miércoles, 18 de marzo de 2009

Papá, papito

Nuestro venerado Papa Benedicto XVI ha hecho unas declaraciones alucinantes: según él, “el uso del preservativo no es un buen método para combatir el SIDA”. El pontífice, infalible según la majadería católica, ha hablado así al iniciar su gira por África, donde 11 millones de personas están infectadas por el virus. Qué responsable. No ha dicho nada de la libre distribución de los fármacos antivirales entre la población infectada que no puede permitirse el alto precio del tratamiento que imponen las multinacionales. Más bien se ha referido a un “cambio moral en la forma de vida”, lo que se traduce en no follar. Ese es el mensaje que resume todos los esfuerzos de esta secta oscurantista a lo largo de 2000 años.

Ese triste empeño de la Iglesia en evitar que la gente folle mucho y bien no tiene ninguna justificación, salvo el horror vacuis que para una organización eminente, tradicional y patológicamente homosexual (en el sentido de que dicha tendencia natural no se asume y, por ende, queda enquistada en una neurosis llena de elementos frustrantes, obsesivos y paranoicos) la exuberancia de los cuerpos produce. Que yo sepa, no ha habido ninguna crisis provocada porque la gente folle en su casa, ni se han producido guerras devastadoras porque alguien haya echado un buen polvo cerca del cubículo del rey. No tiene ninguna justificación práctica la persecución del libre y privado disfrute de cada uno. Por añadidura, la total intolerancia de la Iglesia con la homosexualidad evidentemente es, como decía Oscar Wilde en la Introducción de El Retrato de Dorian Gray, “la rabia de Cabilán al verse en el espejo”. Nada jode más a un frustrado resentido y acomplejado que el espectáculo de la ajena superación de todos esos traumas. Que una organización que atenta contra la naturaleza humana de esa manera tan irracional haya tenido tanto éxito a lo largo de los siglos es algo que confirma el masoquismo del ciudadano medio. ¿Culpables? Citaré a algunos, más como ejemplo que otra cosa.

  1. Nerón. Tradicionalmente considerado cruel y sanguinario (históricamente su gobierno fue de los más prósperos en cuanto a economía e infraestructuras), creo que su papel debería revisarse; pues, no habiendo tenido que sufrir los envites de ningún partido de la oposición, ni campañas por parte de periódicos como El Mundo o el ABC, ni quejas de sindicatos como CC.OO. o UGT, ni que responder a códices tales como la Declaración de los Derechos Humanos, y siendo además la sangre a borbotones del gusto general del populus, es incomprensible que, teniendo el poder absoluto, tuviera tamaña torpeza de no haberse cargado a todos los cristianos del Imperio para siempre. Queda disculpado por su última frase, pronunciada mientras los conspiradores lo taladraban con sus dagas: cuam artifex pereo (“qué gran artista muere conmigo”).

  2. La frivolidad de la plebe. Sí, señores, porque los mismos que hoy contemplan con satisfacción sádica todos los programas televisivos donde se difama, insulta y lincha a toda persona con talento, eran los que antaño pelaban pipas mientras los leones comían cristianos y los que, siglos más tarde, no dudaban en señalar con el dedo a todo ser que despuntara para disfrutar con su barbacóica condenación pública en el nombre del Señor. Que la plebe es sadomasoquista y, si follar está prohibido, su práctica adquiere entonces una dimensión cósmica. O sea, un salvoconducto para que también disfruten los que no saben follar por una suerte de metasexualidad (como la metatextualidad sirve a los que no saben escribir, o simplemente no tienen nada que decir por sí mismos).

  3. Los anticlericales de fe. Tienen a los santos y al clero tanto o más en boca que las viejas del Opus, y diríase que sin la existencia de la Iglesia no sabrían de qué hablar, contra qué pensar o cómo provocar horror. Soliviantan así una tendencia a la coprofagia exhibicionista mediante un encauzamiento semi-politicoide que les enerva de una manera más presentable ante el público a quien epatar. Son el contrapuesto que da el equilibrio perfecto a la Fe cristiana, vista como fenómeno aristotélico de oposición de contrarios (como ejemplo, en Fausto de Göethe, Dios se relaciona con cordial armonía con su contrario, Mefistófenes, puesto que la existencia del uno depende de la del otro).

Pues bien, ese accidente extravagante que tenemos en la figura del Papa prefiere que la gente muera de SIDA a que echen un buen polvo (fenómeno sin significación alguna para el buen funcionamiento de la sociedad), desde la opulencia del Vaticano (tanto en lo material como en lo carnal, que los prostíbulos de Roma bien saben de sus cardenalicias andanzas). Que mueran millones de personas para satisfacer su paranoia de poluciones nocturnas le parece un justo precio. ¿Ahora los curas pederastas violarán a los niños sin usar preservativo, siguiendo el voto de obediencia? ¿Los sacerdotes seducirán a las adolescentes sin miramientos hacia posibles contagios o embarazos?

Desde el Renacimiento, con el nacimiento del Humanismo, hasta hoy, todo progreso ha sucedido a pesar (y muy a su pesar) de la Santa Iglesia Católica. No sorprende para nada que nieguen la eficacia de la protección con barreras contra las ETS (al fin y al cabo costó varios muertos que aceptaran las teorías heliocentristas, la evolución de las especies, etc.). Llegado es el momento de la completa emancipación del hombre, que si Dios murió hace ya cien años, bueno sería que el Papa dimitiera de su cargo de una puñetera vez.

Y que un buen mandingo infectado le abriera el intestino mediante una endofalia sin preservativo, a ver si ese método es eficaz contra la propagación del virus en su infalible cuerpo.

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1 comentario:

Felipe Calderillawena dijo...

Brutal nembutal sin clonacepán.