lunes, 13 de abril de 2009

Semilla de imparcialidad

Ella le escuchaba atentamente, pero entre una cosa y otra, pensaba precisamente en otra cosa; el gesto era lo importante. Escuchar te hace fruncir la cara y la sientes, está ahí, viva. Ello saciaba su conciencia. El gesto era una prueba de inocencia. Eso creía.
Vaya, pensaba, aquí estoy hablando con este tío. Menudo gilipollas. Hemos coincidido durante años en los mismos sitios y siempre va con esa actitud de suficiencia. Por encima de todo y de todos. Sin mancharse. ¿Me tengo que sentir privilegiada porque hoy me preste su tan preciada atención? Capullo. Habla como si todo lo que cuenta fuera muuuuyy interesaaante. Seguro que se relame al mirarse en el espejo...
Él le seguía contando la historia sin adivinar ni por asomo lo que ella pensaba. Había acudido a aquella fiesta por demostrarse a sí mismo que era capaz de salir de casa. Desde pequeño había sido siempre muy introvertido. Él sabia que ello era producto de una profunda inseguridad y timidez y se refugiaba del contacto humano siempre que podía. Tenía sus recetas para pasar desapercibido. Todo era cuestión de fingir bien ser normal. Eran trucos para ser un vegetal en medio de cualquier reunión jovial sin llamar la atención. Creía que funcionaba. De hecho, se había acostumbrado tanto que ya lo hacía sin proponérselo. En fin, se consideraba un desastre humano e iba al lastre del cambiante juicio de los demás.
Hablar bien, pensaba, es a lo único que se aprende de verdad siendo un ermitaño. Te obligas a pensar con coherencia para no volverte loco, y, zas, la incomunicación te hace un comunicador verbal experto. Eso dice algo muy importante y negativo del lenguaje...
Y la historia proseguía. Mientras ella se preguntaba a cuento de qué venía todo ese rollo sobre su amigo loco, él estaba seguro de haber sacado un tema lo suficientemente intrascendente para agradar a alguien normal (había abandonado toda pretensión por descubrir el misterioso origen de ese hecho- era una prueba de su limitación).
-... porque- le decía- conforme más tiempo pasa, más claro se te hace que es imposible llegar a algo con él, no por estadística, sino porque descubres que, conforme profundizas en su mente, él cambia de sitio las raíces del problema, las mueve; es como jugar al escondite. Así, mientras que la planta es en apariencia inmutable, no evoluciona ni involuciona, sus raíces se mueven más rápido que cualquier gacela- y aquí se quedó parado.
Sus familiares más cercanos y sus mejores amigos lo habían animado a que siguiera escribiendo. Cada uno le daba un consejo distinto. En aquella ocasión, por saciar la conciencia, decidió seguir uno de los bienintencionados consejos ("tomar nota de todo lo que te pueda sugerir una historia, como si fuera una semilla, en el momento en que se te ocurra") y decidió, aunque incrédulamente, tomar nota de esa metáfora. Le podría resultar útil para agradar a los preocupantes preocupados.
Ella esperaba a que prosiguiera, flipando. Este tío, pensaba, se queda ahí dormido de pronto, ¿qué coño le pasa? De verdad, este tío es un gilipollas redomado. No he visto nunca nada igual...
- Esto, ¿tienes un boli por ahí?
- ¿qué?
- Es para apuntar una cosa que he dicho.
En fin, la chica ya flipó del todo y se levantó.
- ¿Qué quieres apuntar?
- "Su problema era una especie de planta artificial de museo de cera que nunca cambiaba un ápice, pero que en secreto estaba viva y ocultaba bajo la tierra las raíces más frenéticas de todos los seres vivos; las raíces del problema".
- Tengo memoria, ¿te lo mando por mail?
Él le entregó la targeta sin levantarse. Ella la cogió y se largó.
Llegó hasta sus amigas.
- Menudo glipollas ese tío. Flipo. Apunta todo lo que dice Su Excelencia como si escupiera oro. ¿Os podeis creer que me he puesto borde y le he dicho que se lo mandaría por mail y se lo ha creído? Yo sí que no me lo puedo creer. Me da vergüenza ajena. Por Dios, qué tío...
El seguía en su rincón, creyéndose desapercibido (cuando era su existencia vegetal lo que lo ponía en evidencia). Ya no tenía que buscar un boli y había seguido el consejo de la familia, los amigos, etc. Todo bien.
Ella se había enfadado, lo sabía. Pero la raíz del problema era algo que se le resbalaba entre los dedos como una serpiente viscosa y viva. ¿Y sufrimos por no comprender a las estrellas? Pues entonces eso debía importar aún menos.
Y, al fin y al cabo, había saciado su conciencia...
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