El instinto nos hace ver oro en nuestra sangre,
por eso la voluntad que la moja se hace santa.
Pero de nada sirve la sangre real entre millones de monarcas,
y se ansía el trono imperial que a todos subyugue;
por eso se ven cadenas sobre el oro que se ansía,
como si viviera en una prisión oscura y fría;
por eso se ofrecen las cadenas regias,
la tiranía bondadosa,
la posesión divina de las arpías
como salvación del peso de las otras.
Pero no hay cadenas ni eslabones
en las alas donde dos se fuguen,
sólo una codicia confundida que mira desde la distancia...
Y hasta el gorrión de vuelo más torpe
sigue siendo dueño de sus alas,
y aquellos que las corten
tendrán hierbas secas en el alma
que prenderán en una hoguera de dolor sordo,
aunque se vistan de clemencia.
No valen las cadenas piadosas.
No valen las cadenas.
No...
...
...
...
..
..
..
.
.
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lunes, 27 de abril de 2009
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3 comentarios:
decir que al leer esto me he acordado del karma ¿?
saluz!
No es lo mismo, pero me recuerda al mejor Verlaine...
Las dudas son síntoma de inteligencia, pero dime Kike,
¿Te ha llevado el viento, por azar
a orillas envenenadas?
Tal vez no ha sido por azar...pero tío me ha gustado tu poema...
saludos.
Gracias, Arthur. He estado visitando tu blog (desde el curro, no sé por qué, no me dejan acceder a él- a los demás sí, ¿casualidad?).
Estás escribiendo cosas muy buenas que ya te comentaré esta tarde desde casa.
Las orillas envenenadas...
Qué dulce la entrega,
el pacto silencioso,
la aceptación del veneno...
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