martes, 12 de mayo de 2009

El miedo vanidoso a decir algo



Las palabras precisas ya no se pronuncian. Es mejor soltar ambigüedades ante las que nadie pueda esgrimir ninguna crítica; es mejor decir A-B para poder argumentar B ante quien diga A, y A ante quien diga B. Qué absurda dialéctica sin contenido, que vacío, que gran nada. Esa nada, sin embargo, es una nada sin vértigo ni altura. Es la nada del mareo, de la nausea, de la cucharilla de café que se agita centrifugada sobre sí misma, pequeña, aislada, perdida en una barra sucia de un bar anónimo.

No se dicen las palabras, y todo va adquiriendo, poco a poco, la naturaleza de lo probable. ¿Hemos asumido en la vida diaria la mecánica cuántica? No. La imprecisión de lo ínfimo sólo lo es ante unos ojos humanos, la naturaleza se maneja muy bien sola- sin una mirada incisiva, no hay principio de incertidumbre.

Lo probable de las aceras es un sustituto de un sí o un no. Todo se convierte en un “quizás” para no errar el tiro nunca; pero cuando no se dispara, no se acierta nunca tampoco, y así las medallas se adjudican al mejor simulacro. Aún así, la existencia estacionaria se prefiere a la fracasada. Cuánta vanidad de hojalata, cuánta cobardía de alcanfor tras esos ojos predispuestos al desprecio.

Las palabras precisas ya no se pronuncian, y se hace una cosmogonía del misterioso cero, y suena a profundo. Las palabras vagas, los conceptos amplios, lo menos concreto manejado con artes malabares, convierten en ciencia la incapacidad de comprender y asimilar- incapacidad derivada de la vanidad de hojalata, cuya ignorancia se viste de gala para negar todo lo no sujeto a una autoría sin obra.

Y repiten la misma historia, como si no supieran leer ni escuchar palabras ciertas.

Quieren una nada, un vacío, una vaguedad para crear escalofríos con escalera de incendios donde sorprenderse de la profundidad de su ignorancia premiada con la gloria de lo metafísico.

Esa nada, que sin embargo agita un azúcar concreto en una concreta taza de un determinado café con una etiqueta precisa, es profunda como esa taza, perversa como el serrín del suelo, sucia como el orinal sin luz, atractiva como la gorda del final de la barra, elocuente como los gritos del camarero, luminosa como las sombras de mediodía de ese callejón estrecho.

¿Qué se siente cuando no se siente nada? ¿Qué se dice cuando no se piensa nada? ¿Qué se hace cuando no se ven las conexiones del mundo?

Se deja todo entre paréntesis, deseando que los deseos borrosos se conviertan en un mundo desenfocado que tiene que ser, por la gloria de la vanidad, el mejor de todos los mundos...

Porque sí. Porque lo contrario supondría un salto irrealizable.
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