jueves, 12 de marzo de 2009

Shopping situation

- Hola.
- Hola.
- ¿Qué desea?
- Que no me haga más esa pregunta.
- ¿...?
- Bueno, es una pregunta estúpida.
- Y, ¿qué le debo preguntar entonces?
- Hum, déjeme pensarlo.

(...)

- ¿Y, mientras tanto?
- Podría dejarme en paz para que mire la tienda tranquilamente.
- Bueno, verá, es que yo también me considero una persona particular y me gusta observar, preguntar, aprender de mi trabajo.
- Una tendera vocacional, ¿eh?
- Por eso me pagan.
- Vaya, los dos somos putas, algo en común. Perdone que no le pida que se case conmigo, es que tengo la cabeza en otras cosas.
- No me pagan por eso, pero sí por interesarme por la clientela.
- La tendera-psiquiatra que nunca culmina, una innovadora fórmula, ¿no?
- Ante esto sólo vale un distante “¿Qué desea?”
- ¡Qué impertinente! ¿Y usted, qué desea usted?
- No quiere saberlo...
- Bueno, lo que yo deseo va más allá de toda esta mierda; no le voy a contar todos los avatares de mi lamentable situación engorrosa. Si quiere reducir mis deseos a unos calcetines, no se lo concederé.
- Calcetines, gracias. Aquí tenemos un amplio surtido de calcetines.
- Es usted, si me permite la franqueza, una astuta zorra; ¿los tiene con girafas? Son para un amigo ecologista amante de los cilindros largos, pero no se le puede decir directamente: se aturde.
- Me aburre usted.
- Ya somos dos; podríamos hacerlo directamente en el probador.
- Alcanza usted cimas insospechadas.
- Bueno, todo es una cuestión de calzar bien algo. Podríamos empezar por probarme esos calcetines que tiene usted; los de Marley.
- ¿Fan del reagge?
- No, de los incautos muertos, ¿me haría el favor?
- ¿Se ha lavado los pies?
- Contaba con que tuviera usted un buen lavabo, como buena tendera prostitucional.
- Es que acertó usted, nunca culmino.
- Lamento su problema de anorgasmia.

(...)

- ¿Sabe? creo que no puedo dar este paso.
- Entiendo. Poner calcetines a alguien es algo muy personal.
- Sí.
- Pero yo hoy me he levantado así, poco cooperador y tremendamente inseguro. Si no me los prueba usted, me temo que nuestro romance llegará a su final.
- Cuánto lo lamento. Es usted entrañable como un dolor de regla.
- ¿Me probaría usted un guante, en compensación?
- “Aquí tenemos el último lote”.
- Este de lentejuelas me gusta.
- ¿Para cantar copla?
- No, al masturbarme me retrotrae a la felicidad discotequera.
- Acerque la mano, por favor.
- Lo encaja usted muy bien.
- ¿Ha visto?
- Me queda como un guante.
- Qué perspicaz...
- Bien, es perfecto.
- ¿Se lo envuelvo?
- No, no me lo voy a llevar.

(...)

- Me encanta que me haya ayudado a ponerme estos pantys.
- Oh, no me lo agradezca. Me ha hecho sentir realizada.
- Bien, ahora me debo marchar.
- Que pase usted un buen día.
- Supongo que no querrá tomar un café una tarde de estas.
- Oh, vamos, un café, después de todo lo que hemos compartido, es una frivolidad.
- Me lo temía. Ya que hemos llegado a encajarnos cosas en los miembros...
- Sí, y su necesidad de ayuda no augura buenas conexiones.
- Es lo malo de ser un exquisito.
- Bueno, pues adiós, fue muy “matutino”.
- Deberían incluir más jirafas en sus artículos.
- Se lo haré saber al mandamás.
- Dios es el mandamás.
- “El cliente siempre tiene la razón”.
- Adiós.
- Adiós.

(...)

- Realmente, ¿desea usted de verdad que me vaya?
- A preguntas tontas, oídos necios.
- Refranero. Intolerable. Me voy. Le dejo un cleenex de recuerdo.
- Blanco. Es usted un clásico.
- ¿Ha visto?
- Le seré franca. No me gusta.
- Usted a mí tampoco. Así que podemos follar sin preocupación.
- Oh, vamos, hemos llegado mucho más lejos cuando le probé los pantys. Bonitos calzoncillos de jirafas...
- Bueno, ya me voy.
- Adiós.
- Adios.

(...)

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