lunes, 23 de febrero de 2009

La gran Panerada


Leopoldo la lió de nuevo. Completamente cargado de calmantes, era casi incapaz de articular sus palabras con claridad. “El loco delira, pero no miente”, balbucía continuamente ante el rechazo de la audiencia. Pocos de allí sabían con quién trataban. Los perfopoetas que lo introdujeron, esos, quienes no dudaron en aprovechar la oportunidad para editar con el poeta más representativo del grupo de los “novísimos”; esos, que pagaron a aquel (que estará siempre en la historia de la literatura española) tan sólo 200 euros por su aparición pública- esos no sabían nada de Leopoldo María Panero, salvo su posible utilidad como combustible para la vanidad ilimitada de algunos ignorantes.

Y lo hicieron con una falta de pudor que rozaba el exhibicionismo. Algunos ni siquiera se sabían el título del libro, recién publicado y cuya presentación justificaba el acto, de memoria; otros afirmaban con total tranquilidad haber descubierto a tamaño poeta a raíz de su presencia esta semana pasada en el Festival Internacional de Perfopoesía. Sobre todo ignoraban con qué personaje se las estaban midiendo, y él se encargó de dejarlo claro, como siempre.

Y es que, con mucha frecuencia, la falta de luces va acompañada de la osadía más impertinente. Tras presentarlo mediante una lectura perfectamente currada y sincronizada de sus poemas, lo dejaron a su suerte solo, sobre un escenario con público y un micro por delante. No está mal, para tratarse de un anciano esquizofrénico, su solidaridad y sensibilidad hacia su enfermedad. Para él, el verdadero autor, el mayor poeta, no consideraron prepararle nada ni hacerle compañía arriba, aunque sólo fuera para guiarlo en medio de su divagar visionario y alucinatorio. Ellos ya habían acabado su recital, les habían aplaudido, habían publicado con él, y, por lo tanto, ya le podían dar por culo como el que tira una cáscara de plátano tras alimentarse. Ninguno de los que lo introdujeron lo conocía de antemano. Ninguno; pero por estética respetuoso-falsofelatoria, lo presentaron con grandilocuencia. Ya digo que no lo conocen. Se lo pusieron a huevo.

En fin, sólo recitó cuando lo obligaron a hacerlo y de mala manera. La gente se permitió el lujo de ordenarle leer. Él, sin embargo, les habló de que la CIA controlaba todos los medios de comunicación y gritó varias veces “viva ETA”. La gente se levantaba y se iba. Leopoldo se excusó para salir a mear y ya no le dejaron seguir: tenían su alimento, pero no querían el escarnio. Qué tremenda osadía.

Ahí quedó. El valor de la lectura fue metapoético. Al la salida oí a alguien llamar la atención a los organizadores por dejarlo así, solo, frente al público, y ese alguien se excusó en que durante la tarde lo habían ensayado y les salió bien. Ya digo que no lo conocen en absoluto. El bueno de Leopoldo tiene tras de sí décadas de tomar el pelo a lameculos de la misma especie. Si se hubieran molestado en averiguar algo más de él... pero no. Les engañó según su costumbre. Y es que no tenían el nivel para afrontar semejante compromiso con uno de los más grandes poetas de este país.

Y, al fin y al cabo, ¿esos tíos quién coño son?

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1 comentario:

Anónimo dijo...

Panero es el único al que se debería denominar poeta, es decir, Poeta, en el sentido más rimbaudiano... Allí donde otros exponen su obra yo sólo pretendo mostrar mi espíritu, Artaud dixit.