miércoles, 6 de agosto de 2008

The office


El trabajo da sed. Una especie de desesperación, un estado de pobreza, necesidad y... acecho ansioso sin objeto. Sentado ante este ordenador, dios, cuántas rememoraciones o fantasías sexuales me he procurado. Estoy seguro de que los ganadores del concurso La Sonrisa Vertical son todos oficinistas, o lo han sido, o lo son de alguna análoga manera. El fluorescente es el verdadero afrodisíaco del siglo XXI, sumado, eso sí, al vaivén de la abulia ofimática, el resentimiento de grupo de los departamentos y el odio sincero a los jefes por parte de nosotros, los indios; ese clima de cretinidad generalizado (resulta increíble que el país no se derrumbe con semejante proliferación de inermes mentales; por supuesto que Kafka se suicidó), esa falsedad en el trato de los compañeros (infatigables carroñeros de picos curvos), esa imitación a los modelos televisivos... Claro, uno se evade al lugar donde estaba tan a gusto antes de venir aquí: la cama, y claro, eso lleva al último polvo, y de ahí, la mente vuela...

Odio mi trabajo. Mi vida es una mierda. Soy un no-ser. De verdad. Ocupo una plaza que no debería, pero mis papeles indican otra. Cojonudo. Soy un no-ser. Parece ser (o mejor, no-ser) que el principio de identidad de Parménides tenía excepciones: yo. La excepción. El no-ser. Nadie me cree.

Es curioso. Un día ejerciendo de no-ser en el Fun Club se me acercó una chica por sorpresa. Como soy más perezoso que un perro a la hora de la siesta, inmediatamente visualicé todo el posible proceso que seguiría a su saludo: que si cómo te llamas, a qué te dedicas, decir algo gracioso, y lo peor, el inevitable “en qué trabajas”, lo odio tanto... Para en el mejor de los casos mal-echar un polvo (no hay nada como conocerse bien para follar bien, a mí que no me jodan) y salir corriendo... Buf, yo, que estaba tan a gusto sintiendo lástima por mí mismo y moradísimo de porros... Decidí cortar por lo sano. “Soy un borracho, tengo treinta años, he vuelto a casa de mi madre, tengo un trabajo de mierda que no me permite ni salir de tapas, ni ir al cine, ni ir a la playa los fines de semana, ni ir de compras al centro, y no tengo carné de conducir, ni coche, ni me importa”. A veces la mayor de las determinaciones resulta contraproducente, pero mi obstinada indiferencia venció finalmente. En realidad, podría haber sido más simpático o agradable. No. Mejor no.

En fin, recuperé mi autonomía, pero sigo en el mismo trabajo de mierda (se ha vuelto a averiar el aire acondicionado de mi “sector” de este non-environment...). El calor, verdadero protagonista de mi corazón estos días, amplifica mis sentimientos misántropos.

“Matar a Clousseau...”

El aire acondicionado de casa, sin embargo, funciona, encimita del sofá. Bien. Comeré con mi amor. Mi oasis en todos los sentidos. Rebien.

A las siete, sin embargo, ayudo a un amigo a desalojar un local de todos sus cuadros. Sudaré, pero dormiré la siesta con mi niña. ¿Qué más se puede pedir?

Quiero reunirme con Juanele a leer poemas. Sería genial reactivar el grupo de poesía.

Ciencia ficción, vamos...

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Me has emocionado con el no-ser. Kafka es el camino. Mira, el grupo vamos a ir creándolo aquí en la Red, abierto a todas las que se quieran sumar, y a todos (sin exclusiones).
Tenemos años por delante, así nos podemos pasar una vida entera.

Un abrazo.

pilimari dijo...

Bueno, yo estoy tan vacía que nada me llena.
Son tiempos de no ser, está claro.

SAludos!

Quacking-pingüino absort-minded visions dijo...
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