miércoles, 15 de abril de 2009

Pensamiento de diez minutos (o “Alex se liaba un porro”)


Le resultaba curiosa la predisposición de alguna gente con quien se cruzaba por el centro. Suponía que la cosa funcionaba así: todos tenemos intenciones- pensaba-, pretensiones de ser algo y de que ese algo se note. Normalmente gusta que aquello a lo que uno aspira se refleje en el aspecto, siempre y cuando quede oculto el deseo de aparentar en sí (un signo imperdonable de debilidad). El aspecto debe ser algo natural que surja por sí solo, se decía, como si la voluntad del sujeto no tuviera nada que ver en ello, pero teniéndolo y mucho. Y eso le parecía una verdadera majadería.

Pero es así como somos- seguía-, y con menos de veinte años aún peor: cargado de chapas pero fingiendo que no te importa ni la indumentaria ni la moda (chupa de cuero a cojón de pato, botas de 100€ en adelante- como su hubieras nacido así, con ellas bajo el brazo). No guardaba buenos recuerdos de la adolescencia, la verdad; bueno, en realidad, no guardaba buenos recuerdos de casi nada, así que, en realidad…

Ante todo- seguía su monólogo- que nadie te acuse te querer dártelas de algo de manera artificial, no; se trata, más bien, de que te acusen de dártelas de algo de manera auténtica. Eso sí. Ahí está el éxito: dártelas de auténtico mediante shows entrañables mientras chapoteas en un charco: eso se admite. La autenticidad superficial es la verdadera aspiración, el salvoconducto. Lo auténtico: un concepto vago en el que meter, a modo de cubo de basura, todo aquello que no encaja, que no se puede argumentar o que es encantadoramente absurdo. Un tío podría graparse la polla al ombligo, en la Sirena, por ejemplo, públicamente, que con que haya alguien que diga a tiempo “ese tío es auténtico...” la cosa podría tornarse incluso en legendaria. Siguiendo los dictados de la nueva épica, la del rock, la de la moda, la del éxito pleno donde regodearse abrazado a la vanidad, hemos abandonado, al menos, la épica patriota y guerrera sustituyéndola por una épica derrotada y llena de mártires que mueren sin estar seguros de ser ellos mismos. Me gusta más esta dulce decadencia de la civilización- se felicitaba a sí mismo, y proseguía con sus recuerdos: en una ocasión- rememoraba- una chica me acusó en el Fun Club de ser un “autista moral” sólo porque no hablaba. En esa ocasión le hablé, pero para que me explicara cómo había llegado a esa conclusión; que si ella tampoco me había escuchado nunca, como yo a ella, lo de la moralidad era un invento suyo; y que a lo mejor la que hacía una receta-moraleja del silencio era ella, pero tapándose los oídos a la vez, para poder prejuzgar a la gente. Ah, cada cual se autosatisface como puede, sí. El caso es que me gustó el término. Autista moral. Bueno, ella era una carnívora nata y promiscua, pero puede que fuera de las pocas personas que nunca me mostraron su vanidad como tarjeta de presentación...

A mí, personalmente, no me importa en absoluto la vanidad- seguía con su discurso de media tarde, mientras terminaba de liar el porro- ni me agrada ni me molesta; es, al menos, un valor universal que compartimos con otros animales, como los perros; cuando notan que se habla de ellos, empiezan a posar (la belleza, esa maravilla a la que somos sensibles tantos seres vivos, ¿no?); pero me encanta ver cómo los amorales se escandalizan ante semejante filistea “acusación”. La de posar, vamos.

Hizo una pausa, miró el porro recién liado, y lo encendió. Le dio una buena bocanada y siguió pensando.

Vas por la Alameda- continuaba- y te encuentras, de golpe, a la nueva hornada que llega como si toda su vida hubiera transcurrido así. Los que han decidido ser punkies, los que quieren ser hippies, los que quieren ser metaleros, etc. Y con ellos las chicas que han decidido echarse de novio a un rockero, un punkie, un hippie, un heavy, un Emo. Los ves y los reconoces enseguida. Ahí están. El año pasado no estaban.

El perro no paraba de molestarle para que lo sacara a la calle.

El caso es que, siguiendo el hilo, Alex recordó que conoció una vez a una chica muy graciosa cuando tenía 24 años- le gustó porque se parecía en la cara a la protagonista de una peli detestable, pero muy guapa. Para cuando descubrió que ella tenía sólo 17 años los hechos ya eran irreversibles (en la medida en que no se puede viajar en el tiempo a corregir los actos de uno).
Pero entonces sonó el teléfono y era su amigo Joke-Dope, y dejó el recuerdo para después. Sí, estaba bien ir a su casa a tocar un poco. Colgó y empezó a apurar el porro con prisa.

Me presentó a sus amigas- se dijo, mientras se ponía la chaqueta, recordando-, y en fin, fue como una brevísima regresión demoníaca al mundo adolescente. Vaya…

La más terribles tres horas de mi vida, seguía diciéndose;

Joder, seguía.

El perro lo vigilaba atento desde la puerta.




..
..
..
.
.
.

No hay comentarios: