martes, 3 de febrero de 2009

Miradas



Ojos. Dicen que son la única extensión visible del cerebro. Desde luego, estamos hechos para leer en ellos algo más que un tamaño o color; la naturaleza nos ha dotado con un don intuitivo a la hora de adivinar la psique, el alma del que mira y es mirado a contrafuego. Existen personas que nunca miran a los ojos y viven en un mundo lleno de especulación, duda e inseguridad. Saber leer los ojos y, sobre todo, tener el valor de hacerlo confiere a aquel que lo practica una plenitud perceptiva en lo que a lo social se refiere. El de la mirada huidiza y tímida, o es un buzo experto en sí mismo e inexperto en las profundidades de las superficies, o es un fingidor que juega sucio; y de entre esos fingidores, los hay que simulan inexperiencia social con hipersensibilidad añadida, o sea, fingen ser el primer caso, y esos mentirosos en segundo grado son, sin duda, los más peligrosos. Pululan entre el artisteo con bastante éxito.

Ojos: puertas, ventanas, gemas, bolas de cristal, llamas, fuego, estrellas. De todo se ha dicho ya sobre ellos, pero hay que decir más. En los talleres de creación literaria suelen aconsejar no tocar temas tan trillados como el amor (y, dentro de él, los ojos) hasta que el poeta en ciernes haya madurado; en su lugar, recomiendan una poesía doméstica, facultativa y de ultramarinos. En mi opinión, todos nacemos con una gran pila de poesía espantosa a cuestas: sólo el que, emancipado del pudor, se libre de esa carga dando a luz a todos esos poemas malos que lleva consigo vivirá para ver salir de su corazón los buenos, que siempre esperan a salir los últimos. Aquellos que aconsejan dejar los temas más recurrentes y universales para el final son, generalmente, los que han soltado toda la mierda al principio, mierda que ahora les avergüenza (por ello aconsejan, con toda su buena voluntad, saltarse ese engorroso episodio). Pobre de aquel que les obedezca, pues a la edad de cuarenta tendrá que cagar malos poemas de amor durante bastantes años hasta que lleguen los buenos en su estricto turno. No se puede engañar a la vida, es de memos. Yo animo a todo el mundo a chapotear en el charco de la poesía amorosa mala y desgastada. Esa fue la pulsión que hizo nacer a la lira. Y los ojos, ¡cantemos a los ojos, mostremos una vulgar serie de símiles manidos! Pues esta inocencia nos hermana con el escalofrío original del primer poeta de todos, y ese es el único camino posible hacia el final mantenimiento de la llama.

Ojos. El misterio de su magia, ese elemento sin nombre que rebosa al corazón y todo lo sumerge en el océano de su identidad. Nadie supera la sustancia de sus propias miradas. En ello está todo. Nada de malabares de palabras: ojos; nada de pieles sedosas y curvas proporcionadas: ojos; nada de bocas de fruta y cuellos sensuales: ojos. Las palabras mienten, los cuerpos fingen y la sensualidad de un cuerpo precisa de la aprobación final del mirar de sus dueños (si no, surge esa extraña sensación de vergüenza ajena cuando alguien se insinúa sin ir al compás de sus propias pupilas- signo de estupidez). Ojos, ojos, ojos...

No han de ser ni verdes, ni azules ni grandes, tan sólo han de rebosar a la persona de quien brillan. No es un posar, sino un mirar.

Horizonte difuso

Miras luz líquida donde sólo hay sombra
-viertes el mundo y miras lo que haces.

En los ojos paz de cuna mecida en su espesura;
pero en los ojos,
un fogonazo de sol- y una intensidad de luna.

Noches abiertas de agosto y cortinas,
noches de lunas, brisas y alientos.

Caben todas en tu mirada-valle.

Y la tierra en fragancia de lluvia,
tierna tierra,
en tu mirada que penetra penetrada,
tierna tierra,
donde el horizonte difuso
ya no sé si es tuyo,
o es de ellos.

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2 comentarios:

Anónimo dijo...

...la existencia sin sus ojos no es tal vida
pues vida son preguntas de sus ojos
al rozar mi no-existencia...

Seguiré tus andanzas,
hasta otra!!

pilimari dijo...

un parrafo precioso el de los ojos...lo tendré muy en cuenta en mis aventuras con y sinmigo misma.
Ahora ando difusa.

un abrazo!