viernes, 5 de septiembre de 2008

Planes Quinquenales

En la República de Demencia, los libros de poesía debían ser supervisados por la censura, que ponía un límite para el número de obras por publicar, planificando las ediciones cada cinco años. Eran los famosos Planes Quinquenales de Poesía. Así, se proponían alcanzar ciertos objetivos en función del espíritu que consideraban necesario exaltar e infundir en el pueblo, para de esta forma mantener lubricados los engranajes de la maquinaria social demente. Consignas del tipo ¡Vamos a arrasar la poesía del Surrealismo! o ¡El pueblo necesita Dadaismo! ilustran esta planificación estatal. A veces los planificadores molestaban al Gobierno Biconsular con sus continuas quejas y lamentos, y éste se tenía que poner manos a la obra con su picadora de carne: los monos de palacio experimentaban ahora con las hamburguesas de personas. Los Cónsules despreciaban, ante todo, a los “subordinados quejicas” y a los "estúpidos rigoristas", como explicaron en un manifiesto titulado Por una Burocracia sin iniciativa: salvemos al país. De todos modos, algunos seres ambiciosos, residuos de la sociedad anterior, no podían evitar hacer méritos y soñar con el éxito y la prosperidad profesional. Ellos engordaban a los chimpancés de Rogelio y Pájaro, su particular guardia pretoriana. “Un chimpancé es más inteligente, efectivo y menos desalentador en sus expectativas que un ciudadano de nuestra República”, afirmaba Pájaro en otro manifiesto titulado Sobre la emancipación del hombre y el mito de la mona Chitah.

A veces, algunos poetas se hastiaban y empezaban a protagonizar actos absurdos e iniciaban campañas de provocación antisocial. Alfredo De La Espina, gran poeta institucional, reconocido Artista Mediatizador, sorprendió al régimen al intentar publicar una colección de cuentos titulada Mujeres Empaladas, donde el autor llevó a cabo una serie de narraciones donde describía asesinatos de mujeres justificados por más que obscuros argumentos de tipo práctico. En la República de Demencia no se permitía el asesinato selectivo, dentro de cuyas numerosas especies se despreciaba especialmente el asesinato basado en la discriminación sexual y racial, ni en general el asesinato producto de circunstancias o supuestas necesidades ajenas a la pulsión artística, como el interés económico, el interés político o pasiones como la venganza, la misoginia u otras fobias de género. Sin embargo no existía consenso entre los miembros del Ministerio de Happenings ni había coherencia en los misteriosos designios del Gobierno Biconsular en cuanto al papel del arte en la República y, por lo tanto, en cuanto a las decisiones tomadas al respecto. Eso, en realidad, dependía del estado de ánimo con que se levantaran los Cónsules cada día.

Todos estaban de acuerdo en que el homicidio e incluso el genocidio podían ser espectaculares y considerarse, por lo tanto, obras de arte. De hecho, se enorgullecían de haber llevado el concepto del Arte Total hasta sus últimas consecuencias y de haber logrado así deleitar a toda la masa superviviente de la República. ¿Debía el arte estar entonces, por consiguiente, determinado por la coyuntura y las demandas de las masas sociales, en un régimen que promulgaba y decretaba su absoluta independencia?

El valor primordial en la ética de la República era la experiencia artística, ya fuera una experiencia de lo sublime o de lo terrorífico, olvidándose la vieja discusión sobre la virtud y el vicio, propia de la sociedad que había sido destruida con la Revolución. Lo importante era que dicha experiencia estética se diera de hecho. Lo que no estaba claro era si el arte debía servir, como herramienta, a fines en cierto modo ajenos al arte mismo o si, por el contrario, debía mantener un carácter sagrado, alejado de lo mundano, fundamentado tan sólo en el fenómeno artístico en sí, con independencia de las preferencias de los potenciales receptores o de los intereses personales de los emisores. Es decir, el arte constituido en un ámbito autónomo de expresión y conocimiento.

Johan Autofelatorsten, padre teórico de la Revolución, no había profundizado mucho en ese tema y las pocas veces que lo había tratado lo había hecho adoleciendo graves contradicciones. Cuando hablaba del arte de un modo genérico, estaba a favor de la postura arte-por-el-arte, pero contemplaba la utilización de ese mismo arte, ya entidad autónoma, para lograr objetivos políticos. Se hallaban ante una tremenda paradoja teórica en ese aspecto.

De todos modos, volviendo a la polémica que suscitó la obra de De La Espina, dentro del Ministerio de Happenings, alegando a la existencia de posibles incorrecciones a la hora de abordar la relación de las mujeres con la nueva sociedad, algunos miembros de la censura denunciaron al poeta al considerar Mujeres Empaladas, por su título provocador y por su contenido (todas las protagonistas de los cuentos morían, al final, de un modo u otro, empaladas, destacando su versión de Caperucita Roja, y en todos los casos se adjuntaba una moraleja al respecto), como subversiva, argumentando que se podía encontrar en ella indicios de apología del asesinato de género en lo referente a las mujeres. La República, no hay que olvidar, sostenía que todos los ciudadanos eran iguales ante el Arte Total.

Los términos de la acusación fueron considerados por la defensa como incongruentes dentro del extraño marco legal demente, pues, como alegó la defensa del poeta, “nada hay más estético que un empalamiento, y el arte es el bien supremo de nuestra sociedad, quedando toda consideración circunstancial en segundo plano”. La fiscalía sostenía que se violaba “el carácter divino del arte al supeditarlo a servidumbres relacionadas más con los problemas sexuales del acusado que con el beneficio común de la sociedad en su conjunto”. El abogado contestaba que “el beneficio común también es una servidumbre” y el fiscal aludía a “la diferencia cualitativa entre el beneficio individual y el beneficio colectivo” y a “la falta de prudencia de la defensa a la hora de interpretar las leyes de la República”.

El juicio se alargó y se transformó en un debate peligroso en donde se discutía y, en cierto modo, se ponía en tela de juicio la concepción artística del régimen. Era, en realidad, todo el proceso de De La Espina, producto de una velada maniobra planeada por ciertos grupúsculos críticos que pretendían revisar el proceso revolucionario llevado a cabo hasta entonces.

Rogelio y Pájaro resolvieron el asunto: asistentes, jueces, acusados y letrados fueron empalados públicamente. El abogado defensor gritaba al fiscal, antes del final, ¿Ves como esto es arte, imbécil, te das cuenta?. Rogelio, tras las ejecuciones, comentó a Pájaro El arte en nuestra República es el bien supremo, tío, y todo acto condenable está justificado si es sancionado por la acción artística, es decir, por Nuestra acción artística. La acción artística ha sustituido a la piedad divina. Nosotros legitimamos los actos. Nuestra gloria está vedada para los demás. Nadie se da cuenta de ello, Pájaro. Pásame el arco.
Allí, el arte, lo estético, lo aparente, sustituía a la moral y la ética. Hoy la guerra y la tragedia son ya un espectáculo. Pero todavía no...

1 comentario:

Búfalo dijo...

"Suicídate por mí, sería tan maravilloso..."

Dijo la Reina de Saba
mientras comía una haba.

La idea del suicidio
me saca de quicio,
con eso de la violencia
me da la flatulencia,
no te dará igual
si nos quedamos en paz?

Y dijo la Reina de Saba
mientras comía otra haba

"Pues me caes fatal,
eres un antisocial.
Será usted patán?"
- No, me he hecho alemán,
"entonces se ha hecho mecánico?"
- Mejor aún: matemático,
ahora soy un hombre serio
y en mi pecho late un euro
desde que soy verdulero
soy un auténtico guerrero.

A la Reina de Saba
se le acabaron las habas
pero siempre hay un gilipuertas
que su cabeza le oferta.

Y cuando me compran habas...
sé que son para la Reina de Saba.


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Aquí, el que quiere, se mata.