martes, 31 de marzo de 2009

Arsa



Cómo pesa el sueño. Pesa como un cielo, de esos que te prensan. Si Júpiter fuera sólido su atmósfera en la superficie sería aplastante, aparte de la propia masa del cuerpo. Tengo la atmósfera de Júpiter presionando sobre mi maltrecho cerebro. Agotamiento. Todo es gas.

Mammonio es un maldito bastardo. Ayer me convenció para que le dejara acompañarme a recibir mis retribuciones en materia de viajes astrales. Nada más llegar, mientras esperábamos a la chica portadora de las llaves, pronunció sus intenciones de masturbarse y eyacular en la cara de todos los presentes, para que quedara claro a todos los presentes. El muy cabrón me prometió que se comportaría. Le encanta verme en situaciones embarazosas. Como los perros (huelen cuando la situación te hace incómodo gritarles y reñirles, y entonces aprovechan, con cara de cabrona felicidad, para hacer todo lo que no se les permite normalmente- los niños también, el mamífero-cachorro parece tener claro su papel en la vida).

Así que hice lo mismo que con mi perra Aika: pasé de los presentes y le paré los pies; los demás debieron pensar que estoy loco, pero a estas alturas, cinco más, cinco menos, ¿qué coño importa ya? Cuando llegó la Madre Superiora intentó ligar con ella con esa voz melosa y musical que hace groseramente evidentes sus intenciones (también me había prometido no hacer eso), pero me lo llevé inmediatamente para que no llegara más sangre al río, con éxito. Lo que me faltaba era que por su culpa perdiera a mi mejor contacto en materia de pasta mágica. La culpa es mía. Cuando se pone borracho no hay quien lo aguante. Al regresar, cuando se puso a mear en un árbol de la Avenida Felipe II (a las 21.00, a dos o tres metros de las mesas de una terraza), simplemente seguí mi camino dejándome llevar por el viento. Recordé cuando Blackpool hizo lo mismo a las 16.00 de la tarde en uno de los naranjos de los soportales de la Plaza del Salvador, justo cuando pasaban a su lado dos municipales de patrulla. Estaba también pedísimo. Le multaron, con el correspondiente cacheo.

¿Y por qué iba andando? Ay, esta Sevilla mía. Sus ciudadanos son capaces de soportar servilmente durante siglos el caciquismo imperante, y aún así están orgullosos de semejante demostración de cobardía y sumisión perruna. Esta Sevilla del cabezazo a la fortuna y de la exhibición de las clases; esta Sevilla cateta, ordinaria y amante del linchamiento romero; esta Sevilla cuya Plaza de San Francisco se abarrotaba cuando la Inquisición hacía sus Autos de Fe; esta Sevilla, que con gusto hubiera acogido la muerte de Miguel de Servet (descubridor del funcionamiento del sistema circulatorio, pero que negó la Santísima Trinidad) y donde hoy las Cofradías han decidido perdonar al vulgo y no lucir sus lazos blancos contra el aborto. Qué misericordiosos.

Pues bien, esta incomparable ciudad llena de fuste señorial es tan valiente que sus hijos de puta predilectos, que no tienen otra cosa que hacer que joder a los ciclistas, en lugar de dar la cara, ponen trampas en el carril bici. Estos mequetrefes y petimetres del charol con casco de gomina (parecen títeres de papel maché) son capaces de hacer, con una lonchita de un tapón de corcho y un trozo de alambre grueso y afilado, una chincheta a prueba de neumáticos. Supongo que a alguno le habrán molestado las faltas de ciertos ciclistas que van a lo suyo, pero puestos así, ¿por qué no aplican el mismo principio a la ingente cantidad de cabestros que se saltan los semáforos en sus coches, atropellan peatones o se matan mutuamente en la carretera? ¿Por qué no siembran de esas mismas chinchetas las avenidas y las autopistas? Porque el ciclista, en tanto que supuesto “pordiosero”, está desprotegido, o al menos eso indica el ideario folclórico del lugar.

La protección, aquí, viene de la mano del dinero (o sea, de la corrupción y del “¿qué hay de lo mío?”). Estos cobardes sin dignidad ni orgullo que permitieron que uno de las mayores asesinos de la Historia (el General Queipo de Llano) se ensañara con su propia gente impunemente, y aún más, este año gritarán “guapa” a la Virgen que lleva su fajín, allá por la Macarena, se creen que recuperan la categoría perdida con un tapón de corcho y un alambre. Esa es la miseria.

Y qué grasioso es el sevillano, siempre riéndose a costa de la debilidad ajena. Eze é er zentio del humor de la tierra.

Y el puchero (ojú) y el romero y la hierbabuena (o sea, hueso de cerdo hervido y matorrales silvestres, que era lo único que podían comer mientras los señoritos vivían de las rentas). ¡Pero ezo é lo mejón der mundo!

¡Sublimemos la mierda a categoría áurea!

Eso si que es la “grasia” y el “salero”.

Ojú...

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1 comentario:

Felipe dijo...

Ole ese Kike,
a primera vista encuentro muchas coincidencias y caminos afines entre tu blog y el mío. Le dedicaré más tiempo a leer tan barroco denso y lúcido discurrir de tus palabras y estaré al día pronto. Un abrazo.

Felipe.