martes, 17 de marzo de 2009

El ese "eso"


Tornasol se despertó con el agradable calor de un cuerpo pegado a su pecho. Al principio, atrapado aún por el sueño, todo parecía natural, pero conforme la conciencia fue despertando se fue dando cuenta de que esa habitación no era su habitación. Aún así, con la mente confusa por la resaca y sus formas de castigo (dolor de cabeza, malestar general, el estómago revuelto y los vapores espirituosos aún humeando en su aliento), tardó tiempo en reaccionar y se dio la vuelta. La pared y la ventana que se le presentaban a su lado no eran familiares. Como era su costumbre en momentos de confusión semejantes, empezó a revisar mentalmente las imágenes de todas las habitaciones de sus amigos para situarse, pero nada encajaba. Ni los posters ni los muebles ni las cortinas. Entonces, con un sobresalto, se volvió a dar la vuelta. Ahí estaba, una espalda de mujer que dormía placidamente junto a él; ¿quién era esa tía?

La chica, en ese momento, se dio también la vuelta y pudo verle la cara. Estaba medio dormida, pero ya tenía los ojos abiertos. Tornasol hizo lo que creyó correcto dadas las circunstancias.

- Hola- le dijo en un tono un poco burlón, para relajar la situación- ¿cómo te llamas?
- ¿No te acuerdas de nada?- dijo ella.
- Para nada. Mi último recuerdo es en la Farándula.
- Ja, ja...

En fin, ¿qué había sucedido? y, sobre todo, ¿cómo preguntarlo? “Vaya manera de conocer a alguien”, pensó.

- ¿Cómo he llegado hasta aquí?- le dijo mientras la escudriñaba: era muy guapa y estaba buenísima. “Mira al tonto cómo no se pega a una normal, no”, se dijo para sí mismo.
- Te pusiste a hablar conmigo en la Farándula y estabas tan ciego que me pediste dormir aquí porque no podías llegar a casa.
- Ah- contestó; “¡Já!”, pensó- pues... encantado de conocerte.
- ¿Esto te pasa a menudo?
- No, es la primera vez; y se vive como una especie de broma que te hubieran gastado.
- Pues te la has gastado tú solito.
- Ya veo, supongo, creo...

¿Se la habría tirado? ¿Había pasado algo? Era difícil de preguntar algo así a una completa desconocida que duerme junto a ti en una cama individual, pero al final, como ya la cosa iba en plan honestidad, se lo soltó directamente.

- ¿Nos hemos enrollado?

La chica guardó silencio. La información valiosa tiene un precio y a todo el mundo le gusta recrearse en la riqueza.

- No- le dijo al final- cuando volví del baño estabas completamente sopa.
- Ah...

Sucedió uno de esos silencios incómodos en los que no se sabe a ciencia cierta qué hacer o decir.

- Supongo que querrás un café- dijo finalmente.
- Pues sería magnífico.

La chica se incorporó. Estaba en pijama. Ya sentada, de pronto, lo miró y se le acercó. Tornasol no entendía muy bien lo que pasaba. Entonces ella lo besó en la boca y empezaron a enrollarse. A Tornasol le volvió a circular sangre caliente por el cuerpo y, justo cuando se empezaba a emocionar y le estaba empezando a arrancar la ropa, ella lo paró en seco.

- Hey, no tan deprisa, yo no soy tan moderna.
- Oh, discúlpame.
- Ayer me decías que “sólo querías dormir”.
- Bueno, y eso hice- dijo mientras se partía de risa por dentro y se decía “... por los cojones”.
- No te acuerdas de nada de nada, ¿no?
- Lo siento, pero no.
- ¿Nada de todo lo que me contaste ni de lo que hablamos?
- ¿Hablé mucho?
- Hasta por los codos, pero me gustó.
- Pues no me acuerdo, es como si me lo hubiera perdido para siempre.
- ¿Te coges esos ciegos muy a menudo?
- Siempre que puedo- empezaba con su vieja táctica de dar la peor imagen posible, mezclada con una especie de falso disimulo para parecer que le vendía la moto de sí mismo torpemente.
- Vas a durar poco así...

La chica sentía cierta desilusión. Algo debió haber sucedido que quedaba totalmente deslucido por la amnesia temporal de Tornasol. Se levantaron y desayunaron. Las compañeras de piso pululaban por la cocina, entraban y salían, y siempre le dedicaban una tímida y fugaz mirada de escudriño. Tornasol hablaba y hablaba sobre su trabajo (para aburrirla) y sobre su ocio (para asustarla) a partes iguales. Y esperaba que de la mezcla resultara la imagen de un mentiroso. Cuando terminaron se fueron al dormitorio para que Tornasol recogiera sus cosas. Una vez allí, se volvieron a besar, se volvió a calentar la cosa y ella volvió a detenerla justo en el momento crucial. Tornasol recogió sus cosas y salió a la calle. La dejó con una expresión triste.

Tornasol cayó entonces en la cuenta de que eran las siete de la tarde y la Plaza de San Pedro empezaba a llenarse de nuevo de bebedores. Se acercó y se encontró con algunos de sus colegas, listos ya con la cerveza.

“¿Qué le conté para dejarla así?” se preguntaba. Había un gran desconocido por ahí dentro que sólo daba la cara cuando se derrumbaba la conciencia, ¿quién sería? Esa chica desconocida había logrado mirarle con el conocimiento de causa que sólo sus amigos más próximos o sus familiares tenían; esa tristeza por algo indefinido que se echaba a perder.

Con el primer litro ya estaba listo de nuevo para seguir jugando con fuego.

Porque lo que nadie sabía es lo que se siente con ese eso que se supone que se tiene. Ese eso que te hace nacer ya listo para la muerte y te dota de una sensibilidad a la que sólo la llama impresiona.

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