martes, 19 de agosto de 2008

Arcos y flechas


Nos encontrábamos en casa del Pájaro. Nos íbamos a un pueblo de la montaña a pasar el fin de semana y dar un recital el domingo. Antes de salir nos mostró con solemnidad su arco nativo y sus flechas.

- Disparad, disparad- decía. Y disparamos.

Disparábamos a las paredes, a los cuadros, nos apuntábamos amenazantes unos a otros, sonriendo, contoneándonos por una especie de nerviosismo de origen incierto. Sosteníamos el arco en tensión y movíamos las caderas, como si bailáramos un bula-hop, o bailáramos el twist, y nos sentíamos cabaretesas de bodega de vino, cantantes de music-hall en mitad de la campiña, rockeros glam entre bandidos, y tras disparar descubríamos nuestra vocación de asesinos en serie, nuestro pasado de francotiradores de Roma. Pero todo es apariencia: en realidad no éramos más que nuevos mentores de una falacia ancestral y eterna, el mal sueño de Narciso.

Poníamos los puntos sobre cada una de las íes del texto de nuestra mentira a cada disparo. Era fantástico ver con cuánta potencia partían aquellas flechas, raudas y veloces, y se clavaban por todos los rincones de aquel piso, siempre a una preocupante distancia del objetivo elegido, errados los disparos; erradas las mentes y las miradas, como erratas de un libro invisible, errantes flechas hiriendo el aire, flechas lanzallamas, nuestros escupitajos, nuestras palabras-flechas. Era el zumbido de nuestras alas de insecto el que cruzaba las estancias, el que guiaba aquellas saetas en una y otra dirección a lo largo de todo el apartamento.

Y la gran falacia se configuraba poco a poco con una conducta caprichosa, dictando aquí y allá: el Pájaro y Rogelio son vampiros hermanos. Nosferatu es una dualidad melliza. Nacieron en el mismo estercolero rosa, un vertedero de Marte del que fueron expulsados, una acequia de vitaminas y proteínas de origen reptil.

Las risas eran entrecortadas tras el silbido de las flechas. Zuuuum ji, ji... una y otra vez. Yo seguía imaginando un recuerdo mientras apuntaba.

Fundaron una nueva sociedad, una nueva república, y aniquilaron las algas del planeta. Exterminaron el Parlamento de los Marcianos con su séquito de arqueros, pero su política fracasó. Sin embargo continuaban siendo grandes aficionados, como iba comprobando.

Pájaro me miraba como si yo fuera un alienígena y eso me preocupaba, pero sólo en parte, para dar coherencia a mi historia. Zuuuum ji, ji...

Fueron coreógrafos de la estulticia masiva en su planeta. Aquello fue genial mientras duró. Aquello tenía sentido.

Destrozábamos las paredes, los marcos de los cuadros, las puertas. A veces zumbaban demasiado cerca de nuestros oídos. Nos reíamos bobaliconamente, casi competíamos por ser el más temerario, cuando en realidad no éramos más que cuatro salvajes bastante cobardes. Los cobardes aburridos son muy peligrosos. Un grupo de mariposas asustadas puede dar un golpe de estado, puede derrocar imperios de alienación. Pájaro insistía en que disparáramos sin parar.

-¡Disparad, disparad!

Para mí no era la primera vez.


En su república marciana había que hacer imperar el miedo, convertir a todos en cobardes, formar un ejército de acojonados en busca de venganza. Legiones enteras de tiritantes soldados masacrando hipopótamos, legiones enteras graznando. Lo estoy viendo:

Pájaro y Rogelio observan desde lejos, desde su campamento, con sus prismáticos. Son estrategas del ejército de la República de Demencia, un ejército sumido en una guerra abierta contra la fauna del país. Se mueren de risa. Son los Cónsules que dictan las leyes y campan a sus anchas, y a veces disparan con su arco nativo para ver que pasa y matan algunos soldados suyos.
¿Suyos? Jo... Se desternillan.

Rogelio cae de nuevo en grandes llamadas a la grandeza de la Voluptuosidad. Brindan con vino dulce y continúan mirando, señalando con el dedo la lejanía indefinida.

- ¡Mira, jaja, mira a ese tío, mira, se está comiendo el rabo de esa cebra con los dientes, ja, ja, jaa, mira, las gacelas, los leones huyen, míralos a todos!

Un enjambre de boticarios actúa de ejército de Atila. La artillería está compuesta por una bandada de estudiantes de empresariales. Ya no importa mancharse los pantalones de pinza, ya no importa arrugarse la camisa, ya no importa chapotear con la lengua fuera en barrizales de lodo y sangre. Pasado el miedo, todos son primates salvajes y lo hacen con especial brutalidad para desquitarse de tantos años de comedimiento y prudencia; todos olvidan las manos y usan los dientes, y se revuelcan en un lodazal donde reina la pureza más atávica. Los chimpancés se descojonan de nosotros...

En la República de Demencia se dio el caso de una familia cuyo único hijo comenzó a actuar de manera sospechosa. El padre quería que, como él, dedicara la totalidad de su tiempo a aplastar cucarachas y beber cerveza. Él, en cambio, prefería pasar el tiempo ordenando su habitación o asistiendo a cursos clandestinos de ofimática, y tenía la costumbre de peinarse todos los días, sin parecer importarle la posibilidad de ser detenido por ello; como colofón, se lavaba los dientes después de cada comida, a escondidas.

- ¡Hijo!- le decía su padre- ¡Sé perfectamente lo que haces metido en el baño! ¡No me trago el cuento de que te estás masturbando! ¡Te estás lavando los dientes! ¡Te vas a quedar ciego! ¡Te pudrirás en el infierno!

Su padre se preguntaba qué había hecho mal, que dirían los vecinos si se enteraran. A pesar de la prudencia con que había intentado ocultar la verdad, ya corrían rumores sobre la actitud antisocial de su hijo por el vecindario, quien no se quiso alistar en la guerra contra la fauna que se libraba en aquellos momentos. Todos los chicos del lugar luchaban allí. La Guerra contra la Fauna era una fábrica de héroes.

- ¡Oh! ¡Mi hijo ha muerto por una coz de cebra!- dijo una madre angustiada.
- Su hijo es un héroe, señora, luchó hasta el final. Sodomizó a más de cincuenta avestruces antes de morir. Jamás le interesó la literatura del Realismo, jamás- consolaban Rogelio y Pájaro con sus uniformes de bailarina de ballet.

Un día el chico problemático se acercó a su padre y le confesó que quería estudiar Derecho. Lo echaron de casa. Rumores afirman que fue detenido al intentar asistir legalmente a un pato prisionero. Rogelio y Pájaro lo ejecutaron con su arco nativo como parte de un espectáculo lúdico que tenía como fin amenizar una recepción de embajadores que tuvo lugar en palacio.

- ¡Sí, ahora! ¡Oh, casi le das! Pero no te preocupes, toma, toma, más flechas, más ¡En el ojo, jajaaa!, muy bien...

La primera vez que disparé el arco de Pájaro coincidió con mi primera visita a lo que Alex suele denominar la pocilga, el cubil donde se guarecían Pájaro y la entonces su novia, Noelia. Más tarde se abandonaron mutuamente a la inercia absorta, pero entonces se movían, se movían de un lado para otro de manera incomprensible, conducta considerada saludable por los gimnastas de la psique. Sin embargo, es pertinente matizar que en lo relativo a lo práctico Noelia se movía por los dos, y su movimiento tenía una cierta constancia que no tenía el de Pájaro, quien es lo más parecido a un exabrupto en ese sentido. Su parto fue un exabrupto. Eso tiene que marcar. Desde entonces toda su relación con simios es de esa naturaleza: exabruptos nerviosos. Su novia, en su tiempo libre, era igual, pero con más insistencia. En otras palabras: ambos caían como una patada en la ingle a la primera impresión. Sin embargo, Pájaro resultó ser más humano a pesar de sus explosiones imprevisibles. Quiero decir que resultaba tratable de un modo más constante a pesar de sus patadas verbales. Ella no. A ella la conocí encima de un árbol, en un bulevar, mientras me dedicaba a descubrir un canto fúnebre en la caída de las hojas.

Caen hojas secas en el bulevar. Se despiden del viento, del murmullo. Yo las cuento desde el suelo, las anoto en una libreta de cristal. La lluvia de hojas antes verdes, fundidas en un crisol de clorofila muerta. Yo las cuento. Las maravillas de los destellos están en algún sitio. Hay millones de lugares donde no están. Yo los cuento. Porque a veces cuento mis pasos. A veces camino por bulevares donde mueren las hojas, aún verdes. Aún verdes, las hojas caen mecidas por la brisa. La brisa proporciona dulzura a los muertos. La brisa mece nuestras cunas y nuestros lechos. Ahora las hojas caen verdes, y los pájaros trinan un réquiem. La brisa hace de mensajera. La brisa es la testigo. La brisa permanece impasible.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Enemigo absorto,
Si hay que escribir una mitología de las zonas que temporalmente se realizan, puede tener una verificación en otra dimensión más común, más ficticia.
En cualquier caso sabes que la sorpresa es de talla.

Un abrazo

Alfredo Mora dijo...

Los deportes son la evolución organizada de las actividades más primitivas: correr, saltar, nadar, lanzar, cachar, patear. No me parece que sean enajenantes o idiotizantes por sí mismos.

Comienzan a serlo cuando entran a la lógica del mercado o de la guerra (que son lo mismo): ganar, obtener, acumular, explotar.

El fútbol no es idiotizante, y de hecho me parece una de las formas más democráticas: pon un balón entre dos personas, en cualquier parte del mundo y sabrán qué hacer con él.

Ni el lenguaje permite eso.

Hay que encontrar la justa relatividad de todo.

Creo