lunes, 30 de marzo de 2009

Confesiones y confidencias


He empezado a leer las “Confesiones de un inglés comedor de opio”, de Thomas de Quincey. Todo este tema de las adicciones siempre me interesa por el provecho que puedo sacar de sus enseñanzas; es como si necesitara un cierto abrigo de argumentos y, en cierto modo, de justificaciones; y, ni que decir tiene, descubrir que se puede ser un adicto al fuego sin que ello implique una pobreza intelectual o humana, así, a secas, resulta esperanzador. El caso es que me leí la introducción del autor (las “Confesiones preliminares”) y, como siempre me pasa con él, su prosa, su sintaxis, su manera de enlazar ideas y de discurrir me engancharon de nuevo. Hace años leí “El asesinato considerado como una de las Bellas Artes” y me sucedió lo mismo. Me inspira. De aquella lectura saqué bastantes ideas y fundamentos para mi infumable ladrillo “El enemigo absorto (confidencias a una pared)”, impublicable, pero que al fin y al cabo es mi primera “novela” terminada (en realidad se salta todo lo que hace digerible al género). Así que, por añadidura, siento una gran gratitud por ese ingles muerto.

En cualquier caso, tras leer las “Confesiones Preliminares” decidí dar marcha atrás y leerme las 80 páginas que Cátedra ha considerado oportuno poner como introducción. Me jode, pero no puedo saltármelas nunca, es una manía. Fastidia que te digan u orienten la lectura, pero con sentido crítico pueden resultar muy instructivas.

Y a eso voy. El autor de la Introducción (maldición, me he dejado el libro en casa y no puedo poner su nombre) se refiere con frecuencia a la edición revisada de este libro que De Quincey hizo hacia el final de su vida, donde, según el crítico, el centro de interés del trabajo se centra más en la persona y experiencias tempranas de De Quincey que en el opio en sí y sus cualidades, objetivo inicial del primer manuscrito, cuando el autor era joven. Y en la edición que tengo tan sólo añaden algunos apéndices de la versión (revisada y ampliada) que De Quincey dejó siendo ya anciano, considerándose mejor la original por la mayoría de la crítica.

Aunque el introductor reconoce que el autor señala, en la primera edición de 1821, a los orígenes de los desajustes que conducen a la disposición a ser adicto ubicándolos en la infancia y relacionándolos con experiencias traumáticas (es decir, se sugieren ya los fundamentos de la psicología freudiana), no valora, sin embargo, las revisiones que añadió (que van en esa dirección: una investigación más detallada de las experiencias personales de la infancia y la adolescencia), por considerar que el tema central del libro ha de ser el opio y sus efectos, y no el propio De Quincey. En mi opinión esa idea rebosa de ingentes cantidades de ilustrada candidez: no es De Quincey el centro de atención, sino el adicto y su adicción, lo que a mi entender, comparado con una simple serie de relatos fantásticos de visiones opiáceas, tiene mucho más fuste y resulta mucho más interesante e innovador que las simples experiencias sensoriales de un enamorado de la sustancia.

Porque tras cualquier adicción se esconde un problema anterior, ese que hace que se recurra a sustancias que contrarresten un desequilibrio intuido o consciente. La resolución de ese problema es la finalidad de la versión ampliada: localizar y arrancar la verdadera raíz (y volvemos a entrever la filosofía freudiana por medio). Puede resultar más pesado (por las deliciosas disgregaciones de De Quincey) y menos “aventurero”, pero sin duda tiene mucha más chicha.

De todas formas corroboraré todas estas opiniones leyéndome las dos versiones y comparándolas, en lugar de poner a parir al crítico por sus incongruencias argumentales. Que me gusta, Dios...

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2 comentarios:

Jaime dijo...

Siempre le he tenido en mente y nunca me he atrevido a leerle. Creo que ya va siendo hora.
Por otra parte, ¿se podría deducir que Burroughs y sus "desbarajustes" no te llaman tanto la atención?
Un saludo

Quacking-pingüino absort-minded visions dijo...

Sí, claro, pero en él busco otra cosa; la heroína en Borroughs, para mí, es algo circunstancial, accidental- su locura procede de otra cosa. De Quincey escribe un ensayo (aunque con pretensiones de impassionate prose), y como ensayo es más profundo su enfoque.

Borroughs es poesía, narrativa, conciencia, delirio, lucidez, simbolismo, misticismo...