martes, 19 de mayo de 2009

Cicuta-sorpresa II


Ella estaba apoyada en la barra y no paraba de mirarle. Él estaba solo, sentado en una de las mesitas de la cafetería, e intentaba disimular que se estaba dando cuenta bebiendo café y fumando sin parar. Pero no sabía qué hacer con las manos, y sus ojos intimidados se paseaban de manera errática por la sala y, a veces (más de lo que él quisiera), se cruzaban con los de ella, lo que le provocaba siempre un escalofrío explosivo. Ella tenía una mirada muy intensa y segura, y él pensó que ese efecto arrebatador estaba relacionado con sus enormes ojos negros. Aún así, la seguridad con que los usaba tenía un origen que se le antojó incierto y misterioso. Cuando ella se volvió al camarero para pedirle la cuenta, aprovechó para observarla mejor. Era una loba peligrosa, pensó, con ese vestidito de verano ajustado, esas piernas largas y esbeltas cruzadas sobre el taburete de la barra, y ese culo voluptuoso que se adivinaba desde su cintura. El generoso escote prometía unas tetas bien puestas, ni muy grandes ni demasiado pequeñas, y sus hombros redondeados equilibraban sus anchas caderas. Su piel tenía un tono canela perfecto, y su ligero brillo se entreveía entre los mechones negros que caían con una sensualidad despreocupada por su cuello hasta el principio del escote.

Ya se iba, pensó, y ello lo tranquilizó. Por la mañana nunca estaba predispuesto a afrontar una oferta a las claras como esa, y prefería pasar inadvertido. Sin embargo, el camarero, antes de atenderla a ella, lo llamó a la barra con un gesto de los dedos, justo a su lado.

Él se levantó y se dirigió hacia él, intentando hacerlo con naturalidad, pero tropezó con dos sillas y, al llegar, arrobado, calculó mal y le dio un ligero empujoncito a la espalda descubierta de la chica.

- Disculpe- dijo nervioso y a toda prisa, a lo que ella se volvió, lo volvió a mirar de manera cautivadora, y se limitó a emitir una ligera risita, para darle la espalda de nuevo.

- Creo que se ha dejado esto en el baño- le dijo el camarero. Era un libro de Benedetti.- ¿es suyo, no?

La chica pegó ligeramente su espalda a su antebrazo, que descansaba en la barra muy cerca de ella. Tenía la piel tremendamente suave y cálida, y sintió cómo se le erizaba el vello de la espalda, y se le hizo un pequeño nudo en la garganta.

- ¿Es suyo o no?- insistió el camarero, que no se estaba dando cuenta de nada y no tenía ganas de perder el tiempo con idiotas indecisos.
- ¿Benedetti?
- Eso pone aquí- le contestó secamente.

Ahora la chica sacó su culo un poco hacia fuera del taburete y lo pegó a su cadera, de manera que pudo confirmar que era redondo, duro e ingrávido.

- ¡Oiga! ¿Es o no es suyo?

Él, que estaba confuso, la miró un segundo y luego volvió al camarero para decirle que no.

- No me gusta Benedetti, aunque la haya espichado. Deberían haberlo metido en la cárcel por escribir esa oración a la tortura psicológica de “puedes contar conmigo”...
- Con el “no” me bastaba- le dijo enfadado el camarero. Luego la miró a ella.
- Dígame qué le debo, yo no le haré esperar- le dijo con sarcasmo.

Tenía una voz fresca y musical, con algo de tono, cálida y atractiva, y hablaba con la misma seguridad con que miraba. Entonces se volvió a él.

- Y cóbreme también lo suyo, que nos vamos ya.

En cuanto el camarero le dio la vuelta, lo tomó por el brazo y lo sacó casi a la fuerza del bar. Ya en la calle, le susurró en el oído, mientras le mordía el lóbulo de la oreja.

- Nos vamos a meter en el primer hotel que encontremos.

Él no se resistió, y se metieron, casi corriendo, en un hotel de cinco estrellas que encontraron a apenas unos metros del bar, y llegaron a recepción.

- Queremos una habitación de matrimonio enseguida- le dijo ella al recepcionista.
- Tienen suerte, hoy está de oferta la suite imperial- le dijo ceremoniosamente, aunque él creyó notar un cierto tono cáustico en la frase. Debían de ser evidentes para todos las intenciones de la recién formada pareja, pero le dio igual.

En cuanto les dieron la llave, ella siguió tirando de su brazo, lo metió en el ascensor y, mientras subían, empezó a besarlo con ansia carnívora por los labios, la cara y el cuello. Se metieron en la habitación y empezaron a arrancarse la ropa con violencia. Lo tumbó en la cama de un empujón y tomó un preservativo que había en un cuenco de cristal en la mesilla. Tenía una curiosa envoltura dorada que ella abrió con los dientes y se lo puso con una habilidad inusual. Él no podía creer todo lo que estaba sucediendo. Entonces ella se alejó dos metros de la cama y empezó a quitarse el sujetador y las bragas, despacio, mirándolo con la misma picardía que en el bar, directamente a los ojos. Estaba aún más buena de lo que él había sospechado. Volvió a la cama y empezó a chupársela cálidamente, con su boca enorme y sus labios carnosos pintados de rojo. Le estaba haciendo una mamada intensa y húmeda, con tal maestría que se le olvidó que tenía un condón puesto. El tío estaba flipando de lo lindo y no veía el momento de metérsela hasta el corazón...

Entonces, de pronto, se encendieron unas luces de colores, empezó a caer confeti del techo y entró un montón de gente en la habitación, entre payasos, bailarines y acróbatas, con una orquesta ambulante que tocaba música circense y festiva, un tipo con un micrófono y varias cámaras de televisión. Eran de nuevo los del famoso programa “Cicuta-sorpresa”.

- ¡Vaya, vaya!- dijo sonoramente el presentador- ¡Le hemos untado el preservativo con cicuta! ¡Ja, ja, ja!
- ¿Ustedes?- gritó el chico, desnudo y tumbado boca arriba en la cama.
- ¡Por supuesto, felicidades! ¡Hoy tenemos a una nueva agraciada!

Todo el mundo bailaba y se movía por la habitación, y las cámaras iban de uno a otro tomando planos del evento. La chica tenía una expresión de horror y no paraba de escupir.

- ¡Es inútil, pequeña!- le decía el presentador- ¡Hará efecto en breve! ¡Hoy es usted la afortunada de esta semana!

La chica se intentó incorporar, pero perdió el conocimiento y cayó en la alfombra, con el consiguiente jolgorio de toda la gente presente en la suite imperial. Él se había quedado petrificado por la sorpresa y era incapaz de reaccionar, mientras toda España veía su polla erecta hasta casi reventar por la televisión, en directo.

- ¡Bien!- continuó el presentador- ¡Debemos de dar las gracias a los dueños del Hotel Las Gaviotas, que nos han ayudado en la realización de este programa!

Apareció ante las cámaras el gerente del hotel y comenzó a dar un discurso para la cámara, mientras el presentador le acercaba y sujetaba el micro.

- El Hotel Las gaviotas siempre ha estado a favor del sentido del humor y de este maravilloso programa dedicado a la alegría y la felicidad, pues...

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2 comentarios:

Anónimo dijo...

Enorme kique, enorme...


Alejafinado

Jaime dijo...

Joder, hacía mucho que no pasaba por aquí, lo he leído en el curro y me he partido la picha. Al paso que vamos, pronto podremos ver algo así.
Saludos!