lunes, 4 de mayo de 2009

Maldito duende


Una semana intensa y bastante curiosa, a pesar de que llevo de mala leche toda ella. Los motivos son un verdadero misterio, aunque atisbo algunas posibilidades. El martes tuvimos sesión de fotos (están en el myspace) y el viernes tocamos en Granada en una fiesta privada, y fue de nuevo un éxito. Fue un coñazo salir por la tarde, llegar, montar, tocar inmediatamente, recoger, volver a cargar la furgoneta y salir de vuelta a Sevilla para llegar a casa a las 6 de la mañana. La gente respondió muy bien, pero yo seguía cagándome en la puta. Y no era por el viaje. Me gustaba la idea de despertarme ya en casita.

A lo largo de la semana retomé un contacto de mi año de erasmus en Leipzig, quien nos puede organizar una pequeña gira por la ciudad y alrededores para el otoño o la primavera, lo que significaría quince días pagados de viaje por allí, como mínimo. Los teutones pagan a los músicos y tienen muchos sitios donde tocar. Leipzig la conozco de puta madre y es una ciudad muy, muy enrollada, así que tocar allí puede ser muy gratificante. Y, sin embargo, estoy que echo fuego por la boca.

¿Será la Feria? No tiene por qué, este es mi tercer año de boicot personal e intransferible a la fiesta, y en las anteriores experiencias ello nunca afectó a mi estado de ánimo más que lo fortuito de los fenómenos asociados a la idiocia universal, omnipresentes, inevitables e imprevisibles. Y estando casi todo el tiempo en casa, ello sólo sucedía accidentalmente al hacer zapping, pero poco más. Por cierto, no veas la cantidad de capullos que hay por ahí sueltos. Vi en un documental cómo unos tipos recurrieron a un examen de ADN para ver si un esqueleto (cuya PELVIS tenían completa) pertenecía a un hombre o a una mujer. Sí...

Subiéndome por las paredes por una especie de inquietud intensa e irascible, hoy tendré que ponerme en contacto con la Madre Superiora, a ver si con sus esencias naturales mantengo en calma a la bestia. Y lo peor es que, aunque hiciera arder en llamas el universo, al acabar, hasta el silencio total me resultaría insoportable.

¿Habéis creado alguna vez un duende malvado, destructivo y travieso?

Está ahí, como una nueva criatura, unido a ti como un hermano siamés, esperando el momento en que aprietes el interruptor y adueñarse de todo. Y, mientras tanto, resentido en un rencor sordo, hace que todo te parezca insípido cuando no estás bajo su brillante influencia. Ay, maldito duende, te siento como el primer día que te abandoné, te guardo como un oscuro tesoro, como un secreto; en cierto sentido, como un poder que sólo se debe blandir cuando se está dispuesto a morir de ser uno mismo. Pero me gusta verte en un rincón, cabreado, invisible, protestando. Hace que me caigas mejor. Te encierro por cabrón, aunque me caigas simpático. Te mantendré ahí hasta que aprendas a salir bajo mis órdenes. Te tengo cogido por el cuello y lo sabes, y conoces la fuerza de mis grandes manos.

Los adictos... ¿nacimos con la lápida bajo el brazo, como diría Ciorán?

La adicción consiste en hacer salir (primero) y descubrir (luego) a un ser desconocido que lleva tu nombre, usa tu ropa, se adueña de todo y lo intensifica de tal forma que las percepciones normales ya no impresionan tu sensibilidad, y te hundes en un mundo plano de inercia. La llave de su celda es la sustancia. Convivir con un monstruo simpático que se ríe poniéndote zancadillas. Una encarnación de la ironía, el sarcasmo y la provocación del reo presto a morir en un desmayo blanco. La recuperación consiste en eliminar cualquier cerrojo, destruir la puerta y recordar a ese extraño nuevo miembro quién dirige el cotarro en este cuerpo. Someterlo. Hasta la palabra da asco. Pero puedo, claro que puedo.

Oigo voces amigas que añoran al duende, que hablan de mutilaciones, de represiones contra-natura. Como si todo en este mundo fuera un juguete. No les hago caso. Este extraño “don” sigue siendo mío, y siempre lo será, para bien y para mal. Y, sinceramente, no tienen ni idea de lo que es; ni siquiera cuando el duende vivía lo sabían. Al cabo de un rato los veo menguando bajo el poder de la sustancia. No hay gloria alguna en ese espectáculo.

Puaj, hasta el sol de primavera se antoja a veces como una aguada de un amarillo apagado que, en cierto modo, contemplas con el alma ya muerta...

Y el duende sonríe, como si ello demostrara algo. Y sí, lo hace.

Cuando no andas, la alternativa es morir o morir esperando...

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