jueves, 4 de diciembre de 2008

El carril bici (y aquella gorda)


Gorda: del latín gurdus, con el mismo significado. En la actualidad, en algunas situaciones particulares, este término designa a toda mujer agresiva que se ampara en una concepción de su condición femenina que le garantiza un status de inmunidad para actuar conforme a todas y cada una de sus pulsiones irracionales. Suele darse una filiación folklórica en estos sujetos y una dedicación generalmente ligada a las labores del hogar, aunque estos rasgos no son esenciales, como tampoco lo es, en esta acepción, la obesidad. A veces, llevan consigo a un maromo que les hace el trabajo sucio.

Es demoledor comprobar cómo tantas generaciones transcurridas en una situación social de diferencias de clase tan abrumadoras pueden quedar aleladas, degradadas y sumidas en la más extrema desorientación mental, circunscritas a sólo una ciudad. Y lo digo porque, aunque en un principio pueda parecer una materia intrascendente la que paso a tratar, es representativa de algo mucho más amplio.

Desde la creación del carril bici, la crispación del “peatonado” de Sevilla ha ido en aumento hasta alcanzar ya límites insoportables. Todos sabemos que Sevilla es un gran pueblo, más que una gran ciudad, y ello es debido entre otras cosas a ese amor que los sevillanos tienen a todo lo que hieda a catetismo, como si esa pobreza, producto de la negativa histórica al acceso a la educación propia del caciquismo imperante, constituyera la esencia de una ansiada idiosincrasia con la que defenderse del propio complejo de inferioridad de una ciudad que, al fin y al cabo, no ha aportado al mundo nada salvo algunos poetas y gramáticos (Antonio de Lebrija) quienes, además, por un motivo u otro, tuvieron que salir por patas de aquí. Al sevillano le molesta la modernidad, y ello es lógico, pues le recuerda que Sevilla no ha aportado absolutamente nada a dicha modernidad, salvo sus exiliados.

El coche en Sevilla-cateta es la medalla del acceso (o apariencia de acceso) a la clase alta, y la clase tradicionalmente obrera que ha accedido al estatus de clase media ha renegado de sus raíces revolucionarias (arracadas de cuajo por el General Queipo de Llano a base de fusilamientos y violaciones) y acepta el orden social imperante- pero se someten a un juego de amores y rencores a partes iguales hacia ese sistema, que aceptan, pero lamentando no estar en lo alto de la escala social. Se comportan a partes iguales como burguesitos de derechas y sindicalistas del campo.

Por tanto, como es de señoritos tener coche y de pobres tener bicicleta, no pueden concebir cómo el Ayuntamiento ha creado una infraestructura para desarrapados, hippies y vividores, como es el carril-bici. Prefieren ser atropellados por un señorial Mercedes que ceder el paso a una bicicleta cuando circula legítimamente por su vía. Y lo hace no sólo la peatonada de Sevilla, sino los coches también, pues los conductores no aceptan haber estado trabajando tantos años para alcanzar ese estatus de semi-cacique para que una bici llegue antes que ellos y no tenga problemas de aparcamiento.

Carriles-bicis, “inventos de guiris”...

El caso es que últimamente, con demasiada frecuencia, los coches se saltan las normas de prioridad (el carril bici tiene prioridad en los cruces con paso de peatones no reglados por semáforos, y de haberlos, la tiene cuando están en verde) y, a veces, las señoras (llamémoslas gordas) te ven venir de lejos, y aún así meten al niño/a por medio, sin haber paso de peatones, mirándote desafiantemente y obligándote a frenar porque a ella se le ha metido así en el coño. Rara es la vez que salgo y no se me mete por medio un coche en un cruce donde la prioridad es mía. Los comentarios de todo el mundo van por el estilo de “mierda de bicis”, etc., y si vas por una vía normal, como en el centro, los peatones también se te meten de por medio (viéndote venir) y te dicen “¿No tenéis ya carril bici?”, aunque en esa calle no haya.

Bueno, pues ayer se dieron las dos circunstancias a la vez. Llegando al semáforo que lleva a la puerta del ambulatorio de Mª Auxiliadora hay una calle sin semáforo y con paso de carril bici y peatones, pero se me coló oblicuamente un coche porque él no me consideró “vehículo” ni “peatón”. Tuve que dar un frenazo, y por supuesto me enfadé con el tío y le dije que la prioridad era mía. De lejos (que ya la veía yo venir de antes) llegaba una gorda que, predispuesta a montarla, creyó haber encontrado el pretexto definitivo en mi incidente. Venía en medio del carril, ocupándolo todo la muy hija de puta, diciendo “¡Qué barbaridad, las bicis! ¡Qué barbaridad!”. Una vez que el coche siguió su camino, la tenía en frente, cerrándome el paso.

- ¿QUIERE APARTARSE DE UNA PUTA VEZ?- le dije. Se apartó, asustada repentinamente.

Y se quedó así, gritándome a las espaldas, mientras yo me cagaba en su puta madre, “¡Qué barbaridad, las bicis! ¡Qué barbaridad!“, como si al repetirlo adquiriera más razón.

Las armas nucleares no son una idea tan funesta como se cree...

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1 comentario:

Anónimo dijo...

Quack ! Quack ! Quack !Estimado Pato,

Debería haber sido usted testigo del accidente del otro día por el carril bici de los Jardines de Murillo, para contármelo y hacerme reír con sus palabras.

Una guiri tipo Erasmus, sin motivo aparente, cayó de su bici y se estampó literalmente de frente contra el suelo, donde quedó tendida; en su caída, desequilibró a otro ciclista, estudiante autóctono, que acabó también por los suelos, con sendas manos lastimadas, una de ellas inutilizada e hinchándose de mala manera. Como en La Noche de los Muertos Vivientes, algunos peatones fueron llegando y agolpándose, interesándose por los heridos y disimulando mal cierto crispamiento con las bicis. Pasó un ciclista de esos inflexibles que no dejan de tocar el timbre, y al encontrarse tanto peatón concentrado sobre el verde del carril, comenzó a discutir con algunos de ellos, que respondieron esta vez con vehementes vociferaciones contra las bicis. Mientras, la guiri suplicaba que la dejaran marchar, y el otro seguía en el suelo boca arriba. No sé cómo, la guiri consiguió huir toda magullada con un chichón ensangrentado enorme en la frente, a pesar de la resistencia (de palabra y acto) de algunos peatones a dejarla marchar antes de la llegada de una ambulancia. Los peatones desaparecieron como llegaron, y otro ciclista que pasaba por allí cargó con la bici y la mochila del estudiante autóctono y lo acompañó quizás a su casa o al hospital.

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Señor Pato, habiéndole conocido en su época de poeta y músico borracho, en cierta manera me reconforta que sepa y tenga presente quién fue Queipo de Llano. Paseando por el Guadaira se lee a lo lejos su nombre escrito en grande en los azulejos de la portada del cuartel que aún hoy lleva su nombre: CUARTEL QUEIPO DE LLANO. ¡Cuartel militar en uso!

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Quack !