miércoles, 20 de agosto de 2008

En la carretera

El coche roza el asfalto con el silbido sordo con que vuela un avión de papel. Rogelio sostiene el volante con la punta de sus finos dedos y mantiene una media sonrisa. Los coches nos pitan cuando los adelantamos y cuando nos adelantan, pero apenas lo percibimos porque la música suena altísima. Por el mismo motivo el coche se sobrerevoluciona, pues no se oye el sonido del motor, pero no parece importarle a Rogelio. Es más, parece que eso esté bien.

Rogelio se fumó a sus padres. Los quemó con un soplete mientras aullaban como sirenas de coches de bomberos. Los mezcló con una carretilla de tabaco y se los fumó durante un fin de semana.

- Es igual de asqueroso que fumar orégano con nuez moscada, pero con un buqué mas refinado.

Yo dije ajá.

La carretera no tiene normas para Rogelio. Por lo que a él respecta, se es libre de disfrutar de todos sus detalles, aunque se descuide la conducción. Rogelio no quiere perderse ningún rasgo del paisaje, lo considera a su servicio. Invadimos eventualmente el carril contrario: Rogelio se distrae al deleitarse observando un arroyo precioso a la derecha de la carretera, hasta girar su cabeza hacia atrás al pasarlo de largo. Su belleza está a su servicio. Hay árboles verdes que tiritan al compás de la brisa amable de la mañana. Sus brillos susurran mensajes en código morse, miles de mensajes de los dioses de los vientos. Rogelio atrapa sus emisiones y las descodifica. Su contenido está a su servicio.

Los coches nos pitan por delante y por detrás. Nos cruzamos con autobuses, colmenas móviles, sarcófagos. Los coches son personas empaquetadas en aluminio chapado. El nuestro es un paquete de plástico que contiene bombillas encendidas, nuestras cabezas como luces en el resplandor del día. El paisaje se hace irreal con el cielo azul y los focos artificiales, las sombras huyen de nosotros, quedan rezagadas a nuestro paso veloz. Otras veces nos adelantan las sombras de otros coches, con la misma indiferencia que muestran hacia las personas los perros cuando son paseados por la calle y se sienten seguros con la correa del amo que los pasea. Hay un saludo de aromas frescos cuando nuestras ventanas arañan el aire de los prados verdes que, como las olas del mar, rompen en las cunetas de ambos lados de la carretera. Por los campos cultivados nos ciega la luz del sol. Por las montañas nos saludan las siluetas escarpadas. Surcar el asfalto, hacer crecer la hierba a nuestro paso como guerreros anti-hunos.

El corazón, metrónomo de la música vital, late fuerte y vertiginosamente y entra en fase con la vibración del motor.

Ramón se siente por un momento hermano nuestro.

Las miradas bailan y todo da vueltas entre nuestras risas. Es una mañana preciosa, los pájaros trinan pero no los oímos con los oídos: trinan en el corazón al ritmo sedante de una atronadora canción de Lou Reed.

Todos agitamos la cabeza al unísono. Estamos contentos. Nos esperan para recitar, nos van a pagar por hacerlo, nos van a pagar por ser nosotros mismos, por haber nacido así. Sí. Un honor de monarca: la atmósfera es la única corona. Sí. Una intención diabólica: nuestro tridente tiene un mango de rosas. Sí. Un desafío: ser un haz púrpura sobre un mundo gris. Sí. Un objetivo: flotar en la oscuridad de los corazones que permanezcan atentos, trinar en las vibraciones de su pecho. Sí. Volamos juntos a desperezarnos a lo largo de la tarde en un bosque de cipreses, bajo sus copas alargadas, agujas entre agujas verdes.

Rogelio conduce poseído por las yemas de sus dedos, que se recrean en sentir el tacto del volante de plástico. Cuando conduce, Rogelio demuestra, conduce con significado. Su volante es trascendente, y a cada gesto sonríe, detecta su propio sarcasmo, se ríe de estar conduciendo y, sobre todo, de seguir haciéndolo. Regula la velocidad a capricho, elige los carriles según su deseo más inmediato con la tranquilidad con que un niño estrella un juguete contra la pared, seguro de su propiedad. Considera a la carretera como un juguete más, y toma propiedad sorprendido de sí mismo. Y resopla. Y sonríe. Y esboza en su cara un tic bilabial.

Hay un orgullo en las naturalezas vulnerables que escuece a la irritabilidad del Detritus. El Detritus nos circunda veloz, lo sentimos a cada ráfaga de viento, a cada coche o camión o autobús o tractor o motocicleta o ciclomotor o bicicleta o avioneta de tratamiento agrícola o cazabombardero o peatón o patinete o monopatín o coche policial o cápsula espacial o insecto u hostal o pueblo o ciudad o señal o desviación o resonancia alguna. Rogelio permanece inmutable, sonríe, resopla, y esboza en su cara un tic bilabial. Y punto.

¿Qué se esconde tras los gestos más inconscientes e intrascendentes? Configuran un mural críptico que precisa ser descifrado e interpretado por una mente visionaria que recoja las resonancias de nuestra respiración y las traduzca; alguien que conozca el idioma del aire. Un aparato detector de gestos trascendentes que interprete los gestos más insignificantes y les dé un sentido mucho más amplio.

Rogelio y Pájaro lo tuvieron durante los años únicos de la gloria de la República de Demencia.

- Tosa, por favor.

El aparato detector de gestos trascendentes recoge el gesto.

- Ajá, usted pretende sustituir el macrocosmos por un microcosmos, ajá. Eso es ilícito. Ya nos habían llegado denuncias por su manera sospechosa de toser. Ayer tuvimos que ejecutar a un señor que al pedir café pretendía en realidad asesinar a su vecina. ¡Ha usted de acudir inmediatamente a un campo de reeducación!

En aquellos campos no sobrevivía nadie por lo general. Había aparatos ocultos en los baños y casi todo el mundo tenía la tentación de orinar para que el jefe del campo sufriera un colapso eléctrico con su máquina de depilar. Había también aparatos para depilar la superficie de la tierra, ciudadanos incluidos. El acto de fumar personas sólo era permitido en caso de que se tratase de familiares cercanos. Un conocido caso fue el de quien rehusó fumarse a su abuela. Fue reciclado junto a unas latas de cerveza. No quedó mal. Ajá, sí, muy bien, siga así. Hum...

Me siento solo. Es detestable que Fernando no esté con nosotros, así que imagino que me escucha y me cuenta cosas.

- Es cierto, sí, pero cuéntame más cosas, Uli, cuéntame. Ayer me encontré unos libros viejos en una acera, frente a un bar, y los quemé. Es maravilloso, tío. El fuego es precioso. Al principio quemé uno sin intención de quemar los demás. Pero me encantó, casi me agreden unos niños y aparecí de espontáneo en el rodaje de una performance, quería besar a la actriz a distancia ¡Creo que lo entendieron! ¡Creo que lo entendieron! Luego quemé más libros. Tío, hasta para arder Kafka es magnífico. Sí, cuéntame cómo estuvo.

Alex se queda ensimismado y Ramón está algo ausente. Somos una bala de poesía que vuela hacia su destino y sólo escucho el viento y la música. Raudos nos dirigimos al destino con trayectoria lineal. Raudos Budas de raídas prendas volando hacia el ocaso de este sábado. Es una mañana preciosa. Volamos cada uno en nuestro ensueño directo unipersonal.

Rogelio toma las curvas y al unísono rodamos como canicas hacia un costado del habitáculo. Rogelio resopla y en su cara esboza un tic bilabial. Rogelio acelera y al unísono rodamos como canicas hacia la parte trasera, y Alex cae en el maletero y sonríe, y encuentra una de las guitarras bajo su culo.

- Vaya, no está nada mal. Ajá, no se hable más, sí...

Rogelio frena y rodamos como canicas hacia la parte delantera del habitáculo, lo aplastamos contra el parabrisas. Con la cara apretada al cristal, a duras penas manteniendo el volante, sonríe, resopla y con mucho esfuerzo esboza en su cara en su cara un tic bilabial.

El viaje, como el luto o la alegría, para que pese se ha de llevar por dentro. Los que pueden llevarlo, además, por fuera, son los más dichosos, pero no es imprescindible.

En la República de Demencia estaba terminantemente prohibido viajar sólo por fuera.

- Veo que ha viajado usted a Austria, pero no ha significado para usted mucho más que visitar el retrete. ¿Podría explicarlo?

En la República de Demencia también estaba penado llevar algún tipo de luto.

- Nuestro aparato detector de gestos trascendentes nos indica que tiró la basura como penitencia por la reciente muerte de su hermano, ejecutado a su vez por llevar luto por su madre, que fue ejecutada porque sonrió por la muerte natural de su abuelo. Es usted lamentable. Lamentable.

Fue ensartado a flechazos por Rogelio y Pájaro. Esto no fue más que el comienzo de una cadena que aniquiló a toda una familia.

-¡Cuidado, tío, ja, ja! ¡Tienes que darle en el estómago, idiota! ¡Eh, que se le ha desatado un brazo! ¡Espera, que le tiro una piedra, espera! ¡Ja, jaa, justo en la cabeza! ¿Ves? Ahora ya no corre, apunta bien ahora apunta bien, sí...

Poco a poco el trayecto se va completando, sólo nos hemos perdido un par de veces, nada importante. Nos habremos fumado del orden de quinientos porros de preguntarnos en este momento cuántos, pero no lo hacemos. No tiene importancia. Nada importante, nada. Pero en lugar de eso tomamos por fin el último desvío y decimos ajá. Maravillosas minas de tierra roja nos rodean por doquier, como si estuviéramos en Marte. Rogelio mira el paisaje con cierta visible nostalgia mientras invadimos el carril contrario. Nos pita un camión cargado de piedras. Ignora que la carretera y sus carriles y sus normas están al servicio de Rogelio. Ya es mediodía. Hambre, sed, ansia. Y sol.

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