martes, 9 de junio de 2009

El suicidador de Cioran


Me viene a la cabeza la idea de un relato sobre un “suicidador” de artistas atormentados por el dolor, el hastío y la sensación de futilidad de la existencia. Y todo es porque me enteré hace poco de que grupos como Coldplay o Radiohead siguen tocando, sí, y además las mismas canciones de dolor y sufrimiento. Le dije a quien me lo confirmó que eran unos farsantes, que lo lógico, si sus sentimientos hubieran sido esos que plasman en sus canciones, sería que se hubieran suicidado hace ya años, y que, por lo tanto, todo era una pose, aburrida, además, ideada para mojar bragas de niñas neurótico-depresivas.

De ahí me vino todo: un suicidador que se encargara de corregir sus debilidades acabando lo que ellos casi habían completado. Pero, ¿por qué limitarnos al estúpido, pretencioso y superficial mundo del pop y del rock? Hay grandes candidatos en otras áreas cuyo “suicidio” pasivo resultaría mucho más interesante de imaginar. En el mundo de la poesía el suicidador se nos acabaría poniendo en huelga, de eso no hay duda, pero Cioran, por ejemplo, mi filósofo-poeta favorito (¿se le podría llamar “estetósofo”?), es un candidato ejemplar, a pesar de que me resultaría difícil elegir el momento y, por lo tanto, renunciar a sus libros posteriores a mi intervención a través del suicidador. Pero bueno, esto es ficción, qué coño.

Corre el año de 1950. Cioran está en su apartamento en París. Acaba de desayunar dos rebanadas gruesas de pan de hogaza con mantequilla y mermelada, sin tostar. Prueba el café. Está bueno pero le jode una fina corriente de aire frío que se cuela por la rendija de la ventana. Deja la taza sobre la mesa y mira al cielo a través del cristal. Llaman a la puerta.

- ¿Quién es?- dice Cioran.
- Somos del sindicato de escritores.
- ¿Sindicato de escritores? Pero- dijo mientras retiraba los cerrojos de la puerta y la abría- ¿es una broma? No conozco ningún sindicato con ese nombre, excepto el de Breton, je, je, jeee…

Ante él se presentaban dos tipos con trajes oscuros y sombreros. Tenían un gesto de seriedad inquebrantable, y ni la broma sobre Bretón pareció afectarles en absoluto. Tras unos segundos de silencio, se presentaron.

- Verá- empezó el de la izquierda- no es un sindicato en el sentido estricto, pero respondemos a necesidades que existen en el ámbito de los escritores como un conjunto.
- Ya, ¿y a quiénes representan ustedes?
- Representamos al Consejo de Observadores Atentos y Críticos de la Evolución del Conjunto de las Artes, el COACECA. Ellos nos han enviado. Son, en su mayoría, millonarios excéntricos, ermitaños, algunos psicópatas en tratamiento y gente, en general, que dispone de todo el tiempo del mundo para dedicarse en exclusiva a la observación crítica de los sucesos artísticos.
- Bueno, el COACECA no lo he oído nombrar en mi vida.
- Ninguno de los sujetos a quienes visitamos lo conocen-dijo el de la derecha- Sólo lo saben los que están en la misma situación que usted ahora.
- Es decir, ¿hay más como yo?

Ambos visitantes se quedaron callados unos segundos.

- De manera simultánea, no- dijo, por fin, el de la izquierda.
- No lo entiendo.
- Mire- le explicó- en realidad, si usted nos diera cinco minutos le aclararíamos esta cuestión con todos los detalles. Sólo le pido cinco minutos en la tranquilidad de su despacho, y le prometo que nos marcharemos una vez cumplido el cometido.
- Bueno, pasen. La casa está bastante desordenada, pero nos arreglaremos.

Pasaron a su despacho, lleno de estanterías y cajas de libros apiladas en todos lados. Su mesa estaba llena de papeles desordenados y libros abiertos o marcados.

- Siéntense, por favor- les dijo Cioran.

Se sentaron en dos sillones de piel, llenos de páginas sueltas.

- ¿Y bien?
- Los del Consejo- empezó el de la derecha- han estado observando su trayectoria, y creen que hay detalles que precisan ser terminados para que su omisión no degrade por completo el significado de su obra.
- Ya, bueno, ¿a qué se refieren? ¿hay temas que a su juicio haya ignorado?
- Se trata más bien- comenzó el de la izquierda- de lo que ellos llaman “la búsqueda de la congruencia sujeto-objeto”. Verá, querido amigo, el factor humano es importante. Si quiere que sus obras pervivan tiene que contar con ese factor. Y a los humanos les complace mucho descubrir una total identificación entre el escritor y la persona que hay detrás. Una incongruencia de ese tipo les resulta intolerable per se.
- Ya, bueno, je, je, y ustedes me traen la receta, ¿no?
- Efectivamente- respondió el de la derecha- Es muy sencillo y, como verá, no sobrepasaremos el caro límite de los cinco minutos que nos ha concedido.
- Usted- continuó el de la izquierda- siente una total fascinación por el absoluto, el instante eterno y, por lo tanto, la muerte como superación del tiempo.
- Es un resumen grosero y muy discutible…- dijo Cioran, mientras observaba una mancha de su camisa.
- Pero es cierto- dijo tajante el de la derecha- Y no obstante, ha vivido usted ya demasiados años para que esa fascinación sea creíble.
- ¿Cómo?
- Que lo lógico sería que usted se suicidara lo antes posible-contestó el de la izquierda.
- Ya; esa es la opinión del Consejo, ¿no?
- Así es.
- ¡Esa panda de flipados lameculos creen que por leer mucho pueden ni siquiera tener un mínimo atisbo de lo que pasa por la cabeza de alguien que emite juicios, y no comentarios sobre…

Cioran se detuvo porque el de la derecha había sacado un revolver y le apuntaba con él en la cabeza.

- Sería una LÁSTIMA que toda su vida y su saber cayeran en el descrédito, ¿no cree? Para eso estamos nosotros aquí: para suplir, con honrosa piedad, su falta de voluntad o su miedo para cerrar el círculo perfecto que hasta ahora ha trazado usted a lo largo de su admirable vida.
- Pero, ¿está loco?
- No- dijo el de la izquierda, que ahora le apuntaba con otro revolver al pecho- tiene CONCIENCIA, ¿comprende? ¡Este momento mágico en que salvaremos y aseguraremos la corona de oro para otro grande de las letras quedará grabado en nuestros corazones para siempre! ¡Le admiramos, Emil Michel Cioran, y siempre afirmaré con orgullo que fui yo quien lo suicidó en acto de defensa!
- Pero, ¡qué es esto! ¿Están locos? ¡¡Noo!!

Sonaron hasta cuatro disparos. Los visitantes bajaron las escaleras y se montaron en su coche.

- Estoy un poco aburrido ya de este trabajo.
- Sí, y el protocolo elegido es una mierda.
- Tú eras becario, ¿no?
- Sí, claro, ¿y tú?
- Oposiciones.
- Vaya, felicidades…




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6 comentarios:

Jaime dijo...

Esos dos tipos con revolvers, ¿no serán enviados por un tal Marsellus Wallace? ¿No le gustará a uno de ellos recitar un determinado pasaje bíblico antes de ejecutar a su víctima?

Un gusto volver a leer este blog. Saludos!!

Quacking-pingüino absort-minded visions dijo...

Pues ahora que lo dices, puede ser, sí. Alguna jugadilla del subconsciente, je, jeee...

Saludos!!

arthur stone dijo...

Me gusta tu relato, ya se que es ficción, pero eso con Cioran no cuela, después de tantos pásajes trites, llenos de tedio y odio contra todo y contra todos, ¿recuerdas sus pequeñas defensas de la vida y de los vivos?

Son las mejores.

PD son los que van de felices los que abría que exterminar primero.

Un saludo...

ALBERTO dijo...

Brillante relato. Cual fue el primer libro que leíste del rumano?.

Anónimo dijo...

precisamente el otro día "aplaudíamos" un recién conocido y yo la coherencia de nick drake al respecto.

por otro lado, me ha gustado el relato.

Quacking-pingüino absort-minded visions dijo...

Bueno, Pollo, se trata de una lectura superficial. A Cioran, tras calificarla de burda y grosera, apenas le queda tiempo para discutirlo (si se lo hubiera dado, me habria jodido el desenlace- por otro lado, no soy tan osado de intentar pensar como él para plasmar así sus posibles razonamientos). Los felices, incautos y cándidamente inocentes, son otro capítulo, pero entre un extremo y otro está la mayoría de las personas. El relato no tiene más que una intención de humor negro, sin moraleja. Un absurdo posible. Quizás una crítica a la masificación de la interpretación, que puede llevar a situaciones como esa.

Alberto, el primero fue precisamente su primer libro (creo recordar que fue su tésis doctoral, pero no estoy seguro- sí sé que lo publicó con la carrera recién terminada), "En las cimas de la desesperación". Luego vino "El fin de la filosofía y otros textos", "Breviario de los vencidos" y otro que, junto al primero, es de mis favoritos: "El ocaso del pensamiento". Me quedan unos cuantos, por suerte.

Y sí, como dice Ann, el relato también critica la exigencia del público masivo de una coherencia entre la obra y la vida del escritor, como si cada persona fuera una película andante. Los malditos tópicos sobre lo que debe (más bien lo "quien" debe) ser un artista (en un contexto social donde, paradojicamente, su existencia se mira con escepticismo).

Saludos a todos!!