lunes, 22 de junio de 2009

La opresión que subvenciona, y el delirio


Hace ahora un año que fui a ver una obra musical de teatro del grupo Atalaya (curioso que se llamen igual que la revista de los testigos de Jehová) en el patio de la Diputación. Representaban un musical titulado “la ópera de los cinco centavos” (no recuerdo si eran cinco, tres ó 3.1416). Recuerdo que hasta la mitad de la representación todo iba bien, el argumento se desarrollaba con ritmo y las partes musicales estaban bien puestas, sin excesos ni carencias; sin embargo, de ahí en adelante empezaron los problemas. Y es que si a un grupo de actores le das la oportunidad de descubrir la expresión mediante el canto (y si no hay un director no-actor con cuyo látigo aplaque los ataques agudos de ego auto-fascinado que suelen sufrir a la mínima de cambio), la cosa se puede ir de madre, como ocurrió. De pronto, el argumento dejó de tener peso, se ralentizó hasta casi la detención total, y las partes cantadas se hicieron eternas. Como músico, sé que puedes estar arriba sintiendo maravillosas cosquillas y escalofríos durante horas, sin que ello implique que los de abajo las sientan también, cosa que sólo la experiencia y los tomates te enseña.

Los actores, tan dados a la autocomplacencia, estaban enervados por la experiencia musical, nueva para ellos, olvidándose por completo de que abajo había un público que quería algo más que contemplar la epifanía que creían estar representando, dilatada en dos horas más, en las que no paraban de cantar; y no era una obra de Bob Fosse, precisamente, con su consecuente calidad compositiva, no.

Para colmo de males, al final, la obra desembocó en el delirio total. De pronto, un villano mafioso, asesino y proxeneta (uno de los protagonistas) se convierte en un héroe que se presenta como víctima de la injusticia social, y la sociedad queda declarada culpable de todas sus desgracias, delitos, asesinatos, etc. (todo esto enmarcado en conocidas reivindicaciones feministas, a pesar de la incongruencia inherente: si los nabo-pensantes consideran que “todas las mujeres son unas zorras”, en lugar de rebatirlo como es debido, se sublima el concepto “zorra” y se dejan intactos los roles tradicionales de “mujer-sumisa flipa con bandolero-héroe”, es decir, la agresividad masculina como elemento de encanto y como señal de una nobleza oculta por descubrir, puesto que enfrentarse a la sociedad, aunque sea mediante el delito, se considera un rasgo de nobleza cheguevárica). El mensaje “revolucionario” que no falte en el orden del día (aunque sea de chichinabo). Olvidan que tanto el Che como Fidel Castro eran burgueses de familia acomodada que tuvieron por tanto acceso a los estudios universitarios, nada que ver con un ratero.

No sé si habéis visto películas dirigidas por Kevin Costner, pero al final suelen acabar delirando tanto los argumentos como los personajes en una especie de mal sueño de cerebro hervido. Recuerdo una sobre un campo de béisbol cuya segunda mitad, simplemente, era un argumento más que suficiente para que internaran en un psiquiátrico al autor de semejante ataque patogénico. En el caso de esta obra, la evolución era similar conforme avanzaba: pasaba de un buen arranque, para ir gradualmente iluminándose con las luces de neón de la paranoia alucinatoria desembocando en la sorprendente reivindicación arriba indicada. Y es que los machotes tipo Curro Jiménez están de moda, cogidos de la mano de este vomitivo hispanic-revival que, al parecer, consiste en reclamar la excelencia de todos los mitos machistas del cabestro español: apoplejía edípica, la polla y sus virtudes como elemento andro-representativo, el recurso a la violencia como salvaguarda de una homosexualidad mal llevada (tocar a otro hombre en todo momento, aunque sea con los puños) y, por supuesto, el latrocino pícaro como habilidad social, elemento tan idiosincrásico de la sociedad sevillana.

La verdad es que choca que un grupo de teatro pinte a la sociedad de ese color mientras un organismo público como la Diputación les pasa el cheque para que puedan mantener un cotarro que no suelen ser capaces de hacer sobrevivir si ello dependiera sólo del público (ergo de su capacidad de convocatoria). Sin embargo, la sociedad tiene que ser injusta, opresora, tiránica, etc. porque ellos tienen que ser rebeldes, revolucionarios, antisistema, etc. por un motivo meramente ornamental: a la vanidad le complace ser muy radical, en el sentido en que la vanidad se alimenta mediante el desprecio de lo que se le ofrece (“nada es lo suficientemente bueno para mí”).

La sociedad actual es muy criticable, pero una buena crítica implica aplicar algo de esfuerzo analítico y tiempo para desarrollarlo. Las consignas y motivos revolucionarios tradicionales ya están hechos, y resulta más fácil recurrir a ellos como elementos que ya forman parte del acerbo socio-cultural occidental (al estar plenamente integrados, pierden su carácter revolucionario en beneficio de otro meramente decorativo que identifica a quien lo usa de una manera análoga a como lo haría una prenda de vestir). Es decir, hace que quienes no tienen ideas propias se pongan un uniforme que sólo es crítico en una perspectiva histórica involutiva; se lo ponen aunque el fenómeno en sí sea necesariamente estéril en este momento histórico. ¿Desean cambiar las cosas, o tan sólo militar en el mundo de las personas buenas, guapas e inteligentes de la izquierda? Porque denunciar la censura estatal en un país en que la censura ya no se ejerce a ese nivel es un anacronismo; tener que pensar en el control privado de los medios de comunicación como nueva forma de censura implicaría pensar demasiado, y es preferible adscribirse a la denuncia que tenía correlato histórico en un franquismo que, lo siento muchachos, ya no existe. En la obra de teatro condenan a muerte al villano, y todos se indignan por la injusticia de semejante acto. Bueno, muy bonito, sí, pero siento comunicarles también que no hay pena de muerte en Europa. Y así todo. Los universitarios hacen pelis, obras, donde los malvados profesores coartan la creatividad de los estudiantes; pero las pelis en sí están hechas con la ayuda material de sus respectivas universidades, ¿qué coño pretenden denunciar si ese mundo que denuncian no existe? Esas injusticias pasaban en el franquismo. Ahora no entran los grises en las facultades. Esta tendencia parece una corriente estilística heredera de una vasta tradición, pero con los ojos tapados frente a la realidad. Ha nacido la literatura de ciencia-social-ficción, señores.


Y, curioso, salen por la puerta grande con más pasta en sus cuentas bancarias que antes, gracias a la sociedad opresora que pretende coartar sus peligrosas intenciones de ruptura...

El narcisismo imbécil es sorprendente en sus imprevisibles formas y fenómenos...

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2 comentarios:

Búfalo dijo...

Estimado Quacking,

Efectivamente, la obra de Brecht es un tanto complicada de asimilar. Parto de la base de que te refieres a la "Ópera de los Tres Centavos" (con un nombre impronunciable en alemán), y si a eso se le aniade una companiía de teatro mediocre (que no creo que la haya) y una adaptación pésima (que sí las hay), entonces todo se convierte en un "sabeDios" que ni un crítico postmodernista.
De cualquier manera, invítole a que se familiarice no sólo con la susodicha obra, sino también con lo que se le anexa: una banda sonora impresionante (entre las que destaca el "Alabama Song" que popularizaron los Doors o el "Mackie Messer", famoso por su pseudoversión "Pedro Navaja" de Gato Pérez), una historia fascistoide muy contemporánea (aplíquese al Irán más contemporáneo) y una puesta en escena hiperrealista muy poco convencional. Todo se corta, todo debe parecer inconcluso, cruelmente mutilado, que son los giros de la Historia, que es la muerte, que es la tiranía redentora (los malos piensan realmente que son los buenos) y la ley del más fuerte: la rata más gorda.
... Es que Bartolito Brecht era, aparte de profeta, bastante grunge.

Muchos besitos, nos vemos en las cloacas (nada como casa).

Búfalo dijo...

Unas puntualizaciones (que me he quedado con la miel en los labios),

Se llamó la "Ópera de los Tres Centavos" porque fue pensada especialmente para el Lumpen y su rila (imagínate, "Ópera de tres perras chicas"). Una ópera (concepto refinado) para lo peor de las calles, con bellos poemas ultracrueles, con el objetivo de que no te puedes sentir identificado con ninguno de los personajes, porque todos son a cual peor.
En la "canción de los caniones" habla de la llegada (al fin) de una nueva raza; Mackie Messer era una matoncilla de barrios bajos, una paria matamendigos y Jenny era la loca que limpiaba los retretes de una taberna portuaria medio puticlub (qué grande!)... Me encantaría traducirte de viva voz la letra de estas coplillas, musicadas por Kurt Weil, amante de la entonces nueva música pentatónica.

Otro caramelito antes de terminar... Esta ópera se dejó de representar en Alemania el 30 de Enero del 33 (... bingo). Para acabar de lavarse las manos, Brecht la situó en Londres, en una especie de barrio chino, de Soho, así nadie podría sentirse identificado...

Antes lo atildé de grunge, ahora lo acentúo de heavy metal, pero con palomita, un cyberpunk... un profesor universitario harto de cocaína y jachismaníaco.

Cuando la pongan otra vez, invítame a la entrada, ya te invitaré a lo que tenga.