miércoles, 3 de junio de 2009

La cápsula mágica de los dos botones

Recuerdo cuando todo estaba claro. Pero es un recuerdo falso, no todo lo estaba. Era quizás más simple, pero sólo quizás.

Existiendo la cocaína, el alcohol, las pastillas, los porros, los tripis, el speed, no podía comprender cómo a una persona, al llegar la primavera, le podía complacer una granizada de limón. Ni hablemos ya de la ilusión de la expectativa, eso era ya inconcebible. Ningún objeto material era interesante. Me importaban un carajo los zapatos, la ropa o los coches. Es decir, no me interesaban nada, no me atraían, no tenian nada que ofrecerme, los despreciaba. Nada salvo la noche y el fuego en cualquiera de sus formas. Ante cualquier cosa, anteponía la llama.
En general, nada era lo suficientemente dulce o salado o amargo. Nada era tan caliente como el sexo, nada tan frío como el vampirismo de los que viven sin sentimientos. A los dieciocho años tenía la sensación de que ya estaba harto de todo, como si hubiera nacido a la edad de 200; ya bastaba, todo sería siempre igual; había que empezar a pensar en un final brillante e intenso. Todo transcurría en la cabeza, que vagaba en una cápsula onírica donde se solapaban los falsos sentimientos artificiales hacia sustancias y personas que, tarde o temprano, serían desechadas como estampitas desgastadas. Una vez agotado este juego, aparte de la ruina humana que quedó como resto, ¿qué hacer? Bueno, la muerte ya la tengo, juguemos a vivir, a ver qué pasa.
Ahora, en cuanto a ilusiones, sólo me queda el mecanismo de la cápsula, y un sentimiento real.
Lo demás, se desvanece ante mis ojos como la nada que en realidad es. Es tranquilizante, esclarecedor.
La diferencia con respecto a antes es que ya no me importa. He dejado de ser un amoralista escandalizado permanentemente.
Resultó que el mecanismo, que fue la maldición, también era el don. Dos botones, simple, sencillo, infalible, con los dedos en perfecto estado, esperando a accionar la máquina sencilla que, sin embargo, resulta sorprendente.
Elegí el izquierdo. Por el amor propio y tal. Por ver qué pasa. En ello estamos. La muerte me sigue a todas partes como un testigo fiel que toma nota de todo. Estoy aquí.
Me aburres, muerte. Eres un premio ganado de antemano, una victoria amañada. Paso de tu rollo. Que te den. Procura ser puntual cuando exija tu trabajo sucio. Mientras tanto, disfruta de lo que ven mis ojos, si eres tan osada...
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1 comentario:

Anónimo dijo...

No hace mucho, yo más joven, siempre andaba tirado o en la plaza del museo - san pedro o la alameda super ciego y etilico, y no veas como le daba al tarro filosofico, y ahora me encierro en lo que es politicamente correcto, no beber mucho, no drogarte nada, estudiar, sonreir a tus padres... y soy otra vez alma de sistema...

simplemente eso, cambian las cosas...


Alejafinado