lunes, 9 de febrero de 2009

Mares y aguas

A raíz de la anterior entrada me he puesto a pensar en los mares que he visto, porque hay uno que se escapa a esa regla de frustración que mencionaba: vi el Mar Báltico helado en enero de 1993. Totalmente congelado, paralizado como en una instantánea de frío. Ese mar se transcendía a sí mismo y, sí, dejaba que volase en la infinitud del momento ante la monumental presencia del infierno blanco que se extendía ante mí, desde el embarcadero del Palacio de Verano de San Petersburgo, hasta el polo norte y, con él, el norte de todos los continentes. Es otra cosa, el mar congelado. ¿Cómo será un mar en ebullición? ¿Provocará algo parecido? No sé, pero el hielo difumina el horizonte y parece ahora todo mar, ahora todo cielo. Todo blancura de nieve y página en blanco. Me gustó aterirme hasta los huesos ante semejante visión. Recuerdo que llevaba en el Walkman el casete de AC/DC “Dirty deed’s done dirt cheap” del 76. Escuchaba Ride on entre el frío, los canales, las iglesias, los palacios y alguna aventura de hotel con pistola incluida. Hice fotos de ese mar, pero no me apetece colgarlas (buscarlas, escanearlas, brurghhh...).

El Mar de Azov es la contraposición, un mar de andar por casa, una sopa, poco salada y algo estancada. El Lago Michigan es eso, un lago, aunque con más olas que el Mar de Azov. El Lago de Managua se supone que lo he visto, pero sólo como criatura. También he estado en las Cataratas del Niagara, pero sólo recuerdo el color naranja de la luz a través de la lona de la tienda de campaña. Al parecer, flipé tanto que me puse perdido de agua y mi madre tuvo que mantenerme en pelotas el resto del viaje. Las debo haber visto, y sin embargo sólo recuerdo la tienda.

Bueno, Hermann Melville escribió al comienzo de Moby Dick una parrafada genial sobre el mar y sus virtudes, atractivos y características positivas- desde entonces me refiero a ese libro como “Mobile Dick” no por que me disguste, sino porque ya no puedo evitarlo. El mar no deja de ser tierra de bajura inundada. Que nos sorprenda y nos ponga melancólicos es un signo de debilidad sensorial (mierda); pero sólo comprendemos los conceptos a través de dicha experiencia. A joderse.


Siluetas

Bajo el mar, la roca y la sal,
- el fondo un deshielo de desierto;

al salitre de las olas en rocío,
-y bajo el mar, las piedras-
los botes se hacen dedos y recorren,
como amantes,
los cabellos de los vientos
- una hoja de hiedra se talla sola mientras tanto,
soplada en arena y sal, en lo alto de la playa.

Mares y aguas,
horizontes derretidos por los ojos
que vuelan hacia ellos como flechas,
dejando para el frío la anónima sombra
de sus propias siluetas:

la blanca cola nupcial del invierno
tejida entre ambos hemisferios,
donde zozobran todos los sueños
como copos copulados sobre el hielo...

... ella, abraza mi hoja de hiedra
como una quincalla extraviada,
encontrada entre el hielo, el sol y la arena.
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