martes, 9 de diciembre de 2008

La guitarra



Desatendido. Ese es el hecho. Había quedado desatendido para todo el puente (desatendido por mi camella particular, por supuesto). La chica se había ido a la playa y mis ensayos impidieron que la pudiera ver antes (eso y cierto cheque que tiene que llegarme y que no llega). El caso: sin polen para cuatro días. Genial.

Empecé a darle vueltas a la cabeza, repasando las opciones al alcance. Polígono Norte, en realidad casi junto a mi casa- no, la última vez me vendieron una mierda y muy poco. Mi amable “pasante” me tiene mal acostumbrado con su polen rubio y me niego a bajar el listón. Pensando en la alternativa verde me acordé de Grace, mujer americana que a veces vende a los amigos necesitados como yo. La llamé. Me dijo que me ayudaría sin problema. Fui corriendo a su casa. Sin contratiempos, obtuve el género y me fumé uno allí, con ella, contándonos nuestro últimos avatares. Luego me fui.

De un modo u otro, no soporto la vida, su cansino transcurso, el absurdo orgánico, la soledad. De pequeño me dedicaba a joder a los vecinos, los peatones o los curas de las iglesias con mis trastadas; me gustaba ser un hijo de puta. Llegar a serlo, conscientemente, de manera elaborada y planificada, me parecía una construcción (un proyecto) de lo más decente e importante, era la materialización de un personaje creado por mí en la vida real, como consecuencia lógica- el pie de foto ideal para lo que veía. La vida dolía menos así y me negaba a aceptarla tal como era. Cómo despreciaba a aquellos que no oponían la más mínima resistencia. ¿Qué podía pasar por una cabeza así? ¿No tenían sentimientos? ¿No había inquietudes o ansias o recuerdos de haber sido algo desde luego mucho más grande que eso? Lo más increíble era que ni siquiera supieran formular algo tan importante y esencial. La gran mayoría no lo sabrían nunca. ¿Cómo se vive en la conciencia-cero? Siempre tuve claro que no debí haber nacido. Me invitaron a la fiesta equivocada.

Las drogas fueron toda una salida cuando las descubrí. Casi podía ser buena persona ante otros seres humanos sin que me reventasen las entrañas. Podía asimilar las convenciones sin descojonarme abiertamente por el espectáculo que suponía ver la literalidad con que se seguían los guiones preestablecidos- para semejante ceguera social es necesario anularse a uno mismo por completo, y todo el mundo lo aceptaba, era evidente que ese valor primordial no significaba nada para ellos, no lo tenían. Era un espectáculo desalentador. La vida nunca se abriría paso para mí; la prudencia era su sucedáneo y el motivo de mi aislamiento. Me daban ganas de reír (esa especie nerviosa de risa-llanto), porque no dejaba de resultar cómico verme a mí mismo allí, en esta o otra reunión, en pie, sosteniendo un vaso, preguntándome cuál es el motivo de todo eso, como si hubiera caído por accidente en una sima llena de inmundicia. Estropear la fiesta era toda una alternativa, pero tras descubrir las drogas, ¡qué bien cuando, tras beber o fumar o esnifar, entrabas en consonancia por única vez con los demás y podías fingir, con una inspiración divina, ser como ellos! Y, sobre todo, se podía soportar, por unos mínimos instantes te sentías una persona más, y no un accidente marcado de por vida por un rasgo funerario de nacimiento.

Bueno, el alcohol estaba matando mi yo tan preciado, y tuve que dejarlo; pronto descubrí que todas las drogas tenían una contraindicación u otra. No se trataba de no morir, sino de morir siendo. Más tarde tuve más claro aún que a cada virtud la contrapesa una desgracia. No puedo soportar el tiempo y no encuentro un remedio definitivo, sino formas dulcificadas del verdadero remedio: la muerte. Supe muy temprano que nada tiene sentido. No hay actividades reales, sino pasatiempos. Yo quería actividades reales. Esas, que no existen.

La huída hacia dentro del hachís... Enfermo de vida y la medicación que te va matando... Al menos el hachís es tan leeento, tan leeento, que moriré antes de asco que de otra cosa.

El caso es que me fumé el material antes de lo esperado (ella tampoco había sido muy generosa) y la volví a llamar. Me lo cogió enseguida.

- Hey...- me dijo- I was thinking about you right now...
- Oh, why?- le contesté.
- I need to get rid of Carmelo’s guitar.

La famosa guitarra de Carmelo, esa guitarra española con grietas que fue el motivo de la pelea en que lo mataron. La quería tener conmigo. Ahora estaba preparado, dos años después.

- Right, I’ll take it. Do you have something for me?
- Sure, come around...

Me pasé por allí. Una visita corta (ella estaba triste y quería descansar). Me dio la guitarra. Fumar tenía ahora más sentido que nunca.

Regresando a casa, con ella bajo el brazo, recordé las dos guitarras que he matado en mi vida, estrellándolas a ambas contra la acera de una avenida. ¿Qué preferiría Carmelo? No iba a hacerlo, de todas formas. Aún he de acabar de arreglar su vieja armónica y arreglaré igualmente esa maldita guitarra. Extraeré su mala sombra con la boca y la escupiré lejos. Volverán a hacer música. De eso no hay duda.

Mi novia, en casa, seguía estudiando. Triste, como todo el mundo en aquella tarde. Y triste por mí también, averiado de nacimiento, y yo triste por ella y su tristeza. Me he empapado otro libro de Auster. Luego, descubro que hay quien se toma más en serio mi poesía que yo mismo. Lectores inesperados que señalan a la existencia de mis conceptos...

Como no podía ser de otra forma, ¿qué mejor hereje de mi doctrina que yo mismo? Ser un signo de inversión...

Cuando se puede crear, da igual lo que suceda con lo creado. Cuando se tiene la potestad de volver a hacerlo, de hacer más cosas, de ser una fuente-mar... La obra es poco más que una migaja que nadie comprende. El oro es ignorancia, el dinero, fe en el vacío... Lo único que importa es el poder de la voluntad capaz.

La vida sigue y, con ella, toda su parsimonia de lento aplazamiento de la muerte.

Tendré que dejar de fumar tarde o temprano. Estoy jodido. Qué suerte tengo...

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2 comentarios:

Unknown dijo...

Un texto soberbio. También yo pienso en mi relación profunda con el hachís. Un abrazo triste, y también enfadado conmigo mismo.

pilimari dijo...

mmmm, me alegro de volver a verte!
besos