jueves, 22 de enero de 2009

La terrible simetría


Recuerdo, hace años. Es curioso. Ayer me volvió a la cabeza esta historia. Como bien aparece en “Contrapunto” de Aldous Huxley, el tigre depredador de alguien suele ser, a su vez, el cordero presto al sacrifico para otra persona. Encadenados. Eslabón con eslabón, por supuesto, transversalmente; si no, la cadena no funciona.

The Tiger (William Blake)

¡Tigre! ¡Tigre! luz llameante
en los bosques de la noche,
¿Qué ojo o mano inmortal
pudo idear tu terrible simetría?
¿En qué distantes abismos, en qué cielos,
ardió el fuego de tus ojos?
¿Con qué alas osó elevarse? ¿Y que mano
osó tomar ese fuego?
¿Y que hombro y qué arte,
torció fibras de tu pecho?
Y al comenzar a latir tu corazón
¿Qué mano terrible o pie?
¿Qué martillo, qué cadena?
¿Qué horno forjó tu seso?
¿Qué yunque? ¿Qué osado puño
ciñó su terror mortal?
Cuando los astros lanzaron sus venablos,
y cubrieron sus lágrimas los cielos,
¿Sonrió al contemplar su obra?
¿Aquel que te creó, creó al Cordero?
¡Tigre! ¡Tigre! luz llameante
en los bosques de la noche,
¿Qué ojo o mano inmortal
Osó idear tu terrible simetría?

Aquella tarde, Marga y yo tuvimos una conversación. Quería una relación abierta, ya sabéis. Bueno, yo tenía entonces 26 años y me conocía perfectamente el cuadro. Ella, que sólo tenía 23, no exactamente: dramáticamente sí (eso además le encantaba), pero civilizadamente, no. Yo estaba bastante curtido en ambos casos, por desgracia. La verdad es que por mucho que la mente avance, el corazón, que hace lo que le sale de los cojones, tiene sus propios lastres. Pero ya se sabe. El corazón sólo aprende a base de reiterados auto-hostiamientos, anunciados o no. Así es la vida.

Y así insistió ella en que hiciera lo que me diera la gana, etc. Era sábado por la tarde, se había hinchado de pastillas el viernes (de hecho, tuve que recogerla en la calle aquel sábado a las cinco de la tarde) y se marchó a casa. Parecía que realmente creía que había abierto mis ojos a un mundo nuevo. El que yo le dijera que ya lo conocía de sobra era para ella tan sólo la confirmación de una inconfesada ingenuidad; como si disimulara algo vergonzoso afirmando lo contrario. Los neófitos del hedonismo de andar por casa son irremediablemente pretenciosos, orgullosos y, sobre todo, sordos. Nada les bajará de su púlpito, salvo la adecuada patada autopropinada de la vida.

Salí aquel sábado, por supuesto, más que nada porque no me apetecía quedarme en casa y pensar, pues ello me llevaría a la conclusión inevitable: dejarla. La conocía demasiado bien. Yo, cuando tenía 23, era igual o peor, y no estaba dispuesto a permitir que ella me hiciera lo que yo ya sabía que hacía de todas formas, lo que yo había hecho a otras. Yo mentía mucho mejor que ella. Tanto que aún hoy me estremezco. Y, para no actuar conforme a plan alguno, fingía no darme cuenta, llevando por dentro un soliloquio del que ella no podía ni sospechar. Ser un tigre vestido de cordero.

En la alfalfa entré a mear en uno de los bares mientras algunos amigos esperaban fuera. Al salir del baño me llamó una chica y me pidió que me sentara junto a ella. Estaba algo borracha y, sobre todo, estaba contentísima, se lo estaba pasando muy bien. Me presentó a sus amigas, me invitaron a copas, me pusieron a bailar. Emilio entró a buscarme y me vio de esa guisa, bailando con aquellas, con la primera colgada de mi cuello. Miró, frunció el ceño, y se largó sin decir nada. La chica me toqueteaba y me decía que podía toquetearla a ella, pero añadió “los besos en la boca no me gustan, los demás sí”. Para mí aquello eran demasiadas instrucciones. Me dio igual, estaba bailando, estaba borracho y los demás también. Me invitó a su casa. “Está cerca”, me dijo. “Bueno”, contesté. Sentía curiosidad, pero nada más. Ella estaba muy pedo y no me gusta enrollarme con chicas que no parecen estar muy seguras de lo que hacen.

Llegamos a su apartamento, enano, y me dijo “Estoy demasiado ciega para follar, ¿lo dejamos para mañana?”. Yo, que tampoco estaba por labor alguna salvo roncar, le dije que sin problema. Dormí en el sofá y ella en su cama.

Me desperté. Mierda. Resaca. Un poco de desorientación inicial que se disipó cuando miré al otro lado del salón-dormitorio y la vi a ella en su cama. Era bastante bonita, pero tenía un aire a su alrededor que anunciaba un llanto intenso y prolongado como consecuencia de alguna rotura de su alma. Demasiado risueña. Al cabo de un rato levantó la cabeza y me miró con la misma expresión de felicidad de cachorro que la noche anterior.

- ¿Estás enfadado?- preguntó tras sonreírme fotográficamente.
- No- le dije.
- Bueno, ya lo arreglaremos, ¿no? Quedaremos otro día para follar.
- En realidad, no importa- le dije.

Entonces sonó el timbre de la puerta de abajo.

- Debe ser mi novio- dijo con toda naturalidad.
- ¿¿Quién??- le dije sobresaltado. Por un momento me veía “bajando” por la ventana.
- Mi novio, pero no te preocupes, a él no le importa, de verdad.

Aquello me sonaba. Vaya. Me quedé un poco flipado. Estas cosas deben avisarse, ¿no? Yo, al menos, cuando tenía novia, lo hacía (cuando era como Marga); aunque, por otro lado, yo tampoco le había hablado a ella de Marga; pero vamos, un par de bailes con algo de magreo tampoco es exactamente enrollarse, ni mucho menos, y totalmente legal tras sus declaraciones de democracia sexual de la víspera.

Bajó a abrir la puerta y subió con él las escaleras. Conforme llegaban arriba, la oí hablarle a él de mí.

“... sí, de verdad, es un tío muy maduro”, decía.

Eso sí que me hizo gracia. Entraron. Él era de esas personas que al primer vistazo te hacen darte cuenta de lo buenas que son. Yo intentaba evitar parecer, así sentado a la mesa, un tipo de los que dicen con la mirada “aquí estoy, he venido hasta aquí tras el culo de tu novia”. Pero claro, él conocía a esta chica como yo a Marga y, ante mi cara de incómoda sorpresa, me dijo, a modo de explicación.

- Es que yo me conformo con lo poco que me da.

Aquello me acabó de matar. ¿Hacía yo realmente eso? Comimos los tres unos espaguetis cocinados por ella y luego tomamos un café. Después decidí no pedirle el teléfono ni volver a verla más. Me despedí haciéndome el despistado (tenía mucha práctica en eso), y adiós. No podía ver cómo hacía trizas a aquel buen chico. Debía odiarme.

Al llegar a casa me llamó Marga.

- ¿No has dormido en casa?
- No.
- ¿Te has tirado a una chica?
- Algo así.
- ¡Qué guai! ¿no?- dijo con una alegría demasiado chispeante. Una alegría políticamente correcta. Qué tontos son los jóvenes.
- No creas- le dije.
- Pues me ha encantado, lo hablamos ayer y la misma noche coges y triunfas con sólo proponértelo.

Sus felicitaciones me sentaban como pesas que se añadían al lastre que me hundía en el río de mi miseria.

Al cabo de poco tiempo la dejé. Lloró, pataleó y suplicó, pero yo sabía que no era por mí. Cuando te dejan se evidencia el vacío, eso es todo; ese vacío que hará que se marche también quien verdaderamente te importe en el futuro. La confirmación de la monstruosidad de tu alma. Cómo no iba a comprenderla yo, el peor monstruo de todos.

La comprendía tanto que sabía que ya estaba todo perdido.

(...)

Sí, recuerdo hace años. Ahora he ascendido tanto. Ya no hay eslabones, ni roturas ni monstruos en el alma. Cuando pienso en todo esto, un mensaje aparece refulgente ante mí.

¿Donde has estado tú a lo largo de todo este tiempo?

A tu lado- me contesta- sin que te dieras cuenta, esperándote...


The Lamb (William Blake)

Pequeño cordero, ¿quién te hizo?
¿Sabes quién te hizo,
Te dio vida y comida
Por el arroyo y el hidromiel;
Te dio ropa de placer,
La más suave, de lana, brillante;
Te dio esa voz tan suave,
Alegrando a todos los valles?
Pequeño cordero, ¿quién te hizo?
¿Sabes quién te hizo?

Pequeño Cordero, te lo diré;
Pequeño Cordero, te lo diré:
Se llama como tú,
Porque Él se llama a sí mismo Cordero
Él es manso, y Él es suave,
Él se convirtió en niño.
Yo un niño, tú un cordero,
Nos llamamos por Su nombre.
Pequeño Cordero, ¡Dios te bendiga!
Pequeño Cordero, ¡Dios te bendiga!

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2 comentarios:

Vanlat dijo...

Lloró, pataleó y suplicó, pero yo sabía que no era por mí. Cuando te dejan se evidencia el vacío, eso es todo; ese vacío que hará que se marche también quien verdaderamente te importe en el futuro. La confirmación de la monstruosidad de tu alma.
Bíblico. Legendario. Perfecto.
(Y con tu permiso lo fusilo a mi blog)

Jaime dijo...

La desesperación (esa lucha de contrarios)
de no caer en el lecho de uno mismo
con afán del grito único que no nace
sino del más abyecto de los pensamientos
se difumina como las olas en la orilla;
horadando la superficie del espíritu,
desperdigando restos de otra vida…
mas no hay que ser vano en la propia vanidad,
todo es nuevo ahora
y lo que 'es' no es más que un secreto
para las horas más temibles...

...el tormento vive del silencio
ahora lejos,
lejos de vivir en vida.