calor, no depender de nada ni nadie, estar siempre irradiando luz roja y derritiendo polos. Ahora parece haberse enfriado y hacerse de una piedra impenetrable incapaz de latir, pero indolente al menos. El cadáver de un dolor.

Y el otro, el original, el culpable de todo, parece sonreírse al haber encontrado la manera de salir siempre intacto esculpiéndose a sí mismo en el mineral. Y vuelve a latir a temperatura normal.

¿Ha aprendido el corazón de mi, o yo de mi corazón?

Mis corazones clonados, antaño incandescentes y luego petrificados, se van sucediendo y deshaciéndose en mi pecho hasta no quedar nada, como obra del latido escultor primigenio; de manera análoga yo, entero, voy dejando garabateos, textos y melodías con las que expulso de mí a la parte menos interesante del dolor para mi fisiología y supervivencia. Quién habrá enseñado a quién...

Se ha hecho la luz y el verano y la interacción, y ahora echo de menos la soledad dolida del volcán solitario que escupía en rojo su desprecio al blanco helado de un océano glaciar que permanecía en permanente noche iluminado sólo por mi pecho profundo de corazón de planeta...

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